La razón poética: acerca del lanzamiento del nuevo libro de Gabriel Salazar

Con lleno total y levantando muchas interrogantes fue lanzado Mercaderes, empresarios y capitalistas (Chile, siglo XIX), el último libro de Gabriel Salazar (Premio Nacional de Historia 2006), el pasado miércoles 5 agosto en la Sala América de la Biblioteca Nacional


Autor: Wari

Con lleno total y levantando muchas interrogantes fue lanzado Mercaderes, empresarios y capitalistas (Chile, siglo XIX), el último libro de Gabriel Salazar (Premio Nacional de Historia 2006), el pasado miércoles 5 agosto en la Sala América de la Biblioteca Nacional.

Publicado por Random House Mondadori bajo el sello Sudamericana, el voluminoso ensayo de cerca de 800 páginas fue presentado por el historiador Sergio Grez y el empresario Juan Antonio Guzmán, quienes resaltaron la relevancia del libro desde sus quehaceres personales.

De acuerdo con Sergio Grez, Mercaderes…, al que Salazar le habría dedicado 37 años de investigación, es la obra más abarcadora, variada y compleja que este historiador haya realizado sobre el siglo XIX, período que ya había abordado mediante estudios tan relevantes como Construcción de Estado en Chile (1760-1860) (2005), Historia de la acumulación capitalista en Chile (apuntes de clase) (2003) y, en especial, Labradores, peones  proletarios (1986; 2000).

La importancia del nuevo volumen de Salazar, siguiendo a Grez, es que a través de los distintos ensayos que lo componen se elabora una tesis crucial para entender nuestro subdesarrollo: la clase hegemónica en Chile siempre ha sido la oligarquía mercantil. Esta  situación ya se manifestaba en la Colonia, pero se consolida en el siglo XIX, cuando comienzan a participar activamente en nuestra economía los capitalistas financieros europeos y, sobre todo, británicos.

¿A qué responde la gravedad del fenómeno? A que esta hegemonía del capital mercantil y financiero no sólo habría significado la expoliación de los trabajadores asalariados, sino que habría debilitado el pujante artesanado urbano de fines del siglo XIX, frustrando el desarrollo de un empresariado popular nacional que ejerciera tareas productivas en lugar de limitarse a importar maquinaria pesada y a proveer servicios.

Si bien Sergio Grez, basado en Luis Ortega, formuló leves críticas al rápido vínculo que Salazar establece entre artesanado e industria popular, concordó con él en cuanto a que, una vez derrotado, el proceso microempresarial –como hoy se le llamaría– se reconvirtió en un proceso plebeyo de lucha por establecer un proyecto socialista.

El proceso a largo plazo ha sido funesto, subrayó Grez, pues al buscar enriquecerse sin expandirse hacia otros mercados, la oligarquía mercantil comprimió la sociedad chilena y la dividió, recuperando sus pérdidas a costa de los nacionales mediante la usura, la exacción monetaria, la privatización de recursos fiscales y la corrupción. Pero lo más grave es que las cosas no han cambiado, motivo por el cual Sergio Grez destacó que el estudio de Salazar “es el tipo de historia que requiere la sociedad chilena para proyectarse al futuro en una perspectiva de superar sus traumas”.

La presentación de Juan Antonio Guzmán permitió conocer la perspectiva de un empresario sobre la cuestión. Para comenzar, él trajo a colación una anécdota extraída de Mercaderes… acerca del tesoro ocultado, extraviado y reencontrado de Juan Antonio Fresno, quien nunca lo recuperó del todo porque Bernardo O’Higgins estimó que necesitaba ir a las empobrecidas arcas fiscales, en un oscuro episodio donde se vio involucrado un juez que resultó ser tatarabuelo del propio Guzmán. El relato, que sacó risas del auditorio, dejó entrever una de las inquietudes de Guzmán respecto del libro de Salazar.

En efecto, el empresario concordó en general con la crítica del historiador al papel de la oligarquía mercantil y destacó la importante y abundante información proporcionada en el libro, el carácter agudo y acucioso de su análisis y lo interesante de sus conclusiones, las que sin embargo señaló no compartir. Sus reparos necesitan leerse a través de las múltiples preguntas que formuló, las que apuntaron al rol del estatismo en la generación de riquezas, al condicionamiento de la economía mundial y a los riesgos que involucra el emprendimiento.

Estas interrogantes, que en última instancia tendieron a diluir las responsabilidades de la propia oligarquía mercantil, necesitan entenderse a partir de una moral empresarial orientada por múltiples presupuestos o valoraciones a priori del crecimiento económico, es decir, de la propia dinámica de acumulación capitalista.

PARADIGMA DEL CONSUMO VS. DE PRODUCCIÓN

Al criticar, en su intervención, la manera en que el propio orden estatal portaliano ha enfrentado el capitalismo, instalando un paradigma del consumo en lugar de un paradigma de la producción, Gabriel Salazar introdujo una leve inflexión desarrollista al argumento de Guzmán.

Buscando alternativas de futuro, el historiador constató la existencia de dos vías posibles de industrialización: una de ellas, el modelo liberal expansivo de Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia; la otra, el modelo de industrialización nacional-capitalista alemán, admirado en su momento por chilenos y latinoamericanos y desacreditado debido a un estigma nazi que, siguiendo al historiador, la experiencia actual de las economías asiáticas debiera disolver.

Citando a Francisco Antonio Encina, Salazar señaló que “somos civilizados para consumir, pero bárbaros para producir”, observando la validez de este diagnóstico en momentos en que los grupos empresariales más importantes del país son comerciales, con otro polo de desarrollo importante en los sectores del salmón, la harina de pescado y las hidroeléctricas.

El problema es que, para instalar este modelo y al ser incapaz de implementar un proyecto de desarrollo integrador, el Estado construido por Diego Portales ha tenido que recurrir al uso de una violencia desmedida y –caso único en el continente, añadió– ejercida unidireccionalmente hacia el pueblo.

Aunque puede resultar paradójico, el apoyo de Salazar al fortalecimiento del empresariado industrial nacional es plenamente coherente con el marxismo defendido por el historiador a lo largo de su intervención, puesto que, según este ideario, la revolución productiva burguesa es la pre-condición desencadenante de una revolución proletaria que hoy aparece indefinidamente postergada.

Para Salazar, el actual revival del marxismo responde a que explica la exclusión y la precariedad generadas por el capitalismo y aquí, nuevamente, su propuesta paliativa del modelo puede sorprender, pero es acorde a una perspectiva que asume “el carácter progresista del capitalismo y su impacto benéfico sobre la cultura”.

Es decir, todo está en 100% regla en el discurso de Gabriel Salazar y el propio marxismo nos permite entender esta extraña alianza –a decir verdad, cada vez menos extraña– de intelectuales de izquierda con empresarios y grandes consorcios editoriales en la feliz construcción del capitalismo nacional (y mundial).

Sin embargo, si el marxismo recobra vigencia es tal vez porque tiene múltiples capas de significación que lo constituyen, más que en un referente estable, en el punto de partida y la inspiración para una corriente mutable y ampliable de pensamiento crítico respecto del capital.

Según Gabriel Salazar, su desafío al escribir Mercaderes… es lograr alcanzar el proceso capitalista de modernización por medio del pensamiento, pero ¿cómo confiar en la sabiduría de un intelectual tan apegado al dogma? ¿Cómo seguirlo, considerando su aparente ceguera ante las reelaboraciones post-estructuralistas, post-modernas, post-coloniales, post-imperiales, post-occidentales, entre muchas otras, que se han hecho del marxismo, no con afán de negarlo en sí, sino más bien de superarlo en su crítica al capitalismo? ¿Cómo, por ejemplo, adherir sin más al paradigma de la producción cuando hace rato que el post-marxismo mostró que él mismo era un espejismo occidental? ¿Y cómo enfrentar una historiografía que parece leer el presente desde el siglo XIX, más que interpretarlo en relación a una actualidad desbordante de tensiones y anhelos?

En la presentación de último libro de Gabriel Salazar, todo ocurrió como si la exigencia de documentar el pasado dispensara al historiador de complejizar su mirada sobre ese acontecer, lo que además deja entrever cierto resabio positivista.

Este voluminoso ensayo merecería consultarse, desde luego, por el acopio de información contenida en él y porque, en los estrechos, perniciosos pero ubicuos marcos del sistema instalado, sus puntos de vista no dejan de tener cierta relevancia correctiva. Sin embargo, éstos ameritarían actualizarse en base a algo distinto de una rígida contraposición entre producción y consumo, pues la nueva configuración industrial de tipo creativo y cultural del capitalismo tardío más bien nos confronta a la ambigüedad de los signos –incluyendo en ellos los de producción, consumo y capital– y al desafío estético de agenciarla como recurso disolutivo del poder.

Por lo mismo, otro motivo importante en el nuevo libro de Gabriel Salazar puede ser la razón poética de un autor que escribe 800 páginas sobre un tema cualquiera, porque a lo largo y ancho de esa extensión existen altas probabilidades de toparse con innumerables líneas de fuga operando como veladas borraduras del dogma y es en esta opacidad poética de su discurso donde, sin proponérselo, el pensamiento de Gabriel Salazar tal vez se acople, imprimiéndole un ritmo distinto, a la danza feroz y fascinante de la modernización.
Gabriel Salazar. Mercaderes, empresarios y capitalistas (Chile, siglo XIX)

Santiago: Sudamericana, 2009. 800 pp.

por Carolina Benavente Morales
El Ciudadano


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