El acuerdo suscrito el pasado 5 de octubre entre Estados Unidos y otros once países (Japón, Chile, Perú, México, Brunei, Nueva Zelanda, Singapur, Australia, Canadá, Malasia y Vietnam ) de su órbita en el área de la Cuenca del Pacífico, es una extensión de la ola de los tratados de libre comercio (TLC) de la década pasada y un importante dique levantado por Estados Unidos para favorecer a sus corporaciones y arrinconar a China.
Sobre estos dos grandes objetivos descansa el TPP, organismo que se complementa de manera planetaria con el TTIP (Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión), que negocia en estos momentos Estados Unidos con los países europeos. Ambos tratados, denunciados por organizaciones de la sociedad civil, están emparentados por intereses muy similares y apuntan a mercantilizar en niveles inéditos todas las actividades humanas comercializables. Entre ambos grupos, Estados Unidos logra ordenar bajo su órbita a gran parte del PIB mundial.
Para Chile, que suscribió con deleite en las décadas pasadas durante los gobiernos de la Concertación más de medio centenar de diferentes tratados con países y regiones, es una extensión natural en su obsesivo proceso de desregulación económica y comercial. La iniciativa del TPP tuvo sus orígenes en el contexto del APEC (Foro de Cooperación Asia Pacífico), instancia orientada a la cooperación y a la facilitación del comercio, no necesariamente vinculante. Es por ello que a mediados de la década pasada, durante la Cumbre del APEC en Santiago en el gobierno de Ricardo Lagos, Chile, junto a Brunei, Nueva Zelanda y Singapur, crearon el P4, grupo de libre comercio que sentó las bases del actual TPP. Por el interés de Estados Unidos durante el gobierno de George W. Bush tras el receso en el proceso de desregulación mercantil que supuso la gran crisis de las subprimes, el TPP recoge y amplifica a intensidades no conocidas la globalización bajo los términos neoliberales.
Numerosos observadores y analistas ven en el TPP el renacimiento del Alca, el proyecto estadounidense para crear una zona de libre comercio de las Américas que fue detenido en 2005 por los entonces presidentes Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva. Tras el impasse, del mismo modo como en Asia se creaba el P4, en América Latina nacía unos años más tarde, con la convocatoria del entonces presidente peruano Alan García, la Alianza del Pacífico, conformada por México, Perú, Colombia y Chile. De alguna manera, Chile, con frentes en ambos acuerdos, ha sido pieza clave y bisagra en la creación del TPP.
Las negociaciones del TPP se hicieron en absoluto secreto, aun cuando WikiLeaks denunció que en las reuniones participaron centenares de representantes de las corporaciones. El resultado de este proceso ha sido un traje a la medida de las aspiraciones empresariales. Se conculcan derechos básicos adquiridos de la sociedad civil, como el acceso libre a Internet y a medicamentos de menor costo, entre otras materias relevantes, las que pese al hermetismo oficial han sido filtradas por el portal WikiLeaks.
Pérdida de soberanía y derechos básicos
Las materias que han salido a la luz revisten un alto riesgo para el acceso de las personas a las materias citadas y para los mismos Estados, que quedan en una situación de vulnerabilidad por una pérdida de soberanía sin precedentes ante las grandes corporaciones.
Podemos citar algunos puntos clave que han salido a la luz. Entre ellos, destaca la prohibición de etiquetado obligatorio para los productos modificados genéticamente; más y renovadas protecciones de patentes y derechos de autor, favoreciendo a las transnacionales de la industria farmacéutica en desmedro de los medicamentos genéricos de menor precio o también protegiendo patentes de procedimientos médicos que encarecen terapias. Otro ámbito son pactos que discriminan la contratación pública en favor del área privada, y la reducción de la compra de productos locales por parte de los Estados en favor de los importados. También se han filtrado acuerdos respecto a regulaciones ambientales en las cuales se pactaron asuntos relacionados con energía nuclear, contaminación y sostenibilidad.
Hay aspectos importantes relacionados con mayores desregulaciones financieras y los ya citados relativos a las tecnologías de la información, que le darán grandes poderes a las compañías en detrimento de los usuarios a quienes se les impedirá mediante duras sanciones, afirman especialistas tras la lectura de los textos en WikiLeaks, el uso libre de contenidos patentados.
Pero uno de los puntos más riesgosos que derivarían en graves daños y efectiva pérdida de soberanía para los Estados son los recargados poderes traspasados a las corporaciones, la gran mayoría estadounidenses. Bajo las normas de solución de controversias propuestas por el TPP, las grandes empresas pueden demandar a los Estados ante un tribunal comercial internacional por introducir nuevas leyes -como las que protegen al consumidor, por ejemplo- que dañen sus inversiones y negocios.
Los TLC como graves antecedentes
El TPP es un tratado de libre comercio de última generación, como ha destacado el gobierno y las cúpulas empresariales. Un TLC que abarca materias antes no recogidas, por lo cual pueden perfectamente usarse los tratados de libre comercio como antecedentes de lo que promete y amenaza el TPP. Si tomamos el caso chileno con el TLC con Estados Unidos, vigente desde 2004, podemos observar que el acuerdo ha sido en términos generales favorable para EE.UU. y poco auspicioso para Chile. De partida, ha consolidado a este país como el primer inversionista en Chile, con el 26 por ciento del total, concentrando sus capitales en el sector servicios y en la minería. Tras los procesos de privatización y posteriormente de fusión y adquisición de las décadas pasadas, las inversiones norteamericanas en Chile se han destinado a la adquisición de empresas de servicios ya existentes, particularmente de los sectores de electricidad, telecomunicaciones, financiero y comercial. Son las denominadas inversiones sustitutivas, que no generan nuevos empleos y que, por el contrario, generalmente vienen acompañadas de reestructuraciones y despidos.
Tampoco favorecen a Chile las exportaciones. Al observar el intercambio comercial con Estados Unidos a partir de la suscripción del TLC, éste es crecientemente deficitario para Chile. Es actualmente el tercer destino de las exportaciones chilenas, en tanto es el segundo socio, tras China, como fuente de productos importados. Antes del TLC, Estados Unidos era el primer destino de las exportaciones chilenas.
El caso del Nafta, el TLC entre EE.UU., Canadá y México, es otro caso a tener en cuenta. El efecto sobre la economía mexicana ha sido desastroso, lo que muy probablemente se acentuará con el TPP. Un reciente análisis titulado “Lecciones para el TPP”, escrito por Mark Weisbrot en el portal económico The Cipher, afirma que las ganancias para las economías han sido muy limitadas. Desde que México suscribió el Nafta su economía ha ido de mal en peor, con pérdidas importantes en extensos sectores de su economía. Entre 1994, año en que entró en vigencia el Nafta, y 2014 el país azteca creció a un promedio menor a la mitad que el de la región. La pobreza, en tanto, se ha mantenido a una tasa del 46 por ciento, casi la misma que en 1994. Todo ello sin mencionar la tremenda crisis social en la que está hundido el país.
Como adelanto, Weisbrot cita numerosos estudios que estiman las ganancias para Estados Unidos por el TPP en un escaso aumento del PIB de 0,4 por ciento en diez años. Aún peor, dice, estas pocas ganancias se concentrarán en algunas corporaciones, aumentando la desigualdad en la distribución de la riqueza por lo que la mayoría de las personas y los trabajadores estarán peor que antes del acuerdo. “No es una exageración cuando los detractores al TPP lo acusan como una toma del poder por las corporaciones”, señala. Ante esta realidad, incluso la ex secretaria de Estado y candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, confesó que el TPP le parece un mal acuerdo que no beneficia al conjunto de los involucrados.
Estados entregados a las transnacionales
La otra gran amenaza que deriva del ejemplo del Nafta surge de los juicios contra el Estado mexicano por compañías estadounidenses bajo el mecanismo de arbitraje de diferencias inversor-Estado (ISDS en sus siglas en inglés), tanto en el tribunal del Ciadi del Banco Mundial o bajo los auspicios de los tribunales arbitrales internacionales, como el Tribunal de Londres de Arbitraje Internacional o la Cámara de Comercio Internacional, entre otros. La posibilidad permanente de recurrir a cualquiera de estas cortes internacionales se ha convertido en una amenaza real al medioambiente, a la salud de personas o los derechos laborales. Cualquier regulación que impulse un Estado puede ser interpretada por las compañías internacionales como un cambio en las reglas del juego al ver afectada su rentabilidad. El conocido economista estadounidense Jeffrey Sachs ha afirmado que las corporaciones apenas han comenzado a usar el ISDS. Sachs explica que “en 1985 sólo un puñado de empresas usaron el ISDS, en tanto hacia finales de 2014 había más de 600 casos en estos tribunales”.
El TPP, tal como los TLC de las décadas pasadas, son finalmente herramientas suscritas por los Estados para favorecer al sector privado. Más desregulaciones, menos aranceles, desmantelamiento de los aparatos estatales, que los deja atados de manos para legislar en favor de sus ciudadanos o por la protección del medioambiente. En suma, más poder para las compañías y creciente vulnerabilidad de los consumidores y trabajadores. En el proceso, se consolida el modelo de desregulación neoliberal, el lucro a todo evento en todos los sectores y aumenta la concentración extrema de la riqueza. Si ello ha sido con los TLC, el TPP acentuará todas estas tendencias.
En Latinoamérica el TPP es una cuña geopolítica de grandes proporciones, que sólo puede tener antecedentes en el abortado Alca. Es un acuerdo que ata y compromete en la órbita estadounidense a tres países de la región, cristalizando sus normativas internas en favor de los términos del convenio, los que finalmente hacen enormes concesiones a las grandes corporaciones.
El TPP es también un muro levantado en la región, que puede observarse a través de la ambigua política exterior chilena. Este tratado, coherente sin duda con los anteriores, es un nuevo obstáculo erigido por Estados Unidos para evitar la integración soberana de la región, proceso que se ha expresado mediante el desprestigio y la debilidad de la OEA y el fortalecimiento de organismos independientes del Norte como el Alba, la Celac, Unasur o Mercosur. El aislacionismo chileno, junto a sus políticas neoliberales como razón de Estado, está relacionado con estos tratados. Chile con el TPP consolida a través de los gobiernos de la posdictadura su rol de vagón de cola y pieza incondicional del imperio estadounidense.