Un amplio panorama histórico al liberalismo económico en Chile es desarrollado por el historiador Manuel Gárate Chateau en su libro La revolución capitalista en Chile (Ediciones Universidad Alberto Hurtado). Con especial énfasis en la implantación del neoliberalismo (modelo social de mercado, como le llaman sus amigos), el libro da cuenta del arribo de las ideas liberales a Chile, a comienzos del siglo XIX, y su despliegue acompañando la República hasta el fin del gobierno de Lagos. También analiza el rol de los economistas de CIEPLAN en el destino del modelo en tiempos democráticos.
La ortodoxia de Gustavo Ross Santa María a principios del siglo XX, el periclitar del liberalismo ante el Estado industrial de la década de 1930 y el modelo económico cepaliano que promovía la industrialización por sustitución de importaciones, también son analizados por Gárate. Así mismo da luz sobre la llegada de la Escuela de Chicago en la década de 1950 y su convenio con la Universidad Católica, acuerdo rechazado anteriormente por la Universidad de Chile por exigir la enseñanza exclusiva de su doctrina económica en su programa de estudios; y el apoyo inmediato de El Mercurio, dando tribuna a los economistas formados en las ideas de Friedrich von Hayek y Milton Friedman.
¿Cuál fue el papel de El Mercurio en la década de 1950?
– Es el órgano de difusión y lobby. El paraguas para este acuerdo entre la Universidad de Chicago y la Universidad Católica. Le da espacio a jóvenes economistas para escribir la página económica del diario, lo que es una caja de resonancia fuerte. Un historiador conservador, Ángel Soto, ha hecho un recorrido muy bueno por las editoriales de los economistas en El Mercurio en los años ’50.
Es central El Mercurio porque a pesar de que el Estado de compromiso se construyó con la anuencia de los empresarios, muchos de ellos hicieron grandes negocios con la Corfo en el siglo XX. Los Yarur, por ejemplo, crecieron al alero del Estado. Lo que hizo El Mercurio fue alinearse con la visión más liberal: que el Estado les restaba espacio a los privados. Ese el núcleo central de esa ideología: mientras haya un Estado fuerte, los privados jamás podrán desarrollarse con todo su potencial.
En el libro relatas que cuando llega la Escuela de Chicago, la Universidad de Chile rechazó el acuerdo por la exigencia que hacían de una escuela económica exclusiva a su doctrina económica, sin cabida a los estructuralistas cepalianos, que eran la hegemonía en aquel tiempo, o los economistas marxistas. Al final se fueron a la UC ¿cómo explicas ese afán monopolizador de la ‘verdad científica’?
– El programa de cooperación con la Universidad de Chicago está pensado dentro de la lógica de la guerra fría. Es decir, Estados Unidos ve el peligro de la potencial influencia de la URSS y de grupos revolucionarios o nacionalistas latinoamericanos que pusieran en peligro la hegemonía latinoamericana en el continente. Para eso era necesario instalar una nueva economía en América Latina y los economistas más peligrosos no eran los marxistas, sino que la CEPAL. O sea, el surgimiento de un pensamiento económico latinoamericano cuya principal idea era evitar la dependencia de los mercados.
CIEPLAN Y ALEJANDRO FOXLEY
También llama la atención el rol jugado por CIEPLAN y Alejandro Foxley como primer ministro de Hacienda de la transición.
– El origen de CIEPLAN es su expulsión de la PUC por la presión de los Chicago Boys. Era tal su nivel ideologizante que expulsan a los economistas que integrarían CIEPLAN, bien liberales también, porque se oponían a la violencia, las políticas de shock económico de 1975 y a las transformaciones más radicales. Eso los obliga a dejar la PUC y crean CIEPLAN, centro que desde un principio se va a mostrar partidario de una transición negociada y pactada para salir de la dictadura. Por ello desde muy temprano, a principios de los ’80, estos economistas van a tener contacto con sectores empresariales y de la derecha más liberal, sobre todo después de las protestas de 1983-85 y el brote de resistencias a la dictadura en 1986, como el atentado a Pinochet. Eso va a generar la convicción en muchos de estos economistas e importantes políticos de la Democracia Cristiana de que la transición no puede ir por la vía armada, como lo planteaba el Partido Comunista, por lo que había que buscar una salida pactada de la dictadura dentro del itinerario institucional dado por ella misma y del modelo económico.
Una claudicación al modelo que culmina con Ricardo Lagos reconociendo al gran empresariado como locomotora de la economía chilena.
– Hay un espacio para estudiar allí. Llama la atención como se abandonan varias cosas escritas por estos economistas. El Foxley de fines de los ’70 no tiene nada que ver con el Foxley de los ’90. La caída del muro provocó un cambio de paradigma tan brutal que cualquier idea de planificación económica, incluso las más keynesianas, van a ser tildadas de estatismo o de vínculo con el marxismo. Así, lo único que va a quedar es el corazón más neoliberal.
Recordemos que a principios de los ’90 se hablaba del fin de la historia, de la inexistencia del Estado. Un nivel de radicalismo fruto de la euforia del capitalismo triunfante. Y en eso Chile no quedó fuera. Eso afectó a un país saliendo de la dictadura con las fuerzas armadas tutelando la democracia. Cuando estos economistas llegan al gobierno se dan cuenta que las cifras macroeconómicas no están tan malas y que cualquier cambio puede generar más riesgo. Lo primero que necesitan es aquietar el mundo social. El libro que queda por escribir es como la Concertación neutralizó al mundo social.
* La entrevista en extenso podrá encontrarla en la próxima edición de El Ciudadano.
Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
El Ciudadano
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