El futuro del capitalismo

«Otra divinidad ideológica ha fracasado


Autor: Mauricio Becerra

«Otra divinidad ideológica ha fracasado. Los supuestos que regían las políticas y la política a lo largo de tres décadas súbitamente parecen tan obsoletas como el socialismo revolucionario,» escribe Martin Wolf, editor de economía del Financial Times y uno de los más agudos analistas de la crisis (FT 8/2/2009). De este modo abre el debate acerca del «Futuro del capitalismo,» que el periódico británico ha venido publicando en los últimos meses.

Sin duda tiene razón en la primera parte de su afirmación. Quizás se sorprenda, sin embargo, al ver aparecer todavía en el curso del siglo 21 no sólo una, sino muchas más variedades de lo que fue el socialismo revolucionario del siglo 20. Aunque probablemente con nombres muy diferentes. Al igual que aquellas, éstas tampoco van a terminar todavía con el capitalismo. Contradictoriamente, van a abrirle paso en formas más o menos progresistas y vigorosas en las regiones que todavía permanecen sumidas en el atraso, la ignorancia y las múltiples servidumbres anteriores al advenimiento allí del modo de producción capitalista.

El comunismo quizás continuará siendo un fantasma, aunque recurrente. En su lugar, en cambio, seguirán emergiendo uno tras otro competidores capitalistas bien reales. Algunos tan formidables que dejarán atrás a muchos de los actuales países desarrollados. Muy probablemente, éstos terminarán el siglo 21 como potencias de segundo orden, al estilo de Gran Bretaña en el siglo 20.

Un gran mérito del editor del Financial Times, es que visualiza con toda claridad la importancia de lo que ocurre en la periferia del capitalismo. En su visión, el giro hacia el mercado de las últimas décadas fue asociado con la elección de Reagan como Presidente de los EE.UU. en 1980 y Margaret Thatcher como Primera Ministra del Reino unido un año antes. «Sin embargo -escribe Wolf- sucesos aún mayores conformaron esta época: el giro de China del plan al mercado bajo Deng Xiaoping, el colapso del comunismo soviético entre 1989 y 1991 y el término de las políticas económicas orientadas hacia adentro en la India. La muerte de la planificación central, el fin de la guerra fría y, sobre todo, la entrada de miles de millones de nuevos actores en una economía mundial crecientemente globalizada fueron los puntos altos de esta era» (FT 8/2/2009).

No sólo el giro hacia el mercado, sin embargo, sino también la propia crisis y sus consecuencias para el futuro del capitalismo parecen tener mucho que ver con lo que se precipita en su seno a raíz de lo que ocurre en sus márgenes. Al menos, si resulta más o menos acertado y general el análisis de Robert Brenner, reconocido historiador económico de la Universidad de California en Los Ángeles, UCLA.

Brenner ha comprobado que el ciclo recesivo secular iniciado en 1969 se puede explicar por la baja, asimismo secular, de la tasa de ganancia de las industrias estadounidenses que estuvieron sometidas a la competencia de las potencias emergentes del período, Japón y Alemania. Al estar sus márgenes reducidos por este motivo, argumenta Brenner, los ciclos normales se tornan letales, puesto que muchas empresas no los pueden resistir. El ciclo largo termina sólo cuando en las potencias principales estas industrias logran reestructurarse, o surgen allí otras nuevas (Brenner, Robert 1998. Turbulencias en la Economía Mundial). Lo que ocurre hoy con los gigantes automotrices estadounidenses da que pensar respecto de esta tesis.

Parece tentador extender el análisis de Brenner a los otros ciclos depresivos seculares registrados hasta el momento. De este modo, el actual puede haber sido provocado en los EE.UU. debido a la competencia principalmente de China. El que haya reventado junto con la burbuja inmobiliaria, industria que evidentemente no se transa en el mercado internacional, es plenamente coherente con el estudio de Brenner, que muestra que antes del ciclo recesivo que se inició en 1969 ocurrió algo similar.

Asimismo, el ciclo iniciado en 1929 podría atribuirse a la emergencia de los propios EE.UU.. Finalmente, la entonces llamada Gran Crisis de 1872, se podría atribuir a la primera emergencia de Alemania, la que se habría repetido el plato tras la Segunda Guerra Mundial. Esto, sin embargo, está todavía por estudiarse y demostrarse.

En cualquier caso, el fenómeno que bulle en la periferia tiene dimensiones gigantescas. Según el «Estado de la población mundial» que publica la ONU, al menos la mitad de la humanidad todavía vive y trabaja en condiciones similares al campesinado tradicional. Sin embargo, en su seno se agitan las mismas fuerzas que antes impulsaron a la otra mitad a cambiar su condición secular por la moderna ciudadanía. La diferencia es que mientras aquellos eran muchos menos y demoraron dos siglos y medio en realizar este doloroso tránsito, ahora no menos de tres mil millones de personas lo completarán en el curso de los próximos cincuenta años, o poco más.

El ritmo de transición resulta alucinante. No menos de 50 millones de personas dejan el campo cada año. La abrumadora mayoría de ellos migra hacia las bullentes mega ciudades del Sur, que son los grandes calderos donde se están gestando las emergentes potencias capitalistas del mañana. Solo en China migran del orden de diez millones por año. Como ese país tiene la curiosa práctica de considerarlos legalmente migrantes, existe la estadística de cuantos se han acumulado: 140 millones, sin contar los ilegales. Esa sola cifra es del mismo orden de magnitud que la fuerza de trabajo de los EE.UU. completa. O bien, similar al número total de inmigrantes registrados actualmente en los países desarrollados. Allí van a parar bastante menos del diez por ciento del total de los que migran cada año; usualmente lo hacen, además, después de una parada de una generación en las ciudades de sus países de origen.

Ese fenómeno explica, por ejemplo, porque los países emergentes crecen más rápido en un momento de su transición: cuando los campesinos migran a las ciudades, sus manos adquieren el toque de Midas, puesto que todo sus trabajo, antes dedicado principalmente al autoconsumo y el de sus familias, termina ahora en mercancías que se venden, y por lo tanto aparecen en el PIB. En Chile, por ejemplo, el crecimiento del PIB entre 1929 y 1973 se explica principalmente por el enorme aumento de productividad que generó esta transición.

Sin embargo, este fenómeno tiene una implicancia extraordinariamente importante en lo que se refiere a las instituciones y políticas. En el mundo subdesarrollado del siglo 20, apareció una institución que fue capaz de hacerse cargo del fenómeno de un modo progresista: el Estado desarrollista. Mediante sus políticas económicas creó la infraestructura básica. Adicionalmente, mediante sus políticas sociales y reformas estructurales, creó la premisa del funcionamiento allí de los modernos mercados: una fuerza de trabajo masiva, razonablemente sana y educada, principalmente urbana pero en todo caso liberada de las ataduras del campesinado tradicional. De ese modo, el Estado desarrollista, cualquiera fuera su denominación y forma, creó allí las bases del estallido del capitalismo emergente.

El Estado desarrollista tuvo muchos nombres pero un contenido similar: su dedicación al progreso económico y social. Los capitalismos emergentes más vigorosos se verifican precisamente en los países donde los Estados desarrollistas cumplieron su misión a cabalidad. Especialmente allí donde realizaron reformas agrarias profundas, recuperaron sus riquezas básicas y conformaron pueblos no segregados, con buena distribución del ingreso, elevado nivel de educación, salud y condiciones generales de vida. Asimismo, allí donde esos logros no fueron desmantelados luego en el frenesí privatizador del llamado Consenso de Washington.

Para el siglo 21 y el futuro del capitalismo, entonces, la clave es el surgimiento de poderosos y progresistas estados desarrollistas en aquellas zonas del mundo – la mitad no más ni menos – que deberán efectuar dicho tránsito en las décadas venideras.

Eso, si antes que termine el siglo no adviene finalmente el anhelado tiempo histórico en que pueda adquirir corporeidad real el comunismo. O como sea que se llame el régimen que inevitablemente sucederá al capitalismo, régimen que ciertamente no perdurará eternamente al igual que ninguno de sus predecesores. Si ello ocurre, como preveía el propio Marx probablemente será en los países pioneros del capitalismo. Es decir, con toda probabilidad en Inglaterra, la propia patria de Wolf, que es donde todo empezó hace dos siglos y medio.

Manuel Riesco
Economista CENDA


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