En lo que va de 2009, han sido asesinados 28 sindicalistas en Colombia. Los últimos, el 1 de octubre: fueron tiroteados un abogado sindical y un sindicalista. De los sindicalistas asesinados, 12 eran trabajadores de la empresa Nestlé, según el informe de la Confederación Sindical Internacional. Muchas preguntas sin respuesta al respecto.
Hace un par de semanas, medios colombianos informaban que habían sido asesinados seis miembros de una comunidad negra entre los municipios de Junín y Barbacoas, zona con presencia de guerrilla y paramilitares. El Ejército tiene allí efectivos, pero no asegura la protección de la población civil, según lo han denunciado líderes de esa comunidad atacada. Tras esas muertes, la intención de grupos armados ilegales de forzar el cultivo de hojas de coca a los campesinos.
Las muertes son noticia destacada, por eso lo sorprendente e inexplicable es que esas muertes no hayan merecido la atención de grandes medios europeos.
Barack Obama ha dicho en su reciente viaje a China que «cuanto más libre fluye la información, más fuerte es la sociedad». Hermoso alegato contra cualquier censura. Pero no informar de esas muertes no ha sido censura, sino otra maldad. Hoy hay nuevos y novedosos ataques contra la libertad de expresión y el derecho a la información de los ciudadanos, que poco tienen que ver con la zafia censura de antaño y de siempre: la ocultación sistemática de lo que no interesa… a determinados grupos e intereses. O el maquillaje y camuflaje de las informaciones que no convienen a la minoría privilegiada, no se les vaya a fastidiar el negocio por una conciencia ciudadana activa.
Grandes medios han publicado en portada la masacre perpetrada por un oficial musulmán del ejército de los EEUU en una base militar. Pero ni una línea sobre esa otra masacre de ciudadanos colombianos de una comunidad negra. Y ni una línea de los asesinatos continuados de sindicalistas. Acaso porque publicar que aún hay masacres en Colombia (de sindicalistas, de afrodescendientes, de indígenas…) quiebra esa imagen de seguridad democrática que los grandes medios pretenden otorgar a la Colombia de Uribe.
Pascual Serrano, investigador de la veracidad y honradez de los grandes medios informativos, autor de Desinformación. Como los medios ocultan el mundo (Península, 2009), asegura que «no es que los medios informativos mientan sistemáticamente, pero el actual nivel de desinformación, de retorcimiento de los hechos, de presentación alterada de la actualidad, da como resultado que vivamos una gran mentira».
Y eso es lo que hay: un sistema de ocultaciones y alteraciones de la realidad, de lo que ocurre, cuyo común denominador (más allá de la banalidad e irresponsabilidad globales que también han alcanzado a los grandes medios) lo constituyen los intereses de la minoría privilegiada que, tras concentraciones y fusiones empresariales, controla las tres cuartas partes de los medios de comunicación del mundo.
No cabe alegar que al haber tantas noticias cada medio es soberano para elegir qué noticias publicar, emitir o radiar. Por supuesto. Pero no es admisible la quiebra evidente de los criterios profesionales de elección más aceptados y practicados hasta hace unos años. ¿Es noticia la masacre de soldados en una base militar estadounidense y no la masacre de ciudadanos de raza negra en Colombia? ¿Por qué razones?
Cuando se elige qué es noticia y no lo es, uno se sitúa en el espectro político o ideológico. Así es y ha de ser. Tal como le pasaba al burgués de una comedia de Molière, que hablaba en prosa y no lo sabía, todo el mundo tiene ideología, aunque no sea consciente de ello. Por eso la pretendida objetividad es imposible. O engaño. Lo que sí es posible, deseable y exigible es la honradez, la veracidad en la elaboración de la información y en su publicación. Escasas en las dos últimas décadas.
Para saber qué sucede realmente hay que recurrir al consejo que Al Capone daba a sus lugartenientes ante situaciones que no comprendían: «Seguid la pista del dinero». Vertido a la clásica investigación de asesinatos de novelas policíacas sería: «¿Quién se beneficia de la muerte de la víctima?» En nuestro caso: «¿Quien se beneficia de que la mayoría de ciudadanos no se entere de lo que pasa por la omisión de los medios?
por Xavier Caño Tamayo (CCS)
Argenpress