Letra muerta

La plana mayor de la Corporación de la Madera, que agrupa a las mayores forestales chilenas, fueron a la Cancillería a denunciar la deslealtad de sus competidoras estadounidenses, las que estarían recibiendo un subsidio equivalente a ¡la mitad! del precio de la tonelada de celulosa


Autor: Mauricio Becerra


La plana mayor de la Corporación de la Madera, que agrupa a las mayores forestales chilenas, fueron a la Cancillería a denunciar la deslealtad de sus competidoras estadounidenses, las que estarían recibiendo un subsidio equivalente a ¡la mitad! del precio de la tonelada de celulosa. Les recomendaron reclamar ante la comisión bilateral establecida en el Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado con los EEUU, o ante la OMC.

El increíble incidente, que afecta a dos de los mayores grupos económicos chilenos y a la principal industria de exportación nacional aparte del cobre, refleja bien la naturaleza de la mentada globalización. Más precisamente, muestra lo que ésta NO fue: libre comercio.

Industriales chilenos que participaron en la negociación del TLC con los EE.UU. cuentan como esperanzados llevaron larguísimas listas de productos que deseaban incluir en el programa de desgravamen acelerado; todos ellos tenían barreras arancelarias y para-arancelarias que hacían poco menos que imposible su ingreso al mercado estadounidense.

Los negociadores del gigante del norte escucharon sin inmutarse. El último día llegaron con su propia lista, la que presentaron como un dictat absoluto; no se le cambió ni una coma. Por cierto, no contemplaba ninguno de los productos solicitados por los chilenos.
Esa es la realidad del TLC en lo que respecta a la liberación del comercio: no logró nada o muy poco en este aspecto.

Los anuncios espectaculares de desgravación ¡Más del 90% entrará libre de aranceles! se referían principalmente a productos que ya tenían poco o nulo arancel, o correspondían a aquellos que a los socios no les interesaban demasiado.

Mientras tanto, los productos con un mayor grado de elaboración o sensibles para ellos por cualquier motivo – por ejemplo, porque se producían en una región donde el TLC podía hacer perder un representante al congreso estadounidense – mantuvieron sus barreras en buena medida. Es decir, los que interesaban a los productores chilenos quedaron para las calendas griegas.

Incluso aquellos que ya tenían muy bajo o nulo arancel, como los productos forestales primarios, por ejemplo, no eliminaron toda la serie de barreras para-arancelarias que los protegen. Tal es el caso de los grotescos subsidios que denuncia ahora la CORMA. Los activaron en el instante que se hicieron necesarios, como ahora debido a la crisis.

Los TLC no cambiaron realmente la situación del intercambio comercial, es decir, de bienes y servicios. Muchísimo menos el de personas, como lo demuestra el muro que construyeron los EE.UU. a lo largo de su frontera con México. ¿Que fueron entonces los TLC? Básicamente, tratados que garantizaron el libre movimiento de ¡dinero! Chile lo suscribió plenamente. Se eliminaron todas las restricciones al movimiento de capitales, incluidos los letales «golondrina.»

En primer lugar se eliminó el «encaje» aplicado por el Banco Central en los buenos tiempos de Zahler y Ffrench-Davis. Éste obligaba a los inversionistas externos tipo «golondrina» a depositar un tercio de su dinero sin interés en el Banco Central, durante al menos un año. Había dado gran prestigio a los economistas chilenos, puesto que demostró ser efectivo para blindar la economía chilena durante recesiones internacionales.

Claro está, la apertura de la cuenta de capitales chilena no fue de gratis. A cambio de ello nuestros hábiles negociadores obtuvieron nada menos condiciones de completa reciprocidad respecto del ingreso de capitales chilenos a los EE.UU.. Es decir, teóricamente, podemos comprarnos todo EE.UU. si queremos. Asimismo, el día que se nos ocurra, podemos inflar o hundir el dólar o la bolsa de Wall Street mediante movimientos masivos de capitales especulativos. ¡Que tal!

Lamentablemente, como han comprobado los árabes, chinos y los japoneses antes de ellos, dicha libertad de ingreso de capitales a los EE.UU., sólo es válida para comprar bonos del gobierno, bancos o empresas.

En cambio, cuando se trata de tomar control de cualquier empresa, por trivial que sea, aparecen de inmediato consideraciones de seguridad nacional – como ocurrió con la licitación de los puertos recientemente – que la tornan inviable.

Acá, en cambio ellos pueden tomar control del 70% del cobre y nadie puede decir nada.

Los especuladores de Wall Street o la City de Londres, en cambio, pudieron realizar el sueño del banquero: mover sus dineros por todo el mundo sin barreras que les estorbasen. A diferencia de los industriales, a los banqueros siempre les molestaron las fronteras. Les impedían, por ejemplo, ganar un 10% o 20% en una noche, aprovechando de una hábil pasada una diferencia de precios puntual entre Sao Paulo y Tokio.

Por eso, el desmesurado crecimiento del tamaño y poder político de los banqueros estuvo siempre detrás de la globalización, que en definitiva nunca fue nada más que el libre movimiento de capitales.

También fueron ellos los que apadrinaron a los anarquistas profesores Neoliberales, encumbrándolos a la respetabilidad de distinguidas cátedras universitarias y el poder del Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Bancos Centrales y Ministerios de Hacienda.

También han sido ellos los que los arrastrado en su caída desde el inicio de la crisis. Para unos y otros, los buenos tiempos ¡C’est fini!

La utopía Neoliberal del librecambio a escala mundial, antes que se construya un Estado mundial, no es nada más que eso: una utopía. El librecambio real – es decir, el libre flujo de dinero, mercancías y personas – sólo ha resultado posible históricamente al interior de los espacios protegidos y regulados por los Estados.

Los Estados modernos nacieron precisamente para garantizar el librecambio. Fueron la partera en el nacimiento de los mercados modernos.

Los modernos Estados europeos, por ejemplo, se conformaron recién en el curso del siglo XIX, algunos como Alemania o Italia durante la segunda mitad. Fueron la condición indispensable para que los capitalistas de dichas regiones pudiesen competir con el moderno mercado que se había consolidado en Gran Bretaña durante la primera mitad del siglo. Necesitaban barrer con las viejas barreras aduaneras feudales, que impedían el libre tránsito de dinero, mercancías y especialmente personas al interior de sus territorios. Al mismo tiempo, necesitaban erigir barreras que los protegieran de la competencia externa mientras se fortalecían al interior de sus países.

Fue necesario incluso unificar la lengua de sus poblaciones, que hablaban decenas de dialectos distintos, de modo que los obreros pudiesen entender las órdenes de sus flamantes patrones y capataces capitalistas.

Durante el siglo 20, la emergencia en los EE.UU. de un Estado y un mercado modernos que opera en un espacio del tamaño de un continente, forzó a los antiguos rivales europeos a deponer sus odios recientes y centenarios y crear la Unión Europea. Ésta no es otra cosa que un conjunto de instituciones estatales supranacionales que regulan y protegen el libre tránsito de dinero, mercancías y especialmente personas, en un espacio mayor de soberanía compartida.

De este modo, los Estados y mercados modernos, lejos de oponerse como piensan los Neoliberales, son uno la condición de existencia del otro. Nacieron juntos y se han desarrollado juntos. Son inseparables, como el huevo y la gallina.

En Europa, los presupuestos de los Estados representan hoy aproximadamente la mitad del producto interno bruto (PIB) y poco menos en los EE.UU.. En cambio, en países más «rascas» como Chile, representa menos de un quinto. En otros que todavía están dando sus primeros pasos en la conformación de mercados modernos – allí donde la mayoría de la población está conformada por campesinos, como es el caso todavía con más de la mitad de la humanidad -, los Estados representan una proporción ínfima del PIB.

Durante los últimos treinta años, mientras se desenvolvía el ciclo económico largo o secular que culminó en 1999 (ver nota «Un siglo de capitalismo»), el comercio mundial se expandió sin cesar, más rápida y globalmente que nunca antes. Ello creó la ilusión que la utopía Neoliberal era posible.

Sin embargo, lo mismo ocurrió en los anteriores períodos de expansión larga que culminaron en 1872, 1929 y 1969. En todos esos casos, sin embargo, décadas de expansión del comercio mundial fueron seguidas por otras tantas décadas de contracción del mismo, en mayor o menor medida. En dos ocasiones, el asunto pasó a mayores y la contracción generalizada terminó nada menos que en dos guerras mundiales.

Ahora, como muchos temen, lo más probable es que el mundo enfrente dos o tres décadas de contracción del comercio mundial. Ya para este año, la Organización Mundial de Comercio (OMC), pronostica una caída de 9%. El diario Financial Times ha pronosticado una guerra comercial el 2010.

Los exportadores chilenos que ya sufren un caída brutal de las exportaciones – se han derrumbado a la mitad en el primer trimestre en relación al 2008 – enfrentan ahora medidas proteccionistas como las que denuncia la CORMA.

Tampoco cuentan con la protección adicional que les hubiese conferido el que Chile hubiese entrado de modo pleno al Mercosur. Eso era posible, y el Presidente Lagos se comprometió a ello con el Presidente Cardoso el 2000, para luego echarse para atrás, sin ni siquiera avisarle, tras un llamado telefónico donde Clinton le prometió firmar un TLC a cambio de postergar la medida.

Está más que claro que la integración Latinoamericana resulta un camino difícil para acceder a un espacio de librecambio más amplio, del tamaño que el país necesita para competir en el siglo 21, pero al mismo tiempo protegido y regulado por instituciones estatales supranacionales de soberanía compartida. Difícil, pero no imposible, como demuestra Europa hasta el momento. Resulta sin embargo indispensable. No queda otro camino y hay que moverse en esa dirección de modo urgente, como CENDA ha planteado en carta enviada a la Presidenta Bachelet en marzo del 2009.

Lamentablemente, el resguardo en que confiaban los exportadores chilenos, los famosos TLC firmados con medio mundo, ahora que son necesarios están resultando ¡letra muerta!

Manuel Riesco
Economista CENDA


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