La renuncia a la presidencia del directorio de Empresas CMPC de Eliodoro Matte Larraín, ha sido levantada por la prensa corporativa como el fin de un largo ciclo histórico, tal vez más relevante que cualquiera de los cambios de gobernantes durante los últimos 20 años. El patriarca del grupo Matte, dueño de una de las mayores fortunas chilenas, marca sin duda un ciclo, una fase, que también coincide con una etapa no necesariamente finalizada de la historia contemporánea chilena. Un periodo que también se inscribe y empalma con otros similares, que a su vez se hunden en la neblina de los siglos precedentes. Matte Larraín es el ejemplo viviente de la oligarquía chilena, es continuidad de un drama histórico anclado en los mismos orígenes de la nación.
Eliodoro Matte Larraín se jubiló a los 70 años, y quiere repetir la historia, como bien relató en entrevista a El Mercurio el domingo 20 de marzo. A su misma edad, recordó y destacó, su padre, Eliodoro Matte Ossa, se jubilaba en 1976 luego de haber amasado en la CMPC una fortuna de más de mil millones de dólares. En aquel año, Matte Larraín, entonces de 30 años, tomaba el mando de la Papelera. Hoy, exactamente 40 años desde la abdicación de su progenitor, le entrega el timón a su primogénito, también de poco más de 30 años.
Oligarquía con ínfulas de aristocracia. Pero también un linaje apoyado en la simbología y en los ritos. No sólo puede observarse este fenómeno en los recambios generacionales cíclicos, sino también por su incidencia en los grandes cursos políticos. Empresarios, oligarcas, pero también lobbistas y golpistas. De alguna manera, estadistas en las sombras.
Matte Ossa se jubiló en un trágico 1976 doblemente satisfecho. Por un lado, haber logrado el control de la Papelera (CMPC) con el 55 por ciento de las acciones; por otro, por conseguir, de forma menos luminosa pero bien directa, sacar del camino al gobierno de Salvador Allende. Desde la presidencia de esta compañía protagonizó, junto a su gerente, Ernesto Ayala (posteriormente conspicuo presidente de la Sofofa), una bulliciosa y no menos violenta campaña contra el gobierno de la Unidad Popular y su programa de estatización de grandes empresas privadas. El eslogan “La Papelera No!” se convirtió en bandera golpista de la oligarquía empresarial, terrateniente y mediática. La consigna, levantada desde inicios de la década de los años 70 del siglo pasado y amplificada por el diario de Agustín Edwards no dio tregua hasta consumado el golpe.
EL INICIO DE LA RODADA
La jubilación de Matte Larraín, pese a sus declaraciones y confesiones infladas de satisfacción y orgullo otorgadas a El Mercurio (“Después de 40 años, me voy con la cabeza en alto y orgulloso de todo lo que hemos construido”) está sellada por un momento muy diferente al de su padre, en 1976. Pese a la expansión del grupo empresarial, pese a la ubicación como multimillonario en la revista Forbes, su retiro está empujado por la decadencia y la falta de ética. Pese a una fortuna que roza los tres mil millones de dólares, su proyecto político-económico, que abraza al neoliberalismo como política de Estado y crecimiento económico desde el Centro de Estudios Públicos (CEP), think tank de su creación, está en pleno deterioro y franco descrédito. Tras el escándalo de la colusión del papel confort el discurso del libre mercado desregulado como factor de desarrollo nacional resultó no sólo una farsa, sino una estafa. Su mismo enriquecimiento ha quedado bajo la lupa: no ha sido por el trabajo duro y austero, sino por medio de trampas y engaños. La aureola de santo empresarial que él mismo se confeccionó, ha sido reemplazada por una etiqueta de rufián.
Así fue como en aquella despedida mercurial se defendió a manotazos y disparó a la bandada hacia sus propios pares y viejos socios. “Hemos sido tratados con una dureza muy grande, mientras otras empresas no han dado siquiera una explicación por casos gravísimos de cohecho y financiamiento ilegal de la política. En la Papelera hemos cumplido siempre la ley y hemos actuado a través de los gremios, que es lo que corresponde”. Contra sus pares, y también contra la misma Sofofa, que “nos sacaron en 24 horas, sin mediar una investigación o pedirnos nuestra versión. ¿Qué están haciendo en casos de financiamiento ilegal de la política o cohecho, que involucran a otras empresas sucias?”.
En medio de este clima, en el que también confesó su “dolor y frustración” días antes de la entrevista y su retiro, Matte ingresaba casi de madrugada a la Fiscalía para declarar por la colusión del papel higiénico. Meses antes tuvo que dar explicaciones públicas por el fraude, del que, dijo, no haber sabido nada, a la vez que renunciaba a la presidencia del CEP. Entremedio, se vio obligado a “pedirles perdón no solamente a los empresarios sino a la opinión pública, y, en especial a los consumidores y a mis colaboradores por estos hechos repudiables”.
La rodada ya era imparable, vergonzante y crecía como una sucia bola de nieve. Con el peso del tiempo se sumaba una serie de hechos innobles para su estirpe de oligarca, que sólo eran la continuidad de otros errores y abusos propios y genealógicos. Poco tiempo atrás, Eliodoro Matte estuvo en el centro de la agenda mediática al ser sorprendido en presiones indebidas para salvar al cura de la iglesia de El Bosque, Fernando Karadima. Pero nada se comparaba con los hechos que dieron inicio a su carrera empresarial. Sus primeros pasos laborales los aprendió a dar con la ayuda de la bota militar y los cañones humeantes. Al mirar un poco más atrás, la nave insigne de la familia, la Papelera, estuvo directamente involucrada en violaciones a los derechos humanos tras el golpe de Estado de 1973.
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Eliodoro Matte Larraín entró en la escena empresarial con una doble o triple ventaja. Arropado por las relaciones endógenas de clase, que se sumergen en los inicios de la política y la misma República, por la dictadura de Augusto Pinochet, y sobre las bases del modelo neoliberal representado por los Chicago Boys y pergeñado en el documento conocido como El Ladrillo. Sobre esta plataforma, el joven Matte Larraín, ingeniero con un flamante master de la Escuela de Chicago, de Milton Friedman, se siente a sus anchas en el Chile asolado por el golpe y responde al llamado de los militares golpistas. Su primer trabajo fue en 1974 como jefe de finanzas del Ministerio de Salud, cargo que lo llevó a la gerencia general de Laboratorio Chile, entonces una empresa pública. Antes de ocupar el alto cargo, se ocupó de limpiar la escena, acusando a los ejecutivos y llevándolos a la cárcel por sus filiaciones políticas.
LEGIONARIOS DE CRISTO
Y NEOLIBERALES
La familia de Eliodoro Matte expresa hoy, en pleno siglo XXI, el pensamiento oligárquico ultraconservador gestado en Chile desde inicios del siglo XIX. A diferencia del pragmatismo comercial, financiero y político de los grupos económicos creados y amasados por inmigrantes tardíos, mantiene trazos propios del siglo XIX, claro que muy bien encubiertos bajo las políticas neoliberales y globalizadoras del XXI. Es la más vieja raigambre, enclavada desde los orígenes de la historia nacional en un espacio difuso y corrupto que se ha extendido desde los negocios al mismo corazón del Estado chileno. Un espacio nuclear y compacto, compuesto por unas pocas familias endogámicas, por el cual ha transitado de forma más o menos intacta un tipo de pensamiento que ha caracterizado a la clase dominante chilena durante estas centurias. Familias ultracatólicas y conservadoras en lo cultural y en lo político, no han escatimado ni gastos ni conspiraciones para mantener a punta de pistola y tanques el país que sus antepasados conquistaron y el orden que tanto les ha beneficiado.
Como hemos mencionado, la trayectoria de Matte Larraín se enfila y se expande durante la dictadura militar. Aquí halla todos los elementos para convertir la fortuna de su familia en una de las mayores de Latinoamérica y sentar las bases para promover el modelo neoliberal, el que efectivamente trasciende la dictadura y penetra las estructuras económicas y políticas chilenas hasta el día de hoy. Es desde el golpe cuando la familia se siente a sus anchas al recuperar, como sus antepasados, las riendas del país. Eliodoro en 1976, junto con asumir la gerencia general de la CMPC, controló también las inversiones en las áreas financiera (Banco Bice) y forestal (Mininco). Poco después y tras el proceso de privatizaciones, ingresaría en los sectores energético (Colbún) -que conduce su hermano Bernardo- portuario y de telecomunicaciones (Entel). Su hermana, Patricia, socióloga de la Universidad Católica, formaba parte del staff de la dictadura en lo que entonces se llamó Odeplán: la vieja trenza oligárquica que combina negocios, política y Estado, marchaba a la perfección.
La familia tiene también presencia e intereses en el mundo cultural y religioso. Es activa mecenas de organismos conservadores católicos y neoliberales. Eliodoro ha formado parte del directorio de la Universidad Finis Terrae, ligada a los Legionarios de Cristo, y Patricia participa del ultraconservador Instituto Libertad y Desarrollo, cuyo consejo comparte con ex ministros de Pinochet: Carlos Cáceres, Hernán Felipe Errázuriz y Hernán Büchi.
LA CAIDA FINAL
La vida empresarial de Matte, más allá de la medición de su capital accionario, está manchada desde un comienzo con graves delitos. Según denuncia el periodista Javier Rebolledo, autor de A la sombra de los cuervos, entre otros títulos, “los detenidos de La Papelera fueron torturados en la propia tenencia de Laja y, en la madrugada del 18 de septiembre de 1973, sacados del calabozo y subidos a un bus utilizado por la CMPC para trasladar trabajadores. Los secuestrados, maniatados con alambres, fueron trasladados hasta un predio forestal. Ahí los fusilaron, los cubrieron con cal y los enterraron entre los pinos. Transporte, alambres y cal de la CMPC”.
Pero si estos delitos fueron cubiertos durante casi cuatro décadas, hasta la divulgación tras investigaciones periodísticas, Matte se hundió en un pantano que mezcla abuso de poder y abierta corrupción. Desde su condición de oligarca y millonario, y tal como lo hicieron sus antepasados, intentó presionar, esta vez sin éxito, a uno de los poderes de Estado para que agilizara la investigación del caso Karadima, sacerdote con el que él y su familia tenían una larga relación. Como escribió Carlos Peña en El Mercurio, Matte “visitó al fiscal para interceder por Karadima y al esgrimir su amistad como un antecedente que legitimaba su acto, cedió además a esa pulsión que caracteriza a la elite tradicional: la creencia de que, bajo ciertas condiciones, les corresponde a sus miembros certificar quién vale la pena y es digno de confianza, y quién, en cambio, es merecedor de sospecha”.
Ante el escándalo público, Eliodoro Matte tuvo que retroceder y actuar de forma inédita para su alcurnia. En una carta enviada al mismo diario, ofreció sus disculpas públicas “en perfecta conciencia de que todos los que ostentamos de una u otra forma alguna autoridad o poder debemos ser extremadamente cuidadosos al ejercerlo”. Tal vez algo ha cambiado en Chile desde los tiempos de Eduardo Matte Pérez, algo que la familia Matte tardó en percibir.
Pero nada ha sido comparable con la exposición mediática tras el escándalo de colusión del papel higiénico, con el cual el clan Matte, pero básicamente Eliodoro, ha exhibido, para la mayor vergüenza de su clase, que su forma de hacer negocios no se diferenciaba mucho de la de cualquier estafador de medio pelo.