Una posible guerra comercial el 2010. Muy preocupante para Chile el pronóstico de fin de año acerca de la evolución de la crisis mundial aventurado por Martin Wolf, economista jefe del Financial Times (ver nota anterior). En su opinión el peligro es «extremo» (FT 7/1/2008).
Si llega a suceder en grado significativo Chile quedaría desguarnecido. Su estrategia de apertura internacional indiscriminada descansa precisamente sobre el supuesto que ello no va a ocurrir nunca.
Parece indispensable ponerse a resguardo. Por si las moscas.
Lo más efectivo es proceder decididamente y de inmediato a la incorporación del país al Mercosur. Es el camino más directo y seguro para el imperioso retorno a la estrategia tradicional del Estado de privilegiar la integración regional. Las condiciones de negociación de esta decisión inevitable se deterioran aceleradamente con cada día que se posterga.
Como en otros ámbitos, la crisis genera un escenario completamente nuevo que obliga a adecuar en forma rápida, drástica y masiva las estrategias y políticas del Estado. No hace sino imponer en la conciencia de las autoridades una mirada más realista acerca del mundo que nos rodea.
Chile ha venido cayendo en cuenta con cierto retraso acerca de la imperiosa y urgente necesidad de dar un viraje decidido en la estrategia de desarrollo que se había venido siguiendo a lo largo de tres décadas. La misma daba muestras evidentes de agotamiento desde hace bastante tiempo. Se hacía bien evidente la necesidad de corregir las distorsiones de todo tipo que se han venido acumulando debido a los errores de apreciación de ese modelo, agudizadas por la forma extremista y prolongada que asumió en este país.
Ahora no caben excusas para proceder a ello sin demora. Varios de los aspectos del viraje se han venido imponiendo de una u otra manera en el discurso público. De este modo, el debate político presente está marcado por la urgencia de reconstruir los sistemas públicos, la capacidad de regulación y el aparato civil mismo del Estado, severamente desmantelados por el extremismo Neoliberal rayano en anarquismo burgués.
Asimismo, por la necesidad de restablecer los equilibrios perdidos a nivel de las empresa, la institucionalidad política y las ideas. Esa es la raíz de todas las demás distorsiones, puesto que otorgan un peso absolutamente desproporcionado a un sector social cuyas demandas estrechas no siempre coinciden con el interés general y que en el caso específico de Chile se encuentran deformados adicionalmente por causas históricas.
Posiblemente no hay aspecto tan decisivo donde haya predominado a lo largo de tanto tiempo una visión tan distorsionada como la estrategia de inserción internacional del país. Ello ha sido ciertamente muy dañino como todas las posiciones extremistas e ideologizadas. Ha significado nada menos que el país se haya retrasado seriamente en un aspecto tan básico como su infraestructura industrial. Por otra parte, la consigna de apertura comercial general, teóricamente indiscutiblemente, fue en la práctica siempre unilateral puesto que los numerosos socios del país nunca levantaron realmente sus múltiples salvaguardas. En cambio, Chile se entregó atado de manos a la apertura financiera indiscriminada, que era lo que realmente interesaba a quiénes promovían esta política a nivel global. Los resultados están a la vista.
Sin embargo, la consecuencia más nociva de esta estrategia fue aislar al país del proceso de construcción de un espacio mayor de soberanía compartida que tiene lugar en América Latina. Como escribiera memorablemente Michael Prowse en el Financial Times el 3 de marzo del 2001, citado en un artículo en La Tercera el 23 de abril de ese mismo año: «Sólo caben dos alternativas para los países pequeños, convertirse en vasallos obsecuentes de los EE.UU. o participar entusiastamente con sus vecinos e iguales políticos en la construcción de un espacio mayor de soberanía compartida.» Se refería a Gran Bretaña.
La crisis ha puesto una vez más en evidencia la unidad entre los estados y mercados modernos, los que se han venido desarrollado a lo largo de los dos últimos siglos de manera tan inseparable como el huevo de la gallina. Sin embargo, existe al parecer un tamaño mínimo u óptimo para los espacios soberanos, que aparentemente está determinado por la principal potencia de cada época. De este modo, si en el siglo XIX bastaba con construir Estados de aproximadamente las mismas dimensiones que Gran Bretaña, el surgimiento de los EE.UU. en el siglo XX impuso la integración de los primeros en la Unión Europea. Evidentemente, el surgimiento de potencias de un orden de magnitud superior en el curso del siglo XXI obliga a replantear el tema nuevamente.
América Latina en su conjunto es un espacio natural, histórico y cultural de dimensiones adecuadas a los requerimientos de los mercados del siglo que se inicia. De hecho, está en el mismo orden de magnitud de China e India. Tiene actualmente 600 millones de habitantes de los cuales dos tercios viven ya en sus ciudades, dos de las cuales superan los veinte millones de habitantes y varias los diez millones. Hacia mediados de siglo alcanzará los mil millones con un nivel de urbanización, salubridad y educación similar a los que actualmente exhiben los países desarrollados. Una de las grandes potencias emergentes, en suma, si logra conformar un mercado integrado con sus correspondientes instituciones estatales regionales de soberanía compartida. Sólo en un espacio de esas dimensiones y características puede la región llevar adelante los grandes proyectos de infraestructura, ciencia y tecnología, industria y defensa que le brinden un grado mínimo de independencia. Adicionalmente, es el único donde Chile puede participar con derechos plenos.
El proceso de integración es complejo, que duda cabe. Está lleno de problemas que se traducen en constantes retrocesos. El nivel de desarrollo de los países es muy desigual y sus trayectorias históricas asombrosamente diferentes. Resulta fácil azuzar conflictos fronterizos e incluso movimientos separatistas, como se sabe. A ello se agrega la inmensa masa de la potencia al Norte que constantemente hace gravitar hacia su órbita a los países del sur, a la cual suma su estrategia deliberada tendiente a mantener su balcanización y sometimiento individual. Por el mismo motivo ha promovido la influencia del pensamiento neoliberal, que en su ramplonería estratégica e ignorancia histórica deja estos asuntos en las manos invisibles e infalibles de los mercados.
Sin embargo, todas estas dificultades palidecen cuando se las compara con las que fue necesario superar para construir los estados europeos en el siglo XIX, por ejemplo. El proceso avanza mucho más rápido que lo que los propios latinoamericanos pueden percibir – la «prensa seria» del continente no ayuda precisamente, quizás no casualmente. Los acuerdos y tratados internacionales con este objetivo han venido multiplicándose cada década tanto en número como importancia. Como destaca el ex comandante del Ejército de Chile y actual director del Centro de Estudios internacionales de la Universidad Católica, Juan Emilio Cheyre, en artículo en La Tercera del 7 de enero del 2008, «las más importantes son la Unión Sudamericana de Naciones (Unasur) y la reciente Cumbre de Latinoamerica y el Caribe (Clac) que podría dar origen a una organización en que México y Brasil por primera vez aúnen voluntades para liderar el diálogo político regional sin Estados Unidos.»
A pesar de los muchos obstáculos el proceso avanza y continuará consolidándose porque cuenta con padrinos internos y externos muy poderosos. En primer lugar, el emergente y agresivo gran empresariado local que entiende que «los que no invierten en países vecinos se pasan de giles,» como ha declarado Horst Paulman, dueño de la cadena Jumbo.
Tanto o más importante es el respaldo de las burocracias de Estado en los principales países latinoamericanos, particularmente de parte de sus contingentes con más capacidad de reflexión estratégica como las cancillerías y muy especialmente los estados mayores de las fuerzas armadas.
Cuenta asimismo con las simpatías de la población en general y la participación más o menos activa del mundo de la cultura, intelectuales, artistas y organizaciones de la sociedad civil. Las organizaciones sindicales y sociales en general resultan algo más reticentes, sin embargo, se pueden incorporar con mayor entusiasmo en la medida que se acompañe el proceso con políticas sociales regionales que les aseguren mejores condiciones de vida y trabajo.
Otras grandes potencias mundiales apoyan el proceso de integración latinoamericana, puesto que lo ven como una alternativa menos mala que la subordinación individual de los países a los EE.UU.. La Unión Europea y España en particular están jugando un rol muy activo, especialmente por la impresionante irrupción de las empresas de esta última. Al igual que los antiguos conquistadores visualizan la región como un todo y están entrenando una generación de ejecutivos locales con la misma mirada. A la larga, pueden jugar un papel muy similar al de los capitales ingleses en la expansión de los EEUU durante el siglo XIX.
La Presidenta Bachelet está en condiciones de liderar un viraje decisivo de nuestra política exterior en esta dirección estratégica. Ha sido una impulsora del proceso durante su mandato, entiende de asuntos de seguridad nacional y sabe en quienes apoyarse. Puede hacer lo que hay que hacer: Integrar plenamente Chile al Mercosur. Ahora.
Manuel Riesco
Ecomonista CENDA