El G-20 se tapa los ojos ante guerra cambiaria

Desde que  bancos centrales de países desarrollados comenzaron a incrementar sus masas monetarias, con propósitos reactivadores, se desató una guerra cambiaria buscando así  ganar competitividad en las exportaciones e incrementar el proteccionismo frente al ingreso de productos importados

El G-20 se tapa los ojos ante guerra cambiaria

Autor: Director

Desde que  bancos centrales de países desarrollados comenzaron a incrementar sus masas monetarias, con propósitos reactivadores, se desató una guerra cambiaria buscando así  ganar competitividad en las exportaciones e incrementar el proteccionismo frente al ingreso de productos importados.  Ello repercute en  la apreciación de  monedas de países emergentes y en desarrollo, muchos de los cuales han adoptado medidas intentando contrarrestarla.  Estas acciones se intensificaron en el período previo a la reunión del G-20 efectuada en Moscú.  Pasó a ser un tema dominante en la cita.  Sin embargo, la reunión  dejó el curso cambiario global en la práctica a merced de lo que resuelva cada país.  Por tanto, la confrontación cambiaria continuó.  El G-20 no cumplió el papel que hace unos años se auto otorgó de ser un punto de dirección de la economía mundial.  Nuevamente su cita pasó sin pena no gloria.  El FMI valoró el comunicado acordado lleno de generalidades.  Luego de la reunión, recrudecieron las decisiones en defensa de sus monedas por los países afectados, entre ellos varios latinoamericanos.  La Fed, a la vez,  reiteró la continuidad de su política de relajamiento cuantitativo y Japón sus medidas para devaluar el yen.  Felipe Larraín desde la cumbre de Davos efectuó reiteradas declaraciones críticas de la situación.  Sin embargo, el país sigue sin adoptar medidas adecuadas para revertir el curso revaluatorio.

La reunión del G-20, efectuada a mediados de febrero en Moscú, tuvo como centro de sus preocupaciones la evolución cambiaria global.  El comunicado  dado a conocer luego de la reunión por los ministros de Finanzas se pronunció en contra de la excesiva volatilidad de las divisas y el desorden cambiario, lo cual tiene, afirmó, “consecuencias negativas para la estabilidad económica y financiera”.  Sin embargo, se negó a hablar de la existencia de una guerra cambiaria.  “Las principales economías del mundo –constató incluso El Mercurio- niegan manipular sus monedas; pero en realidad la competencia por devaluar ya ha empezado” (17/02/13).  Los hechos son muy elocuentes.  El relajamiento cuantitativo de la Fed contribuyó a que en 2012, por segundo año consecutivo, EE.UU. experimentase un crecimiento récord de sus exportaciones, al alcanzar a US$2,2 billones.  Desde 2009 hasta la reunión de Moscú la Reserva Federal inyectó US$3,4 billones en el mercado.  Otro tanto hicieron el Banco de Japón y el del Reino Unido.  Estas políticas han sido permanentemente intentadas contrarrestar en sus efectos cambiarios por numerosos países, entre ellos muy destacadamente latinoamericanos.

Christine Lagarde, directora gerente del FMI, valoró el comunicado.  “Saludo –manifestó—el compromiso (…) de abstenerse de la devaluación competitiva, de resistir al proteccionismo en todas sus formas y de mantener los mercados abiertos.  Pensamos –agregó- que hablar de guerra de divisas es exagerado.  De lo que sí se ha hablado –debió reconocer-  es de las inquietudes respecto a las divisas”.  Además, expresó su complacencia por el “compromiso de avanzar más rápidamente hacia sistemas de cambios más determinados por el mercado y hacia la flexibilidad de los tipos” (17/02/13).  Fueron afirmaciones alejadas de la vida real.  Nadie se abstuvo de la “devaluación competitiva”.  La Fed reiteró continuar con el relajamiento cuantitativo y Japón continuó buscando abiertamente devaluar el yen, para citar a los ejemplos concretos.  Devaluar es el principal instrumento utilizado en esta guerra y, por tanto, los países cuyas monedas se han apreciado violentamente como Chile están siendo perjudicados.  No hablar de guerra de divisas es intentar desconocer los hechos.  Es una ilusión suponer la existencia de un “compromiso” para que la paridad se resuelva por mecanismos de “mercado”, cuando grandes países intervienen abiertamente.  Por lo demás el FMI con estas apreciaciones reniega de sus orígenes, ya que una de las funciones asumidas desde su nacimiento fue tratar de evitar los desequilibrios cambiarios.

 La reunión no modificó ni en un ápice la confrontación desatada, solo que se intentó no se hablase de ello. Una vez más, el G-20 no enfrentó los hechos y, por tanto, no propuso políticas para distender la situación.  Todo quedó a merced de los que resuelva cada país, los cuales o actúan abiertamente para que sus paridades cambiarias le hagan ganar competitividad o tratan de evitar sus consecuencias negativas.

Previo a la reunión del G-20 ya “los lideres financieros globales buscaban minimizar el temor de una guerra de divisas –comentó Financial Times- enviando una fuerte señal de que no interferirían en los planes de Japón de estimular su lenta economía” (16/02/13).  Christine Lagarde afirmó que la apreciación del euro y la depreciación del yen “es el resultado de buenas políticas en la zona euro y una política más flexible en Japón.  El sistema financiero internacional –recalcó- puede funcionar si cada uno de sus miembros se atiene a las políticas adecuadas para su economía”.  El presidente de la Fed, Ben Bernanke, por su parte, aseveró: “Estados Unidos está usando herramientas de política doméstica para favorecer objetivos domésticos” (16/02/13). Se hacían declaraciones como si no existiese un mercado de divisas global y las medidas que adopte cada país no tuviesen repercusiones fuera de sus fronteras.

Con anterioridad a la cita, el G-7 emitió una declaración abiertamente contradictoria, al pronunciarse porque los bancos centrales no deberían actuar sobre sus tipos de cambio, pero sosteniendo que el relajamiento cuantitativo estaba permitido aunque claramente causa el debilitamiento de las monedas cuya cantidad crece.  Decisión fácilmente entendible si se tiene presente que varios institutos emisores de sus países miembros –EE.UU., Japón y el Reino Unido- lo usaban abiertamente y el BCE también ha adoptado políticas de crecimiento en la masa monetaria.  El presidente de este último, Mario Draghi, calificó de “desubicada” cualquier presión políticas que se quisiese efectuar en la cita de la capital rusa.  En definitiva, debe respetarse la “autonomía” de los bancos centrales, que no actuarían pensando en el mercado global, cuando se busca claramente ganar competitividad en su comercio exterior.

Necesariamente las modificaciones efectuadas en la cantidad de dinero en un mercado de capitales globalizado inciden en las relaciones entre las monedas.  Verlo como un asunto interno, por lo tanto, es negar un hecho evidente.  “Las agresivas medidas de estímulo –constató el Instituto de Finanzas Internacionales en los días de la reunión del G-20-  están contribuyendo a movimientos sustanciales de los tipos de cambio.  La debilidad del yen –ejemplificó- está beneficiando a la economía japonesa, pero está provocando problemas crecientes para pequeñas economías emergentes (…)” (17/02/13).  En verdad su impacto –como todas las medidas similares adoptadas- no inciden solo en “pequeñas economías emergentes”, sino también en las grandes y en las divisas de los países industrializados.

Al interior de la eurozona existen diferencias en cuanto a cómo actuar. Francia está porque se establezca una política cambiaria que incida en la monetaria, teniendo en cuenta los objetivos generales.  En cambio, Alemania –cuya posición predomina claramente- privilegia los objetivos internos, considerándolo un factor determinante en la evolución del euro.  Por ello, París se alarma por la apreciación experimentada por la moneda comunitaria con relación al dólar, en cambio Berlín insistió en que durante la coyuntura de inicios del 2013 no está sobrevalorado, dando como ejemplo que su paridad distaba mucho de los US$1,55 de la primavera europea del 2008.

Arnaud Montebourg, ministro de Recuperación Productiva francés, criticó públicamente que “el BCE no se ocupa del crecimiento, no se ocupa de los parados, no se ocupa de la población europea.  Si queremos crecimiento –agregó- hace falta bajar el precio del euro.  Mario Draghi debe empezar a decir que el euro está sobrevaluado que tenemos necesidad de una moneda más débil.  Tenemos que darnos armas –concluyó- para luchar contra la globalización desleal.  Los europeos no podemos ser los ingenuos, los santos de la aldea global”.  Montebourg también valoró los comicios italianos, destacando que los votantes “han castigado las políticas económicas impuestas por los mercados”  e insistiendo en que la canciller germana “dicta la tasa de cambio del euro” (03/03/13).

En cambio, durante el acto conmemorativo del 50 aniversario de los cinco sabios que asesoran al gobierno alemán realizado días después de la reunión del G-20, Angela Merkel insistió en que un euro entre los US$1,30 y los US$1,40 es “normal” desde una perspectiva histórica, recalcando que en la cita de jefes de Estado y de gobierno de septiembre del G-20 se comprobará si todos sus miembros han cumplido con que las paridades cambiarias sean determinadas por los mercados como lo acordó la reunión de febrero.

El documento de Moscú es muy similar a los anteriores.  Llamó a “aplicar esfuerzos consecuentes para fortalecer la unión económica y monetaria de la eurozona”, a “eliminar la incertidumbre relativa a la situación fiscal de Estados Unidos y Japón e incrementar las fuerzas internas de demanda en los países con superávit en sus cuentas corrientes (…)”.   En particular, no hubo acuerdo en lo relativo a los niveles de deuda pública y déficit fiscales. “No se ha alcanzado por ahora –señaló el ministro de Finanzas ruso, Antóne Situánov- una decisión aceptable para todos en lo que respecta a la elaboración de objetivos de referencia a medio plazo sobre los niveles de déficit público y deuda estatal” (17/02/13). Las políticas de austeridad seguirán siendo un objetivo ante todo de la eurozona, a pesar de sus evidentes consecuencias negativas. Es la orientación que aprobó, por lo demás,  el G-20 en su reunión de Toronto en junio de 2010. Sigue, por tanto, vigente el compromiso de las “economías avanzadas” para “estabilizar o reducir los ratios de deuda con respecto al PIB para 2016”.

Otro tema central fue la evasión fiscal efectuada por grandes empresas, Alemania, Francia y el Reino Unido pidieron a la OCDE que busque en la legislación internacional medidas para enfrentar un tema que requiere “una actuación conjunta” (17/02/13), ya que de no ser así las transnacionales se orientarán hacia aquellos países que tengan regímenes impositivos más bajos.

La cita del G-20 habló de una recuperación económica muy frágil y que avanza lentamente, en la cual el empleo va muy por detrás del crecimiento económico. Eso resume el panorama que visualiza para 2013. Pero, no consideró las implicancias a nivel global que tenía la volatilidad cambiaria, motivo muy presente en la reunión.

El tema siguió presente al igual que antes de la reunión. Numerosos bancos centrales anunciaron nuevas medidas en defensa de sus monedas. El presidente del instituto emisor de Corea del Sur hizo público que las operaciones especulativas en el mercado de la divisas “deberían ser frenadas por cualquier medio”. El de Filipina advirtió que consideran “medidas macroprudenciales como sea apropiado”. El gobierno peruano reiteró que continuarán la compra de dólares para debilitar el sol. Las autoridades de Taiwán expresaron que intervendrán en el mercado si “factores irregulares”, como grandes flujos de dinero, provocan un exceso de volatilidad. “Cuando el dólar neozelandés está bajo una presión al alza –manifestó Graeme Wheeler, presidente del Banco de Reserva de Nueva Zelandia, queremos que los inversionistas sepan que el kiwi (denominación dada a su divisa) no es una apuesta de una dirección.  Pero –agregó- dada la fortaleza de los recientes flujos de capital, solo podemos intentar suavizar los máximos” (21/02/13). Desde fines de 2008, el dólar neozelandés se apreció un 45% con relación al norteamericano, afectando sus exportaciones que explican un 30% de su producto. Los pronunciamientos  no hicieron referencia a “guerra cambiaria”, para no entrar abiertamente en contradicción con el G-20, pero sin duda constituían reacciones frente a ella.

El ministro de Hacienda colombiano, Mauricio Cárdenas, reivindicó esta forma de actuar, “Tenemos todo el derecho de intervenir en el mercado acumulando reservas internacionales –recalcó- en las magnitudes que consideremos necesario. (…) lo que estamos viendo ahora es un tsunami de liquidez desde el exterior. Tenemos –concluyó- el soberano derecho de construir murallas” (25/02/13). Perú y Brasil también han modificado sus tasas de interés de referencia.  El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, reiteró al finalizar febrero que continuarían con la política de relajamiento cuantitativo. “La política monetaria –expresó- está prestando un apoyo importante a la recuperación de la economía de Estados Unidos (…).  El alto desempleo tiene costos importantes –añadió-, incluyendo no solo el padecimiento de los desempleados y de sus familias, sino también por el daño que implica (…) para la vitalidad y el potencial de producción de la economía en su conjunto” (27/02/13). Es decir, reiteró la política en aplicación después que en las últimas reuniones de la Comisión Federal de Mercado Abierto se mostrara preocupación por su continuidad.

En el país, Felipe Larraín también constató la magnitud del problema para diferentes economías, entre ellas la chilena. “La discusión en Davos -recordó- era qué pasaba con el resto de los países desarrollados con el relajamiento cuantitativo de Japón, que iba a pasar con el euro, el yen y el dólar. Yo planteé que habíamos más comensales en la mesa. Nuestras monedas –detalló- se ven cazadas entre dos fuerzas: el relajamiento cuantitativo de los desarrollados y el hecho de que la principal moneda emergente, el yuan chino, no se mueve de acuerdo a las fuerzas del mercado (…). Hay dos líneas de argumentación. La primera es si el relajamiento cuantitativo va a generar efectos positivos en las economías desarrolladas. La segunda es qué herramientas tenemos los emergentes para hacerle frente. (24/0213).

Luego citó lo que el gobierno ha hecho al respecto, haciendo mención a tener una “política fiscal responsable con un alza moderada del gasto público”, que está en el ADN de las políticas macroeconómicas de la administración Piñera, y por lo cual no fue diseñada con propósitos cambiarios, aunque en su opinión “genera un espacio para contener presiones de apreciación”, sin indicar en que consistirían esos “espacios”, dado que los efectos son múltiples y no todos en la misma dirección, además de tener muy variadas repercusiones. Y también a emitir “deuda en pesos para evitar las ventas de dólares”, que efectivamente tiene un impacto positivo para no provocar más  apreciación. Informando además “que estamos estudiando algunas medidas macroprudenciales ante el riesgo que hay para el dólar (…) que no hemos considerado del caso aplicar”. Determinación que es claramente contradictoria con el alegato que efectuó en Davos, cuando se refirió a herramientas destinadas a enfrentar la apreciación.

 Larraín reiteró una vez más su oposición a los controles de capitales, aunque incluso el FMI lo recomienda de ser necesario.   Definitivamente es “más papista que el Papa”.  “(…) y hay un área –manifestó finalmente- que no corresponde al Ejecutivo: el BC puede en algún momento definir la intervención. Si el BC interviniera –manifestó por primera vez- nosotros apoyaríamos la intervención. Pero es una decisión que debe tomar el BC”. Es decir, lo considera necesario, pero no es tema en que le competa actuar, conducta impropia de un ministro de Hacienda.   Ello conduce a otro de fondo: la “autonomía” del instituto emisor cada vez más cuestionada a nivel mundial y que en Chile perdura como un asunto considerado intocable.

Un estudio efectuado por CorpReserch concluyó en que cualquier medida monetaria a adoptar en el escenario existente debe pasar por: no elevar la tasa de política monetaria, pues favorecería una mayor entrada de capitales (…); la implementación de una compra esterilizada de reservas internacionales; (…) y la implementación de trabas a la entrada de capitales” (25/02/13).  Medidas en lo fundamental apropiadas, aunque con la tasa de interés debe irse más lejos, como por ejemplo el paso dado desde junio de 2012 por el Banco de la República de Colombia, que la redujo a la fecha ya en seis oportunidades, disminuyéndola a 3,75%. En este país, al igual que en Chile, los niveles de inflación están bajos, no constituyendo un obstáculo hacerlo incluso para quienes privilegian la evolución de los precios como medida principal.  El Banco Central chileno es también,  entre los países emergentes,  el que ha mantenido la tasa de interés de referencia sin movimiento por un período más prolongado, desde enero de 2012.

¡Es necesario actuar ahora! Hay que asumir, por fin, la gravedad de la situación.  Larraín llegó al punto de constatarla.  Pero no basta.  “Con urgencia se requiere –escribió Sebastián Edwards- una estrategia general y consistente para defender a nuestro sector exportador.  Una estrategia inteligente que entienda que las políticas públicas juegan un rol fundamental para resolver este problema” (02/03/13).  Tiene, en nuestra opinión, toda la razón, con la observación no menor de que el problema no reside únicamente en el sector exportador, sino también en los productores internos del sector transable, muchos medianos y pequeños empresarios y a los trabajadores de esas empresas, que compiten con importaciones en condiciones muy desventajosas.

Por Hugo Fazio

El Ciudadano


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