La elección de una tecnología es una cuestión que afronta cualquier individuo, organización o país. Determina qué, cómo y dónde se va a producir, dónde vive la gente, quién trabaja y cuáles son sus condiciones, los recursos a utilizar, sistemas de apoyo necesarios y si es sostenible. Es ampliamente reconocido que una tarea urgente de los países es descubrir y utilizar tecnologías que respeten la necesidad humana de un trabajo útil y satisfactorio, que causen un daño mínimo al medio ambiente y que conserven los recursos básicos.
En general, las tecnologías no cumplen con estas condiciones, sobre todo en relación con las necesidades y recursos de los países en vías de desarrollo, donde suelen confiar en las tecnologías de los países ricos con el riesgo de que las industrias de gran escala, intensivas en capital y uso de recursos, aumenten los problemas de los países pobres en vez de resolverlos. Estas tecnologías son inapropiadas porque ofrecen pocos y caros puestos de trabajo, mientras estos países necesitan gran cantidad de empleo.
Se localizan generalmente en ciudades, donde están los grandes mercados, por lo que aceleran la emigración del campo a la ciudad. Además, exigen habilidades específicas e infraestructuras que no existen en áreas rurales. En muchos casos hacen desaparecer actividades tradicionales no industrializadas, deformando la cultura y la economía y haciendo a los países en vías de desarrollo cada vez más dependientes de los países ricos en cuanto a préstamos, piezas de repuesto, habilidades y mercados.
A la hora de elegir una determinada tecnología, debemos preguntarnos: ¿Cómo afecta a los recursos renovables y no renovables? ¿Cómo al medio ambiente? ¿Cuáles son sus implicaciones sociales y políticas? Ante ello surge como alternativa la tecnología intermedia, llamada así para indicar que es superior a la tecnología primitiva pero al mismo tiempo más simple, barata y libre que la supertecnología de los países desarrollados.
Este término fue acuñado por E. F. Schumacher en su libro “Lo pequeño es hermoso” publicado en 1973. Schumacher, economista alemán radicado en Inglaterra, desarrolló los principios de lo que llamó «economía budista», basada en la creencia que el buen trabajo es esencial para el desarrollo humano y que la producción de los recursos locales para las necesidades locales es la manera más racional de la vida económica.
Dado que mucha gente se gana la vida trabajando en pequeñas granjas, negocios familiares o como artesanos, las tecnologías intermedias, apropiadas a sus necesidades, son generalmente pequeñas, simples, baratas y no violentas hacia la gente y el medio ambiente. Para ser apropiada, la tecnología deberá ser utilizada, mantenida y producida localmente, ser manejada por sus usuarios y permitir un incremento significativo en sus ingresos. Utiliza el máximo de materiales y energías locales y renovables, hace un uso mínimo de recursos no renovables que contaminen el medio ambiente y, en general, utiliza tecnologías que causen las menores interferencias posibles a los ciclos ecológicos naturales.
Una tecnología tal debería basarse más en la cooperación que en la dominación o competencia y constituir un marco que trate de eliminar la alienación y la explotación del individuo y la dominación del medio ambiente por las actividades del hombre. En este sentido, la tecnología intermedia se basa en recuperar las grandes líneas de los conocimientos populares tradicionales. Con esos criterios se desarrollan prototipos tecnológicos que permiten integrar conocimientos antiguos con formas modernas de desarrollo industrial.
Una producción más amable, una tecnología con rostro humano, puede retomar el control del trabajo que tienen las máquinas y ponerlo en las manos del trabajador. Se trata de darle una escala humana a la sociedad, de que la gente se haga cargo de su propio destino, de derrocar la máquina por el bien de la herramienta. Como dijera Gandhi, no necesitamos producción en masa, sino producción a cargo de las masas.
Es prioritario que la riqueza permanezca en donde se produce y se multiplique. Para un verdadero crecimiento y desarrollo sustentable no podemos seguir permitiendo ser sólo un país productor y exportador de materia prima y que nos regresen el producto procesado a un mayor precio. Las tecnologías intermedias pueden contribuir a evitar esta situación, promoviendo un verdadero crecimiento regional, rescatando conocimientos y fomentando habilidades. Sólo apropiándonos de la tecnología, la producción y sus procesos podremos garantizar un verdadero futuro para el campo y sus campesinos.