Por las declaraciones registradas durante las últimas semanas, es muy probable que la estrategia electoral de la Alianza para los comicios de noviembre estará centrada en la economía. Como dijo el presidente de la UDI, Patricio Melero, “es cosa de comparar entre este gobierno y el de Bachelet”.
A partir de 2010 el gobierno de Piñera se trazó un objetivo. Crecer a una tasa entre cinco y seis por ciento para colocar a Chile como un país desarrollado antes del final de esta década. Y según muchos indicadores, parece que lo está logrando. El 2012 la economía nacional creció a una tasa del 5,6 por ciento, acumulando un PIB por sobre los 300 mil millones de dólares, lo que representa un ingreso per cápita superior a los 19 mil dólares anuales, el más alto de Latinoamérica. Si los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial marcan el umbral del desarrollo en 20 mil dólares per cápita, el objetivo de Piñera estaría al alcance de la mano. Portugal, miembro de la UE, tiene un índice de 20 mil y Grecia, de 24 mil. Ambos, es necesario acotar, tienen sus economías en plena decadencia.
Pero hablamos de números. Y también de tendencias. A diferencia de estos y otros posibles ejemplos europeos, Chile tiene su economía en pleno auge, por lo que no será difícil que los alcance en breve plazo. Si en esos casos las economías están en recesión, la chilena, que el año pasado aumentó más de un cinco por ciento, ha mantenido durante los primeros meses de este año el mismo ritmo. El indicador que elabora el Banco Central marcó un crecimiento del 6,5 por ciento para enero, en tanto para febrero habría sido superior al cinco por ciento.
El crecimiento del producto no es el único indicador en plena marcha. Está también la tasa de desempleo, que en febrero fue de 6,2 por ciento, interpretada como mínima o de virtual pleno empleo. Y también los índices del consumo interno, de inversión extranjera y de proyectos en ejecución. Podemos decir que la economía chilena no había registrado estos indicadores desde los 90 del siglo pasado. Si entramos a comparar, como plantea Melero, el gobierno de Bachelet dejó la tasa de desempleo sobre el nueve por ciento, en tanto la economía marcaba un desempeño peor: entre 2006 y 2009 el PIB durante la gestión en Hacienda del también candidato Andrés Velasco creció menos del tres por ciento, con características recesivas, derivadas de la crisis hipotecaria estadounidense.
Un informe de la Corporación de Bienes de Capital (CBC) señala que durante el año en curso los sectores mineros e inmobiliarios llevarán a un peak, lo que generará un déficit importante en la mano de obra, principalmente en septiembre. En dicho mes 518 proyectos inmobiliarios se encontrarán en construcción de manera simultánea, lo que provocará, dice, “un cuello de botella” para el crecimiento de la economía, que, probablemente, y como ya se observa, será reforzado con trabajadores extranjeros. Nunca en la historia económica reciente Chile había registrado un etapa de crecimiento similar.
CAEN LAS EXPORTACIONES,
CRECEN LAS IMPORTACIONES
El fenómeno, sin embargo, no tiene una causa clara, como sí pudo tenerla a mediados de la década de los 90, con el auge de la inversión extranjera en proyectos mineros, nuevas privatizaciones y en la infraestructura. Pero especialmente, en el crecimiento de las exportaciones. El auge actual ocurre en un momento de evidente crisis de los socios comerciales chilenos, con una merma clara en las exportaciones. Un dato necesario para destacar es la fuerte caída de las exportaciones el año pasado, las que bajaron de 81 mil millones de dólares en 2011 a sólo 78 mil millones. Aunque este descenso parezca menor, es notable no solo la caída, sino el cambio de tendencia en un indicador que históricamente había mostrado altas tasas de crecimiento anual. Esta propensión alcanza aún más fuerza durante los últimos meses. Al primer trimestre del año cayeron un 36 por ciento respecto al mismo periodo de 2012.
La fuerza de la economía chilena se origina en el consumo y la inversión. Hoy éstos son sus motores. Las importaciones son un claro ejemplo de este auge en la demanda. Si en 2009 se importaron bienes por 40 mil millones de dólares, en 2012 estas adquisiciones alcanzaron 74 mil millones. En apenas cuatro años casi se duplicaron.
Esta tendencia se observa también en otros indicadores. La demanda interna (consumo e inversión) creció desde 2010 a 2012 a una tasa cercana al 15 por ciento, en tanto sólo el consumo lo hizo a un ritmo del trece por ciento. Pero nada se compara a la inversión extranjera, que el año pasado, en comparación con 2011, creció nada menos que un 62 por ciento, alcanzando los 28 mil millones de dólares -o un diez por ciento del PIB-, porcentaje que marcó un récor histórico en este ítem. Ni en la época de las privatizaciones ni de los grandes proyectos de concesiones viales se registraron estas marcas. ¿Adónde va este dinero?
El boom económico, pese a causar euforia en el gobierno y en la Alianza, ya tiene inquietos incluso a economistas del establish-ment neoliberal. En una entrevista en La Tercera, Jorge Desormeaux, ex vicepresidente del Banco Central y conspicuo miembro de Renovación Nacional, se expresó preocupado por el curso que sigue la economía, en especial el ritmo que tiene el consumo. “Esta es una situación que no es normal y que nos debiera preocupar” dijo, y agregó que “uno sabe que por un tiempo se puede crecer por encima del potencial, que está en torno al cinco por ciento, pero cuando uno crece en forma sostenida por encima de ese nivel, uno sabe que eso termina acumulando importantes riesgos para la economía”.
ENDEUDAMIENTO A DESTAJO
Aun cuando ese economista no vincula entre los riesgos el nivel de endeudamiento de la población como causa del alto crecimiento, el que afirma ha moderado su ritmo, hay otras miradas que estiman lo contrario. El aumento en el consumo está relacionado con el incremento del crédito, lo que según algunos observadores estaría haciendo crisis. El superintendente de Bancos, Rafael Bergoeing, dijo que ha habido un importante aumento en la morosidad, en especial de los clientes de menores ingresos de la banca. Una observación que también comparten los bancos. El gerente del Banco de Chile, Arturo Tagle, dijo en un seminario que “estamos en una realidad combinada de (baja) tasa de desempleo con morosidad que no habíamos visto en el pasado”.
Esta mirada se relaciona con información elaborada por el Ministerio de Desarrollo Social, la que alerta sobre los niveles de endeudamiento de las familias más pobres. Según estos datos oficiales, una de cada tres personas con sueldo inferior a 200 mil pesos mantiene deudas con casas comerciales, en tanto un 70 por ciento de los chilenos más pobres está registrado en Dicom. Otros cálculos señalan que casi ocho de cada diez de los hogares más pobres mantienen deudas con casas comerciales, bancos, familiares y almacenes de barrio y gastan, en promedio, el 60 por ciento de su ingreso mensual para cancelarlas.
Para quienes conocen la realidad de la economía doméstica, hay cifras que no cuadran. Porque el endeudamiento no sólo es a través de los bancos, sino por las tarjetas del retail. Según cita la economista Patricia Santa Lucía en un artículo publicado en Clarín Digital (www.elclarin.cl), hay en Chile 15 millones de tarjetas del retail en el mercado, cuyo no pago se castiga sólo con Dicom. “Los acreedores no pierden, porque como nos enseñó La Polar, a los deudores morosos se les aumentan los intereses, con lo que sube el valor de las acciones. Lo que pierden por no pago, lo ganan por la vía bursátil o lo cobran a las aseguradoras”, aumentando los beneficios y a la postre, la concentración de la riqueza. Dar tarjetas a diestra y siniestra es un buen negocio. Por algo, dice la economista, Horst Paulmann, el rey de las tarjetas, en marzo de 2013 llegó al lugar 114 de los billonarios más ricos del mundo según Forbes, sobrepasando al tradicional grupo Matte y también a los Solari, otros expertos en tarjetas, recién ingresados al ranking.
Revisemos un poco lo que es Dicom, lo que nos da una imagen de la realidad chilena. Hasta antes del perdonazo que entró en vigencia en noviembre pasado, había más de cuatro millones de personas en este registro y tras el borronazo que se activó el 18 de ese mes, quedaron 1.125.000 en los registros. En sólo dos días se excluyeron de la base de datos de morosidad más de tres millones de deudores, que tenían individualmente montos impagos menores a 2,5 millones de pesos. Pero qué ocurrió. En pocos meses, la cifra de deudores en Dicom llegó a los niveles previos, lo que significa que la economía chilena funciona con estos registros.
Pese a las grandilocuentes cifras del gobierno, existe una gran parte de la sociedad chilena que vive en el límite, lo que matiza estos supuestos logros y cuestiona la carrera hacia el desarrollo. En este proceso surge como principal distorsión económica la desigualdad en la distribución de la riqueza, que se modela también como obstáculo para cualquier proyecto político de inclusión social. Todas las grandes cifras económicas están y estarán contaminadas con esta torcedura. Tomemos un simple ejemplo: el actual ingreso per cápita de 19 mil dólares anuales, que equivale a más de nueve millones de pesos anuales, o a un sueldo mensual de 760 mil pesos. Una familia chilena promedio de cuatro personas debiera ganar por lo menos tres millones de pesos al mes, según esta regla básica, cifra que dista sideralmente de la realidad.
Bien sabemos adónde va a parar el producto chileno. No a los trabajadores, sino a los dueños del capital, en un proceso creciente de concentración de la riqueza. Es el efecto de un modelo económico instalado con violencia hace 40 años y reforzado durante los años de transición a la democracia mediante la compra de legisladores y gobernantes. Se trata de un modelo basado en la extracción de recursos naturales, los servicios y las finanzas, diseño político-económico entregado al sector privado transnacionalizado que ha impedido la democratización de los beneficios económicos. Es un modelo que no dista mucho a los aplicados hace cien años.
Es por ello que las actuales cifras económicas son el paroxismo neoliberal. Por un lado tienen a la gran masa de asalariados disfrutando de un empleo mal remunerado (el sueldo promedio según el INE es de 390 mil pesos, cifra que tampoco se condice con la realidad por la distorsión en la distribución en los ingresos de los sueldos más altos) y con sostenidos niveles de endeudamiento para supuestamente gozar del consumo y por otra parte, están las enormes ganancias de los grupos económicos. Chile es un país rico, pero su población vive en la pobreza.
La Alianza intentará usar este boom económico, de alto crecimiento, bajo desempleo y creciente consumo, como bandera electoral. Pero se sabe que ha sido mínimo su aporte en este proceso, por lo que toda comparación es un acto demagógico. La derecha tradicional en el gobierno ha sido administradora, lo mismo que la Concertación, de un modelo instalado hace 40 años para beneficio de los grandes dueños del capital.
¿De qué le sirve a los chilenos el alto crecimiento y el bajo desempleo? Obviamente es mejor que una recesión y falta de trabajo, pero el actual boom no cambia en nada sus condiciones económicas. Décadas de neoliberalismo es una experiencia suficiente para comprender que la situación del trabajador y consumidor se mantendrá para beneficio de las grandes corporaciones. La creciente desigualdad en la distribución de la riqueza, y su concentración en cada vez menos manos, es ya una certeza que no se alterará con mínimas reformas, como las tributarias, los bonos diversos, los subsidios a la educación o las pensiones asistenciales. El sistema de libre mercado requiere de estos caramelos para mantener su continuidad. Los dueños del capital necesitan de sus operadores políticos binominales para la validación del modelo. Sólo un cambio desde la raíz permitirá una alteración en la superficie, en las condiciones de vida de la gran mayoría de la población.
Por Paul Walder