La decisión estaba tomada. Para suceder a Dominique Strauss-Kahn se designó a la actual ministra de Economía de Francia, Christine Lagarde, una ex campeona de natación que ahora se sumergirá en las turbulentas aguas del FMI.
Dominique Strauss-Kahn, quien hasta hace poco más de una semana, era uno de los hombres más poderosos del mundo, se ha convertido en una vulgar atracción turística: los micros repletos de extranjeros que recorren Nueva York anuncian como un nuevo punto de interés su residencia temporal en Broadway, cerca de la zona cero, ubicada a unos pasos de Wall Street. Los visitantes toman fotos, mientras los guias anuncian por los altoparlantes que ahí adentro está alojado el ex director del Fondo Monetario Internacional con una tobillera electrónica.
El ex director gerente del FMI está recluido en esa celda de lujo, libre bajo fianza de 6 millones de dólares, a la espera de su próxima cita ante los tribunales penales por intentar violar a una mucama de un lujoso hotel neoyorquino.
La suerte de Strauss-Kahn ilustra el fenómeno que el periodista estadounidense Tom Wolfe, bautizó como «los amos del universo» en su novela en «La hoguera de las vanidades». Para Wolfe, los amos del universo eran a aquellas personas de ambición desmedida y arrogancia imperial que dirigen los destinos del planeta. La novela no estaba ambientada en el FMI sino en las entrañas del poder financiero de Wall Street. Para el caso, da lo mismo. Ellos son los que cuentan, no los que rinden cuentas.
Aunque el extravagante Strauss-Kahn haya dado mayor espacio a los países emergentes, el FMI y el Banco Mundial se diseñaron como instrumentos para que Occidente establezca la ley para los mercados emergentes. Numerosos economistas que han trabajado para ambas instituciones durante las últimas décadas han terminado en posiciones muy destacadas –desde ministerios a bancos centrales– en todo Medio Oriente, Asia y Latinoamérica. Por ese motivo, todos han comprado la ficción de que el FMI era un “socio creíble” para sus gobiernos. La verdad es que el único “socio creíble” del FMI ha sido siempre el Tesoro de EE.UU.
Hace tres años, Piroska Nagy, economista del FMI, tuvo una breve relación con Strauss-Kahn, y aunque se trató de una relación consentida y no de una violación, la ex esposa del argentino Mario Blejer afirmó en una carta a investigadores que hubo coerción por el poder que gozaba su jefe y concluyó así: temo que es un hombre con un problema que podría hacerlo inadecuado para encabezar una institución donde trabajaban mujeres bajo su mando.
De manera burda, el defraudado aparato socialista francés ha defendido a Strauss-Kahn y ha acusado a su víctima, la mucama africana, de formar parte de una siniestra conspiración contra el fallido candidato que los llevaría de regreso al Palacio del Elíseo.
Además de ser el representante de grandes intereses empresariales, el Partido Socialista francés cuenta con una larga y sórdida historia de apoyo a sangrientas guerras coloniales: Indochina, Argelia y docenas de intervenciones militares en África. En la actualidad apoyan las guerras contra Libia, Iraq y Afganistán.
Aunque los franceses hayan puesto el grito en el cielo ante lo que consideran el linchamiento mediático del fallido candidato del socialismo francés, un comentario en Twitter resume las aristas políticas del caso: nadie le dijo a Strauss-Kahn que ser director del FMI no implica que puedes hacerle a las personas lo que el FMI les hace a los países.
Bajo los dictados de Strauss-Kahn el FMI impuso los recortes sociales más reaccionarios de la historia reciente en España, Grecia y Portugal: la tasa de desempleo asciende en España entre los menores de 30 años al 45 por ciento y, en el conjunto de la población, al 22 por ciento; en Grecia, al 16 por ciento y en Portugal, al 13 por ciento. Las jubilaciones se han reducido un 15 por ciento y los salarios, un porcentaje igual o superior. Gracias a Dominique Strauss-Kahn se van a privatizar grandes sectores de la economía griega valuados en 50.000 millones de euros. Con las medidas de austeridad del FMI las economías de Europa meridional se contrajeron: las inversiones públicas y el consumo privado experimentaron un retroceso y las tasas de crecimiento negativo de los tres últimos años rondan entre el 5 y el 10 por ciento sin que haya un final a la vista.
Los franceses han dirigido el FMI durante 26 de los últimos 33 años. La distribución del poder es medieval; hay nueve europeos entre los 24 directores; el director brasileño representa a nueve países, pero su voto pone en la balanza solo un 2,4%; el voto de EE.UU. vale cuatro veces más.
Esos 24 directores ejecutivos elegirán ahora al próximo jefe del FMI. Los europeos ya están involucrados en una sorda batalla porque no quieren entregar el trofeo a ningún candidato de los países emergentes.
La canciller alemana Angela Merkel, el presidente francés Nicolas Sarkozy y el primer ministro italiano Silvio Berlusconi se apresuraron a subrayar que el próximo jefe del FMI debería ser europeo. La prioridad de todos ellos consiste en cómo reembolsar a los grandes bancos europeos después de que Grecia amenazó con abandonar el asediado Euro y tuvo que ser contenida, por la fuerza, por los poderosos bancos europeos que participaron en un salvataje cuyos resultados les resulta más que impredecibles. No les importa que China haya insistido en que el nuevo dirigente debería proceder del mundo en desarrollo. No importa que haya numerosos candidatos competentes, desde el turco Kemal Dervis al sudafricano Trevor Manuel, del gobernador del Banco de México, Agustín Carsten al indio Montek Singh Ahluwalia. El número puesto de los europeos es la actual ministra de Economía de Francia, Christine Lagarde, una ex campeona de natación que ahora pretende sumergirse en las turbulentas aguas del FMI.
Sin embargo, Lagarde está bajo investigación por un pago de 285 millones de euros a Bernard Tapie, un empresario amigo de Sarkozy, para solucionar una disputa con un banco estatal. El 10 de junio -es decir, el mismo día en que vence el plazo para presentar candidaturas al FMI-, los jueces decidirán si inician una investigación contra la ministra de Economía y candidata a reemplazar a Strauss-Kahn.
Aficionada a los elegantes trajes de Chanel, Lagarde fue jefa del estudio jurídico Baker Mackenzie de Chicago, y en 2009, fue proclamada mejor ministro de Finanzas de Europa por el Financial Times. Pero, por sobre todo, Lagarde es alguien en quien Washington y Wall Street confían para que no presente exóticas ideas de redistribución de la riqueza.
Por Walter Goobar
El Ciudadano