La colusión, una práctica empresarial que escandaliza a los consumidores de medicamentos, pollos, de supermercados, a los clientes de la banca y los usuarios de buses interprovinciales y telefonía celular, es hoy un modelo de gestión empresarial. Tras tres décadas de neoliberalismo, el poder de las grandes corporaciones ha terminado por arrasar los mercados, con la competencia. El resultado es un poder ilimitado, que controla a los trabajadores, consumidores y a los poderes del Estado.
El diseño político económico puesto en marcha desde los años ’70, entonces conocido como El Ladrillo, primer experimento neoliberal en el mundo, ha tenido portentosos efectos al revisarlo 35 años más tarde. Lo que los discípulos de Milton Friedman instalaron en Chile durante la primera década de la dictadura sería el primer ejercicio de un modelo que se extendería a lo largo y ancho del mundo con consecuencias hoy desastrosas. No para las grandes corporaciones ni para las elites económicas, financieras y políticas, sino para el resto de la población. En el lenguaje de los “ocupa” de Wall Street, para el 99% de los ciudadanos.
La experiencia chilena, que tal vez es una de las más extensas en el tiempo, tiene características que posiblemente la hacen ejemplar. De hecho, Naomi Klein incorpora la aplicación del modelo en medio del estrés y brutalidad de la dictadura, lo que inaugura lo que ella denomina “La doctrina del Shock”. El modelo neoliberal requirió para su instalación, desde Chile al mundo, de una población en estado de shock. Si en la década de los setenta fueron los chilenos, hoy son los griegos, españoles, portugueses e italianos.
El diseño de este modelo es avanzar hacia la apropiación de la riqueza por las élites. Principalmente las financieras, aun cuando queda también para las económicas y políticas. En el caso chileno, tras más de tres décadas de pleno ejercicio neoliberal, lo que tenemos es una concentración de la riqueza en manos de un estrecho y poderoso grupo y una población usada como mano de obra barata y consumidora.
El gran discurso neoliberal mantuvo por largos años la idea que el mercado era el mejor distribuidor de los recursos económicos, pero no precisaba cómo. Hoy bien lo sabe la ciudadanía, pero tras haber sufrido un trasvasije de la riqueza desde los trabajadores y consumidores a las grandes corporaciones, quienes se han apropiado de los mercados.
Bastaron estas dos a tres décadas para consolidar lo que hoy tenemos. Una concentración muy densa del capital y los mercados. Tras haber sacado del mercado a la competencia, tras haber desmantelado las organizaciones de trabajadores, tras haber cooptado a toda la clase política, las grandes corporaciones hoy manejan la economía, y también la política, a sus anchas.
Las grandes empresas se han convertido en los mecenas de los partidos
Sólo hubo algunos problemas. Al haber arrasado con todo, al haber convertido en negocios la educación, la enfermedad y la muerte, los efectos sociales son hoy incontrolables. Y al haber concentrado con fruición y avaricia la riqueza y los mercados, terminaron por eliminarlos. La tan sacrosanta libertad de mercado, piedra angular de los neoliberales, ya no existe porque no existen mercados. A partir de entonces, lo que se genera no es competencia, sino carteles, colusión, acuerdos de producción y de precios. La ley del más fuerte se impone como norma.
HASTA MIDEPLAN SE ESCANDALIZA
Del primer problema surge una estructura económica que convirtió a Chile en uno de los países más desiguales del mundo, proceso natural del neoliberalismo. Sin un Estado fuerte, que frene esa fuerza, la tendencia es hacia una mayor concentración. Las estadísticas de crecimiento de las utilidades de las grandes corporaciones avanzan a un ritmo sensiblemente superior al del resto de la población. Y en algunos casos, es posible afirmar que a medida que aumenta la riqueza arriba, se empobrece la base social.
Basta observar las estadísticas oficiales. Un informe de Mideplan, que recoge los daños del terremoto, concluye que el último año hubo un aumento de la pobreza a nivel nacional, la que pasó de un 16,4 a un 19,4 por ciento. Podemos decir que casi un veinte por ciento de la población chilena vive bajo la línea de pobreza. O una de cada cinco personas es pobre en Chile. Una condición en un país cuyo producto anual per cápita asciende a casi 15 mil dólares, el más alto de Latinoamérica, pero que exhibe una de las estructuras socioeconómicas más desiguales del mundo. Aquella misma encuesta Casen elaborada en 2009 constató no sólo un aumento de la pobreza en el país durante la segunda mitad de la década pasada, sino también un ensanchamiento de las brechas de la distribución de la riqueza.
El ensanchamiento de la brecha sucede mientras las grandes corporaciones obtienen ganancias siderales. Como ejemplo, basta citar a las grandes empresas mineras, las que ganaron en 2010 más de 14 mil 500 millones de dólares. O también la banca, que el año recién pasado elevó en más de un veinte por ciento sus utilidades, las que llegaron a más de 3 mil 300 millones de dólares.
La excesiva concentración de mercados ya no está sólo en los bancos, en la minería o en las comunicaciones. Penetró con fuerza el comercio minorista, expulsando del mercado a las tiendas de vestuario (aquellas viejas boutiques), ferreterías y almacenes de barrio. Hoy en día, cinco grandes cadenas de supermercados (Cencosud, D&S, SMU, Southern Cross y Tottus) tienen el 94 por ciento de las ventas, en comparación con el 65 por ciento del año 2004. En sólo cinco años desaparecieron más de 50 pequeñas y medianas cadenas de supermercados.
Un estudio de la Cámara Nacional de Comercio ofrece cifras impactantes. De los más de 300 mil establecimientos comerciales registrados en el país, un 98 por ciento está en la categoría de medianas, pequeñas o microempresas. Pero las grandes empresas del sector, que son apenas el dos por ciento del total, concentran más de la mitad del total nacional de las ventas. Se trata de una distorsión que no sólo se genera por los malls y grandes supermercados, sino en la penetración a través de “tiendas de conveniencia” y formatos Express, en barrios y poblaciones, otrora territorio de almacenes, panaderías, ferreterías, bazares y botillerías. En Chile no hay área rentable o potencialmente rentable que no sea negocio de grandes corporaciones. Hoy, en el extremo más alto, con orgullo se exhibe Falabella y Cencosud como unos de los mayores grupos de los retailers latinoamericanos: Cencosud, con ventas por más de nueve mil millones de dólares, en tanto Falabella con 5 mil 600 millones.
En el comercio, el caso más característico de concentración y control de los mercados está en las farmacias: Tres cadenas –Farmacias Ahumada, SalcoBrand y Cruz Verde– tienen hoy más del 95 por ciento del total de las ventas de medicamentos y afines. ¿Cómo se llegó a este extremo nivel de espesura? Quitando del negocio a cientos y miles de pequeñas boticas de barrio. Si en la década de los setenta existían unas dos mil farmacias, hacia los noventa quedaban no más de 1.600. Hoy, tras los procesos de fusiones y adquisiciones de los grandes grupos, unas 500 boticas se reparten ese cinco por ciento de las ventas.
Con la fuerte penetración de Sodimac, Construmat e Easy, hacia mediados de la década de los noventa le llegó la hora a las ferreterías. Si hace una década había en el país unas ocho mil ferreterías, hoy un censo las cifra en unas 2.500. Una estadística que no relata las angustias y sufrimientos por esas miles de quiebras.
Cuando hace un par de años la colusión de las tres grandes cadenas de farmacias en los precios de los medicamentos motivó demandas ante el Tribunal de la Libre Competencia, hoy, pese al escándalo, nada parece haber cambiado en lo medular. Porque la concentración y la colusión no sólo la goza ese sector, sino, como hemos visto, el negocio de la producción de carne de ave, el transporte en buses interprovinciales, la venta de supermercados, la telefonía celular y la banca, según las acusaciones y demandas que levantan las mismas autoridades económicas.
El modelo neoliberal ha requerido para su instalación, desde Chile al mundo, de una población en estado de shock
Más que una transformación del modelo, lo que las autoridades buscan es su legitimación. Regular para recuperar el apoyo que tuvo el modelo de libre mercado durante las décadas previas. Pero sin una legislación que cambie desde las bases del sistema, el poder ubicuo de las grandes corporaciones, terminará con volver las cosas a su cauce original. El ejemplo de la crisis de las subprimes en Estados Unidos, que tras sanciones y algunas débiles reformas volvió a repetir los mismos ilícitos, vale para el modelo nacional.
EL PODER TOTAL: LA INTEGRACIÓN VERTICAL
El poder de las grandes corporaciones, que ha logrado penetrar hasta en los mercados más sencillos y humildes, ofrece una doble estructura: La integración vertical. Controlan no sólo un sector de la economía, sino toda la cadena productiva. Dominan no sólo el comercio, sino la extracción, elaboración y distribución. La gran empresa adquiere características de ubicuidad, en tanto su afán de crecimiento y rentabilidad no sólo las impulsa a ganar más mercados, sino a sacar del escenario por toda la cadena de producción y distribución a la competencia. Es la naturaleza del libre mercado desregulado.
Tomemos algunos casos. La farmacia Cruz Verde, que tiene un 40 por ciento de las ventas de medicamentos, cuenta con el laboratorio Mint Lab Co. a través del que importa y fabrica genéricos. En la distribución tiene a Socofar y el negocio financiero lo realiza a través de Solventa, aliada con CMR Falabella. Farmacias Ahumada, que tiene más del 30 por ciento del mercado de medicamentos, produce sus medicamentos a través del Laboratorio Fasa. Y la construcción de locales la realiza con la inmobiliaria Fasa.
En las tiendas de departamentos podemos citar a Falabella, que tiene el 45 por ciento del mercado de este rubro. Pero también lidera el sector de centros comerciales con su participación en Mall Plaza, tiene el 36 por ciento del mercado de las ferreterías y afines con Sodimac y una creciente presencia en el negocio financiero. Con CMR y el Banco Falabella ya controlan el cinco por ciento del total de los créditos de consumo.
La banca tampoco es solo banca. Los servicios “de apoyo al giro”, como agencias de seguro, corredoras de bolsa y financieras, entre otras, conforman una estructura vertical de enorme poder. Por ejemplo, el Banco Santander, que tiene un 20 por ciento de los créditos, tiene también el siete por ciento del mercado de los seguros de vida y es socio de Transbank, la entidad que administra las tarjetas de crédito y de débito. De una situación similar gozan los bancos de Chile y el BCI. Como dato de la causa, el Santander ganó más de mil millones de dólares en 2010; el Chile obtuvo 808 millones y el BCI 474 millones.
Porque la colusión no sólo está en la apropiación de los mercados como si fueran una hacienda, un territorio conquistado. Está en la subcontratación que hacen las grandes empresas para ahorrar costos, evitar contratos laborales y desmantelar las organizaciones sindicales. Está también en la falsificación de resultados financieros, tanto para aparentar pérdidas o para revertirlas, como ha sido el caso de La Polar. O también está el caso de empresas que tienen a sus trabajadores permanentemente boleteando o con tratos de palabra. Según los economistas Gonzalo Durán y Marcos Kremerman, en Chile hay casi 1,2 millones de falsos asalariados.
La colusión se expresa en prácticas cotidianas, desde laborales a financieras, que convierte a Chile en una economía con tecnología del siglo XXI y normas del XIX. Aquí, las empresas encierran a sus trabajadores en los turnos nocturnos y también diurnos, las empresas de educación superior “sin fines de lucro” realizan todo tipo de subterfugios para ocultar gigantescas utilidades, los bancos cobran tasas de interés usureras, que en ninguna otra parte del mundo son permitidas, las isapres suben unilateralmente sus tarifas porque alegan alza de costos médicos en circunstancias que aumentan sus utilidades en un 70 por ciento, lo mismo que las AFPs, que también aumentan su rentabilidad mientras los fondos de los trabajadores pierden millones de dólares por la crisis.
Ellos, que ayer cooptaron a la Concertación con regalos y directorios, son los que hoy administran el país
Todo ello es posible por otra colusión, la mayor de todas: El lobbying político permite a vista y paciencia de la ciudadanía la cooptación de militantes como miembros de los directorios de las corporaciones. Las grandes empresas se han convertido en los mecenas de los partidos.
Es por ello que Durán y Kremerman hablan de un gran cartel, de una élite coludida, “que determina lo que Chile debe consumir, lo que los trabajadores deben ganar, el reajuste del salario mínimo, lo que usted tiene que ver en TV, los impuestos que quieren pagar, la tasa de interés máxima convencional o las donaciones que quieren realizar a obras benéficas, campañas políticas, o centros de pensamiento y universidades”. Ellos son “los miembros de las 4 mil 500 familias, que controlan los 114 grupos empresariales que existen en Chile”. Ellos, que ayer cooptaron a la Concertación con regalos y directorios, son los que hoy administran el país.
Por Paul Walder
El Ciudadano Nº117, primera quincena enero 2012
Foto de diariopyme.com