Los efectos locales de la crisis mundial, los errores políticos del actual presidente, que no ha dudado en desairar a Moscú y en flirtear con EEUU, explican la nueva revuelta en Kirguistán, cuyo desenlace futuro veremos en las próximas semanas.
Los recientes acontecimientos han devuelto a la actualidad a la para muchos desconocida república de Kirguistán. Si en marzo del 2005 la llamada «Revolución de los Tulipanes» acabó con la Presidencia de Askar Akayev, su sustituto, Kurmanbek Bakiyev, ha corrido la misma suerte tras las protestas populares de estos días.
Ya entonces, algunos coincidimos en señalar que aquello se trató en realidad de un mero cambio de peones, impulsado por los intereses y maniobras de Washington en la región. Ese apoyo, a través de un sinfín de organizaciones e instituciones, unido al descontento popular, materializó el cambio citado.
Sin embargo, el paso de los años no ha supuesto ninguna transformación de peso para la mayoría de aquel país. La pobreza, el desempleo, la corrupción, la acumulación de poder en pocas manos, siguen ahí. De todas formas, ni los más cercanos analistas podían prever que el desarrollo de los acontecimientos desembocara en la actual situación, como tampoco lo sospechaban otros actores importantes, como las fuerzas de la oposición, el propio presidente Bakiyev, o incluso la embajada de EEUU en Bishkek.
Una serie de hechos han podido precipitar este nuevo escenario. Evidentemente la crisis económica mundial también ha tenido su repercusión. En el pasado eran muchos los ciudadanos que buscaron una salida económica mejor en países como Rusia o Kazajistán. Todo ello representaba un importante factor contra la inestabilidad, ya que por un lado eran fuente de divisas para el país, y por otro, mantenía fuera del país a ese potencial disidente. La vuelta de muchos de esos emigrantes forzada por la crisis ha supuesto un importante revés para el propio Bakiyev.
Por otro lado, la convocatoria presidencial de una reunión nacional, Kuralai, el pasado mes de marzo, se ha vuelto contra Bakiyev, quien intentaba acallar las críticas y mostrar una imagen de unidad y, por un mal cálculo político, ha tenido que afrontar una lluvia de reproches y descontentos. Además, desde hace semanas la prensa rusa lideraba una campaña crítica con el depuesto presidente que también ha contribuido a aumentar el rechazo popular.
Finalmente, la decisión de Moscú de acabar con la venta privilegiada de petróleo a Kirguistán ha llevado a los dirigentes kirguises a aprobar un incremento de los precios de la electricidad y de los productos de alimentación básicos, lo que ha generado un aumento de las protestas populares.
El pulso que mantienen EEUU y Rusia en la zona también se ha dejado entrever
Así, Rusia llevaba tiempo presionando al presidente Bakiyev para que cerrase definitivamente la base militar de Manas, cercana a la capital, y utilizada por EEUU como soporte de las tropas de la región, Afganistán principalmente. En ese sentido, Moscú prometió una importante ayuda económica al país, así como mantener los precios «de amigo» en materia energética. No obstante, Bakiyev y sus aliados locales se han aprovechado de todo ello, generando el enfado ruso.
Algunos colaboradores del presidente han utilizado el bajo coste del petróleo para revenderlo a los propios norteamericanos en la base militar, llenando sus propios bolsillos, al tiempo que han gastado parte de la ayuda anticipada sin cumplir lo acordado.
Los dirigentes rusos justifican el aumento del precio del petróleo por la creación el próximo verano de una nueva Unión aduanera (Rusia, Kazajistán y Bielorrusia), de la que no es parte Kirguistán, y por tanto no podría seguir disfrutando de ese privilegio (habrá que ver qué hace Rusia ante Tayikistán, que tampoco se va adherir a esa nueva entidad).
Por su parte EEUU lleva tiempo moviendo sus fichas en torno al presidente y su círculo de colaboradores, logrando finalmente mantener su presencia militar en la base de Manas, al tiempo que podrían haber asesorado militarmente a las fuerzas locales. Este apoyo explica la tardía reacción de la embajada estadounidense estos días, así como su tibio comunicado ante el cariz que tomaban los acontecimientos.
Las similitudes y diferencias con la «Revolución de los Tulipanes» también son evidentes. Tanto ahora como en 2005, las diferencias regionales, la corrupción, el despotismo, el control del poder económico y político en manos de una élite cercana al propio presidente, el fracaso y la incapacidad de las fuerzas policiales (ahí están las imágenes de policías apaleados o cambiando de bando) muestran esos parecidos.
Sin embargo, en esta ocasión conviene resaltar importantes diferencias. Destaca el nivel de violencia generado estos días, que no tiene relación con las pacíficas protestas de hace unos años. Estos días han sido las regiones del norte las que se han levantado contra el Gobierno central, mientras que en 2005 fueron las zonas del sur, plaza fuerte de Bakiyev.
Pero tal vez la diferencia más importante esté en la organización y caracterización de las protestas.
Estos días, la mayor parte de los manifestantes mostraban el sentir de la mayoría de la población, al tiempo que se presentaban de una manera poco coordinada o sin ataduras a los partidos de la oposición, superados también por los acontecimientos. Si en 2005 fue una parte de la élite local, descontenta con el entonces presidente la que maniobró y coordinó las protestas, en esta ocasión ha sido la propia población civil, molesta con la situación, la que ha abierto la posibilidad de cambio.
Los escenarios que se presentan se despejarán en las próximas semanas
De momento, la dividida oposición ha iniciado las maniobras para controlar la situación, pero habrá que ver hasta cuándo es capaz de mantener esa unidad y, a la vista de la experiencia del pasado, no es descartable que pronto surjan diferencias internas.
También habrá que seguir los movimientos de Bakiyev, que se ha hecho fuerte en el sur, pero que no cuenta con el apoyo de Moscú, y que buscará o bien un enfrentamiento directo con los nuevos dirigentes del país (que podría encaminar a Kirguistán hacia un peligroso escenario), o bien abrir las vías a una negociación, y tal vez un nuevo reparto del poder (que no será del agrado de la población). Si se da esta última situación, también habrá que seguir con atención el papel que desempeñe Moscú, capacitado política y económicamente para contribuir a una u otra salida, pero sin olvidarnos de las maniobras que desde Washington se pondrán, sin duda, en marcha.
Por Txente Rekondo
Gabinete Vasco de Análisis Internacional (Gain)
Fuente: Gara