El país, como efecto de su modelo económico que a su vez es consecuencia de su sistema político e institucional instalado hace casi cuarenta años, se ha consolidado como paraíso para millonarios y multimillonarios. Si recordamos el último ranking de la revista Forbes publicado hace poco más de un mes, veremos que Chile es el país perfecto para ser y hacerse millonario. No sólo hay millonarios que han pasado a ser magnates, sino que cada año son más los que ingresan a este ranking.
Para ellos, es el paraíso neoliberal. No hay lugar con una mejor institucionalidad para un millonario con pocos o cero impuestos para sus siderales ganancias. Los grupos chilenos que aparecen en Forbes, que se cuentan con los dedos de una mano, duplicaron sus fortunas en los últimos cinco años. Si consideramos que la economía chilena creció durante ese periodo a una tasa del cinco por ciento promedio, éstos lo hicieron por lo menos unas tres veces más. Y así sigue: el año pasado estos grupos (Angelini, Matte, Luksic, Piñera y Paulmann) aumentaron sus riquezas desde unos 40 mil millones de dólares a más de 50 mil. En proporción, crecieron más de un 25 por ciento en un año en circunstancias que la economía chilena aumentó poco más que un cinco por ciento.
Al tener más millonarios en el ranking ¿somos mejores? Una pregunta que puede tener una respuesta: evidentemente somos mucho peores. Por cada millonario el resto somos más pobres, el país es más desigual y menos libre.
Bajo el actual modelo económico, que tiene a gran parte de la población endeudada para sobrellevar los gastos cotidianos como educación, salud y hasta los servicios básicos, por cada dólar que va a parar a las arcas de estos multimillonarios, Sebastián Piñera incluido, alguien en Chile lo pierde. Esta no es una creación de riqueza sino una transferencia de riqueza. Si alguien le dijera robo, no estaría lejos de la realidad. Un robo institucionalizado en la usura del retail y el crédito, pero bien disimulado y maquillado como afectuoso consumo con frases perversas como “Te ayudamos a pasar marzo” o somos tan generosos que “te aliviamos la mochila”.
Partamos de una base muy simple: el PIB chileno de 2012, que alcanzó a más de 316 mil millones de dólares. Una torta nada pequeña, de la que unas diez familias han sacado 51 mil millones, o el 16,1 por ciento de ella. Esto es lo que se denuncia como desigualdad. Pero a los datos de la encuesta Casen, del Banco Mundial, la OCDE y otros organismos que han medido la concentración de la riqueza en Chile, se le agregan otros estudios que llevan este indicador a niveles de obscenidad social y económica.
Un muy reciente estudio de los economistas de la Universidad de Chile Ramón López, Eugenio Figueroa y Pablo Gutiérrez nos dice que dentro de la concentración existe algo así como un núcleo más duro e hiperconcentrado. Es en el uno por ciento donde realmente se concentra el ingreso, fenómeno que casi no tiene parangón en otro país, “ni en Estados Unidos ni en Japón ni en Inglaterra el 1% de la población de un país goza de tanta participación de la riqueza de su propio país (…) En términos internacionales éstas son las más altas participaciones que se conocen. Aun excluyendo ganancias de capital o utilidades retenidas, la participación del 1% más rico es la más alta registrada dentro de una lista mucho más amplia de alrededor de 25 países, para los cuales esto se ha medido”.
Ante este proceso de concentración de la riqueza y, cómo no, del poder, es nuevamente necesario preguntarnos cómo se sostiene un fenómeno de estas características o hasta qué punto ese 99 por ciento aceptará que el uno por ciento de la población (unas 160 mil personas) se apropien cada día de más riqueza a costa del sacrificio y dolor del resto. La respuesta está en la calle, por lo que podemos decir que se trata de un modelo en crisis, por lo menos para los 15 millones 840 mil restantes.
No vamos a enumerar ni profundizar más las cifras de la desigualdad, las que hoy pueden verse en las ciudades y el campo chileno. Sí sería necesario mencionar a la clase política chilena como herramienta y arma de aquel uno por ciento. La historia reciente, que registra la instalación y reforzamiento del modelo que ha sido capaz de consolidar estas injusticias, nos muestra con meridiana claridad cómo y quiénes son los responsable de tal engendro social.
Pero los antecedentes no sólo están en el pasado. Pese a estos datos de abismal desigualdad, nuevamente el Ejecutivo y Legislativo tramitan un salario mínimo que es una expresión directa de la inequidad, en tanto otros muchos, ante el desastre del sistema educacional, siguen con su hipócrita defensa al lucro en la educación, otra máquina para la transferencia de riqueza a ese minúsculo grupo de multimillonarios.
Si éste es el presente, el futuro no es mejor. El duopolio que ha administrado el país desde hace casi 40 años ofrece dos postulantes para noviembre: un ex ejecutivo y ex mano derecha del uno por ciento y una ex presidenta con características de gatopardo.
Por Paul Walder