En diversas partes del mundo, grupos y organizaciones sociales protestan por el aumento de los juegos de azar y por la construcción de nuevos casinos. Pero los chilenos aún no toman conciencia de los perjuicios asociados a esta “industria”, con dos excepciones: en Isla de Pascua y en el puerto de San Antonio una parte de la comunidad se ha opuesto a la instalación de una casa de apuestas. Existen 18 nuevos casinos a lo largo de Chile.
A la larga lista de juegos de azar y de apuestas promocionadas por todos los medios –participa y gana-, en los últimos años se sumaron nuevos casinos en todo Chile. Pero este no es un fenómeno exclusivamente nacional. Según un informe (2006) de la consultora Price Waterhouse Coopers, se espera que para el año 2010 los ingresos mundiales del juego alcancen los 125.000 millones de dólares. Cada habitante de América Latina consagra nada menos que un promedio de 250 dólares anuales al juego de azar.
En 1998, Mempo Giardinelli, escritor argentino, decía que “la pasión por los juegos de azar, así como el desenfrenado fomento reciente, también han respondido a una verdadera política de Estado. Siempre hubo juego, pero es muy fácil comprobar que en los últimos treinta años han sido los sucesivos gobiernos los que lo han fomentado. ¿Por qué? (…) Se dijo que era una manera de recaudar dineros mediante los elevados impuestos a los juegos de azar. Pero esto, sin ser falso, no responde cabalmente la pregunta. Lo que los gobiernos impulsan fomentando el juego —es mi hipótesis— no es otra cosa que una forma eficiente de control social. Y es que cuando la desesperanza gana a la gente, la gente se inventa esperanzas mágicas. El juego, la timba, es siempre una esperanza. Irracional y azarosa, pura tómbola lúdica, pero esperanza al fin. Por eso los gobiernos, cuando no pueden dar respuesta a las buenas y naturales expectativas de la sociedad, fomentan ese tipo de ilusiones que anestesian a la gente, la mantienen ocupada y distraída y, de hecho hacen que esa gente no cuestione nada”.
ALGO NO HUELE BIEN
En Chile, la iniciativa partió de la Subsecretaría de Desarrollo Regional y, tras cuatro años de trámites –con varios detractores entre los parlamentarios-, se promulgó la Ley General de Casinos (N°19.995), en 2005. Ese mismo año se creó la Superintendencia de Casinos de Juego (SCJ), cuya dirección recayó en Francisco Javier Leiva, un ingeniero civil UC cercano a la Democracia Cristiana.
En febrero de este año, en una entrevista para Radio Duna, el superintendente explicó que a los siete casinos existentes en nuestro país, se agregarán otros 18 hasta el 2015, los cuales irán acompañados de hoteles y centros de convenciones. Junto con destacar la generación de empleos -y la obligación que tienen de desarrollar obras culturales-, el superintendente mencionó que a los casinos se les cobrará un impuesto especial del 20% sobre el ingreso bruto proveniente del juego. De él, la mitad se destinará a los municipios y el otro 50% irá a los fondos de desarrollo administrados por los gobiernos regionales. Leiva afirmó que esos recursos deberán destinarse sólo a inversiones en obras públicas y no a gastos operacionales. Señaló que, hasta el momento, están operando 10 casinos, con 5.200 empleos directos y una inversión de US$ 711 millones. De éstos, el 53% corresponde a consorcios extranjeros. La ley establece de uno a tres casinos por región, separados por un mínimo de 70 km viales entre sí. El superintendente contó que, en promedio, cada visita al casino gasta –sólo por concepto de apuestas-, aproximadamente $ 25.000.
El proceso no ha estado exento de dudas y críticas. Desde mediados de 2005 existe una fuerte oposición al casino en Isla de Pascua. El alcalde y tres concejales eran partidarios, mientras los otros tres miembros del concejo municipal lo rechazaron. Hubo cartas a los diarios, al entonces presidente de la República, Ricardo Lagos, y a la Unesco. El movimiento opositor, liderado por jóvenes Rapa Nui, desmontó uno por uno los argumentos sobre el supuesto progreso que traería el casino a la isla y abogó por una alternativa de desarrollo sustentable y sostenible, acorde con la calidad de Patrimonio de la Humanidad que Isla de Pascua posee desde 1995.
En octubre de 2006 la Cámara de Diputados creó una Comisión Investigadora para estudiar el proceso iniciado con la ley general de casinos. Aunque en julio de 2007 el informe fue rechazado por la sala (26 votos a favor, 39 en contra y 13 abstenciones), indicó que «las conductas y actos del superintendente lo califican como una persona que no otorga las garantías de ecuanimidad y transparencia indispensable para el desempeño de su cargo. Por lo que se propone a la sala se acuerde solicitar a la Presidenta de la República su remoción”.
Una fuente que prefirió el anonimato -quien trabajó un tiempo para Peter LeSar, representante de Thunderbird, empresa que participó en la licitación de casinos-, recuerda: “todo era muy turbio. La Superintendencia lo dejó fuera; el gringo apeló a la Contraloría, donde le dieron la razón, pero Leiva dijo que el fallo no era vinculante y lo jodió. Oscuro. El superintendente estaba relacionado con el monopolio de los casinos en Chile, propiedad de una sola familia DC, la que se ganó casi todas las licitaciones”. Y agrega: “la ley en Chile fue hecha casi a la medida de los actuales propietarios, consolidando su monopolio, cuya omnipresencia fue ratificada por el proceso de licitación, el que además estuvo lleno de percances. Hubo acusaciones de todo tipo: agentes secretos investigando, demandas a Thunderbird en Panamá, amantes de jefes de servicios acusadas de arreglines; un enjambre de cosas bastante gráficas del medio en cuestión”. El informante continúa: “Según me parece, el problema comienza con la propia Ley de Casinos, pensada para instalar verdaderos guetos del derroche y del glamour en diversas partes de Chile, absolutamente desvinculados de los intereses ciudadanos o comunitarios. En ellos la realidad local queda reducida a un ícono del marketing para captar clientes, a un fetiche consumible”.
En septiembre de 2008, el senador Ricardo Núñez presentó un proyecto de ley tendiente a prevenir la ludopatía o adicción a los juegos de azar, iniciativa que se vio complementada -a comienzos de este año- con la creación de una Comisión de Gobierno que preside el senador Carlos Bianchi. Identificar el porcentaje de la población chilena que sufriría ese desorden de comportamiento, es uno de los temas que esta comisión debe despejar. De aprobarse, obligaría a los operadores de recintos de juego a exhibir advertencias, similares a las que se utilizan con los cigarrillos y el alcohol, sobre esta patología o los efectos en su salud.
Barricadas y enfrentamientos con carabineros tuvieron las protestas contra la construcción del casino en San Antonio, en enero de este año. Los trabajadores que laboran en el principal paseo de este puerto -de los sindicatos de restaurantes, garzones, artesanos, pescadores y vendedores de productos del mar- mostraron su rabia en una manifestación que reunió a más de 200 personas. No es para menos: las obras que levantan una inmensa mole que albergará al casino, a un hotel y a un mall, tienen copado el sector, por lo que la actividad comercial ha bajado en un 70%. Además, los dirigentes estiman que la competencia de ese inmenso complejo –que ya no deja ver el mar a los transeúntes de la plaza de San Antonio- llevará a la quiebra a muchos pequeños negocios, generando más cesantía en una provincia que ya sufre por ello.
Ricardo Mascheroni, docente e investigador en la Universidad Nacional del Litoral (Argentina), escribió en octubre de 2008 (Argenpress): “Anticipándose a los tiempos de vacas flacas en su respectivos países, las grandes operadoras de casinos salieron a la caza de nuevos incautos en las zonas periféricas del mundo, presionando o induciendo a las autoridades respectivas a aceptar la instalación de salas de juegos en sus territorios. Los consabidos cantos de sirena para poder radicarse en uno u otro lugar repiten hasta el hartazgo la muletilla de que generarán más inversión, mayor recaudación de impuestos, turismo y la creación de miles de puestos de trabajo, lo que casi nunca se cumple y siempre el remedio es peor que la enfermedad. Debe haber existido una mirada tuerta, cuando no directamente interesada en el tema, que ha jerarquizado el aspecto económico y la rentabilidad de unos pocos, sin un análisis profundo y serio sobre los impactos negativos de los mismos en la economía, trabajo, salud y valores sociales de los pueblos”.
COSTO/BENEFICIO: 2 A 1
Los investigadores de la Universidad de Illinois (EUA), Earl L. Grinols y David B. Mustard en Rentabilidad Económica contra Rentabilidad Social: Evaluando Negocios con Externalidades, el Caso de los Casinos (2002), indican que el proceso de aprobación del juego por las comisiones gubernamentales suele tener defectos y puede también torcerse debido a las masivas presiones de la industria del ramo. Entre 1991 y 1996 los consorcios del juego pagaron más de 100 millones de dólares en donaciones a legisladores y grupos de presión.
Sobre los supuestos beneficios económicos creados por los casinos, observan que no es suficiente contar el número de puestos de trabajo creados. Estos nuevos empleos suelen compensarse con las pérdidas de los negocios cercanos que se ven dañados, como los restaurantes y otras alternativas turísticas.
Demuestran que el juego implica costos sociales como el aumento del crimen (por ejemplo, fraude y malversación), la pérdida de tiempo de trabajo, las bancarrotas y dificultades financieras para las familias del adicto; los suicidios, y los costos familiares como descuidar a los hijos. Estos problemas cuestan a la economía 54 mil millones de dólares anuales, es decir, casi la mitad de los causados por el abuso de la droga en los Estados Unidos. Los autores también determinaron que en 20 años los condados estadounidenses que tienen casinos aumentaron en 44% su índice delictivo, superando la media nacional.
Los ahorros y fondos destinados a gastos individuales son absorbidos por unos cuantos empresarios del juego, en detrimento de la mayoría de la población, que podría dedicar tal ingreso a actividades de producción, inversión u otros consumos que favorecerían la distribución del ingreso en espectros geográficos y poblacionales locales y regionales.
Los investigadores encontraron que los costos de los casinos son por lo menos 1,9 veces más grandes que los beneficios.
El Instituto Vanier para la Familia de Canadá hizo público un estudio (2006) titulado: Gambling with our (Kids’) Futures: Gambling as a Family Policy Issue. La autora, Arlene Moscovitch, afirma que la pérdida de juego por adulto en Canadá en el período 2003-2004 fue de unos 50 dólares canadienses por persona al mes; que el gasto por hogar se estima en 1.080 dólares canadienses, una suma más alta de lo gastado en educación y cuidado personal; que los hogares con menores ingresos gastan en el juego proporcionalmente más, convirtiéndolo en una especie de impuesto regresivo voluntario y que cerca del 40% de los ingresos que el gobierno obtiene del juego provienen de población adulta que lucha con la adicción al juego.
En Estados Unidos, entre el 2 y 4% de la población manifiesta esta patología, cifra que se duplica entre personas que viven a 80 kilómetros a la redonda de un casino.
LA CASA SIEMPRE GANA
La posibilidad de morir por un rayo en España es de una entre diez millones, la de acertar la primitiva (un juego de azar) es menor: una de cada catorce millones. Así es, la lotería difícilmente te va a sacar de la pobreza. Olga Juliá Ferran, profesora del Departamento de Probabilidad, Lógica y Estadística de la Universidad de Barcelona, sostiene que si uno calculara las probabilidades reales de ganar “se le pasarían las ganas de jugar”.
Según explican Anthony E. Estate y David Groome en Probability and Coincidence, “para tener una expectativa razonable de ganar a la lotería una sola vez tendríamos que jugar todas las semanas durante 250.000 años, durante los cuales habríamos gastado unos 20 millones de euros”.
Claudio Escobar, ingeniero civil UC y profesor de matemáticas, dice que en Lo Hermida le preocupaba ver llenos de máquinas tragamonedas los negocios de la cuadra. El profesor afirma que “Los casinos y esas maquinitas están hechos para dar plata al dueño, en caso contrario no las construirían. Su probabilidad subyacente es mayor para el propietario (más de un 50%) y como dice la Ley de los Grandes Números: la probabilidad teórica tiende a confirmarse con la ocurrencia de muchos eventos, por lo tanto, ¡la casa gana! “. Explica que “para quebrar un casino se pueden estudiar las ruletas o las máquinas y cachar qué números salen más y apostarles, pero eso requiere de mucho tiempo y dinero. Yo recomiendo una cosa a los apostadores de las poblaciones: si alguien está viciado y acierta, tome la plata y váyase para la casa, porque lo seguro es que a la larga opere la Ley de los Grandes Números y usted termine por perder esas monedas que había ganado!”.
JUEGO DE IMAGINARIOS Y FANTASÍAS
Jorge Moraga, periodista y antropólogo afirma: “Sin duda es diferente un casino de juegos, de características más elitistas, a las máquinas tragamonedas en los almacenes de barrio. Me parece que ambas tienen un fundamento similar, que podría rastrearse en la necesidad compulsiva por el derroche que caracteriza a la sociedad latinoamericana y española en general, aún marcadas por la fuerza del barroco. Es interesante la comparación del mismo fenómeno en otras culturas. Por ejemplo, la proliferación de juegos de azar y casinos en China, donde también se busca desesperadamente la ganancia, pero para iniciar algún negocio y así obtener prestigio y establecer guanxi (relaciones). En el caso chileno y el chino podría decirse que se observan dos éticas del trabajo -y de relación con el dinero- absolutamente diferentes. Una, basada en la dilapidación y la quema festiva del excedente, la otra, en el ahorro casi ascético”.
Mauricio Rojas, historiador y antropólogo, profesor del Programa de Gestión Cultural de la Universidad de Chile: “Hay que hacer una distinción: toda cultura humana se ha sentido fascinada por la adivinación, la suerte, el pronóstico, el oráculo; saber qué le depara el destino, tener una incidencia en el futuro. Ello es parte de la mitología humana, de la fantasía, y creo que eso es un aspecto saludable; es un componente natural de la humanidad. Distinto es cuando entra el Capital a hacer usufructo de esta característica, cuando, a través de una industria del lucro, juega con las expectativas de la gente, desde las maquinitas de la población, hasta los casinos en las ciudades.
El Chile de hoy es como Las Vegas del cono sur; está rodeado por un desierto, aislado; es un país que se siente más unido a Europa y a EUA que a su propia vecindad. Un país que se ha tratado de inventar a través de una fantasía -y con nula lectura crítica de su historia-, como el país del desarrollo, del futuro, que crece, que construye edificios, -con hartas luces de neón-, que sube su estándar de vida, pero de espaldas a su pasado y a sus vecinos.
El chileno medio se ve a sí mismo como un ser exitoso; ahora puede pagar una universidad privada -hay que reconocer a los gobiernos de la Concertación que este país se ha enriquecido; si la gente que antes entraba al casino era el 1% de la población, ahora puede entrar el 35-40%. Somos como los nuevos ricos del barrio, pero creemos más en la industria del entretenimiento que en el sustento cultural del desarrollo.
En Chile carecemos de una cultura más profunda, más sofisticada –que sí existió desde los años veinte en adelante-. En las últimas décadas hemos vaciado el potencial intelectual de este país y hemos aumentado la capacidad de consumo, pero no del consumo cultural. No se están comprando más libros, ni más discos de la industria nacional, no hay más lectura ni más asistentes al teatro. Aquí no ha crecido el público para el Municipal o el de las salas de exposición; la gente llega al arte cuando es un espectáculo, cuando viene La Fura dels Baus a armar la Muñeca de Cobre. Se prefiere hacer un carnaval en Valparaíso, pero no tenemos financiamiento público para una buena escuela de arte o una academia de teatro en esta ciudad; siempre estamos en la superficie. Y el casino es la figura perfecta de la entretención fácil, superficial y que te puede llevar al éxito y al prestigio; un lugar hedonista, con lujuria, glamour, farándula, gente bonita; es la isla de la fantasía. Eso es lo que está vendiendo el modelo, el sistema; ahí está, a la mano, y ahora hay plata para ir”.
Roberto Fernández D., psicólogo y Magíster en Psicología Social: “Tenemos en el imaginario la posibilidad del ascenso automático al éxito monetario. El casino se ha convertido en un espacio legítimo y aceptado en donde se puede dar el salto, dejar de trabajar, acceder a los bienes que siempre quisiste. Es un espacio para quedar atrapado, fuera del tiempo, con acceso a comida y lugares para descansar. Es considerado como valor urbano, turístico, de glamour; en el imaginario se ve que al casino va gente con plata, de la farándula. Es un espacio permanentemente iluminado, con gente bien vestida. Esa experiencia genera una afectividad. El imaginario no sólo entrega un contenido, sino que te vende un afecto. En el casino el individuo se la juega solo. Es una vía personal hacia la meta: vida de ricos y famosos. Estamos ante una utopía individual.
Antes, el logro económico estaba vinculado al trabajo, al esfuerzo –que era un camino largo. Actualmente se han ido legitimando los caminos cortos: el juego, la suerte, el azar y la delincuencia, el crimen organizado. Son caminos paralelos hacia el imaginario del dinero, en que lo común es el riesgo. Y sabemos que a nivel neurológico el riesgo genera sustancias adictivas, como la dopamina, la adrenalina. Eso encaja con el fomento del deporte aventura. Y la falta de regulación sobre el riesgo es lo que caracterizó al llamado Capitalismo Casino, que hoy se encuentra en plena crisis”.
Por Cristian Sotomayor
El Ciudadano