El avance del agronegocio, con monocultivos de soja o de caña de azúcar, es el responsable en Brasil de la expansión de las grandes propiedades, que cada día quedan en menos manos, según organizaciones campesinas y analistas del sector.
Así lo indica el Censo Agropecuario de 2006, realizado por el estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), que tomó como base de trabajo de campo más de cinco millones de haciendas.
El informe señala que el índice que mide la distribución del suelo vinculando el área total de cultivos comparado con la cantidad de dueños de la tierra fue en 2006 de 0,872, quedando muy cerca del nivel máximo de concentración de tierras, indicado con el número «1».
El mismo índice en el censo agropecuario anterior, realizado en 1995-1996, era de 0,856, es decir que aumentó en 1,9 por ciento.
El censo determinó que la concentración aumentó en todos los estados, mientras se acentuaba la pérdida de fuentes de trabajo.
Asimismo, la investigación contiene datos puntuales de cada estado. Los más reveladores para los analistas, es que en áreas como las de São Paulo el avance de los cultivos de caña de azúcar hizo que se incrementara en 6,1 por ciento la concentración de la tierra en el mismo período, gracias al incentivo de la producción de combustibles como el etanol.
Los responsables de la encuesta del IBGE, divulgada el miércoles 30 de septiembre (2009), dicen que esa realidad paulista muestra que uno de los principales factores del aumento de la concentración es el avance del agronegocio y de los grandes monocultivos para exportación, como los de soja y maíz, al igual que la expansión de fronteras agropecuarias hasta abarcar áreas protegidas como la Amazonia y el Pantanal matogrosense.
También aumentó la desigualdad rural. En el sudoccidental estado de Mato Grosso do Sul fue de 4,1 por ciento y en el norteño de Tocantins de 9,1 por ciento.
En Mato Grosso do Sul, donde el índice de desigualdad en la tenencia de la tierra llegó a 0,865, se estimuló desde la década pasada la producción de soja y de ganado vacuno, mientras que en el nororiental estado de Alagoas, donde alcanzó el 0,871, creció la explotación de caña de azúcar. Algo similar ocurrió en el estado de Sao Paulo.
AGRONEGOCIO DIRIGIDO A LA EXPORTACIÓN
Los expertos del IBGE aclararon que el índice que da la proporción de la concentración, no significa en si mismo los beneficios o perjuicios de esa distribución. Por ejemplo, no revela datos sobre arrendamiento de la tierra.
Una interpretación que, sin embargo, es cuestionada por organizaciones campesinas y especialistas del sector rural.
La socióloga Brancolina Ferreira, del también estatal Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA), destacó que, aunque todavía no hubo tiempo hábil para conocer los resultados del censo en detalle, «a primera vista salta que entre 1996 y 2006 aumentó la concentración de la propiedad de la tierra».
Inclusive en las zonas «donde había un gran número de familias asentadas por disposición gubernamental en el marco de la reforma agraria, acotó a IPS esta técnica en investigación y planificación del IPEA.
Joao Pedro Stedile, de la coordinación nacional del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), no se sorprendió por los resultados.
«Es el retrato que refleja lo que ya estábamos denunciando en la práctica y es que en los últimos 10 años hubo una brutal concentración de la propiedad de la tierra en Brasil», respondió el dirigente campesino a IPS.
Según el estudio, las propiedades mayores de 1.000 hectáreas controlan nada menos que 46 por ciento de todas las tierras de Brasil. Mientras que las propiedades con menos de 10 hectáreas controlan apenas 2,7 por ciento.
«Yo creo que ahora debemos ser el país con mayor concentración de la propiedad en el mundo», se lamentó.
Stedile atribuyó el aumento de la concentración rural a la expansión del agronegocio dirigido a la exportación, que necesita de grandes extensiones e inversiones para producir a gran escala.
«Eso confirma que la agricultura brasileña pasó a ser dominada por el gran capital internacional, que se unió a los hacendados para aplicar el modelo del agronegocio», agregó.
Lo que ahora está expreso en números según el MST, ya era evidente a simple vista en la expansión de los monocultivos de caña, de naranja, de eucaliptos y de la ganadería extensiva.
Según el Instituto de Colonización Agraria, durante la gestión gubernamental de Luiz Inácio Lula da Silva, de 2003 a 2008, se entregaron parcelas para cultivo a 519.000 familias, que equivale a 59 por ciento del total concretado en toda la historia del país.
Asegura además que de 2003 a 2009 se destinaron en créditos 4.352 millones de reales (1.275 millones de dólares).
AGROECOLOGÍA Y COOPERATIVAS
Pero para Stedile, esos avances son parte de una reforma agraria que es «apenas de compensación social» y que no «ataca la gran propiedad de la tierra en Brasil.»
Junto a otros movimientos sociales y campesinos, el MST dice que «es hora de debatir con urgencia» cuál es el modelo que el país quiere. Si el del agronegocio «aliado a empresas nacionales que controlan la producción y el comercio de granos y materias primas» o el de agricultura familiar y de reforma agraria.
El mismo censo reveló que la agricultura familiar es la que produce 85 por ciento de todos los alimentos de Brasil y, entrando en detalles, 87 por ciento de la mandioca, 70 por ciento del fríjol, entre otros, mientras que emplea 74 por ciento de los trabajadores en el campo.
«El agronegocio esta preocupado en cambio por producir dólares exportando», según Stedile.
Ferreira de IPEA, considera que para combatir la desigualdad en el campo es necesario «terminar la reforma agraria», revisar algunos dispositivos legales, invertir en la estructuración productiva de los asentados, darles una asistencia permanente de calidad, acabar con el analfabetismo y elevar los niveles de escolaridad, entre otras medidas.
Stedile va más allá. Reivindica lo que llama «una reforma agraria popular», basada en la desconcentración de la tierra, en la priorización de la producción de alimentos para el mercado interno y en el incentivo de pequeñas agroindustrias en forma de cooperativas.
También destaca otras necesidades, como la de adoptar técnicas de producción agrícola basadas en la agro-ecología sin elementos tóxicos.
En ese sentido, el censo se refiere a otros datos llamativos como que 27 por ciento de las haciendas usan agrotóxicos, sin mayores criterios o controles.
Y establece que la concentración de la tierra no fue mayor por la creación de parte del gobierno de áreas de preservación de tierras indígenas. En esa dirección, un estado como el amazónico de Roraiama, con gran presencia de reservas, es el que presentó una mayor caída del índice de desigualdad, en el orden de 18,3 por ciento negativo.
Por Fabiana Frayssinet