Cualquier investigador sabe que para hacerse famoso en Chile, basta con publicar en abril o mayo un trabajo que sugiera que el alza de los salarios aumenta el desempleo. Es plena temporada de negociación del salario mínimo y la producción de tales «papers» resulta copiosa.
¡Que se le va a hacer! Del oportunismo no se salvan ni siquiera ciencias mucho más adustas que la economía.
Hay que alegar en su defensa que tales «demostraciones» no resultan nada fáciles. Para lograrlo, sus marketeros autores deben extremar el heroismo de los supuestos en sus modelos y hacer alarde de supremo enrevesamiento en sus regresiones econométricas. Sólo de ese modo logran «demostrar» lo indemostrable.
Es decir, que salarios y empleo, hipotéticamente y bajos ciertas condiciones estrambóticas, podrían llegar a moverse en sentido contrario.
Si ello fuera cierto, la dictadura hubiera resuelto el problema del desempleo de una vez por todas. Como se recuerda, de entradita y de un solo hachazo, cercenó a la mitad los salarios de todos y en dos tercios los de los empleados públicos, aparte de suprimir por decreto las huelgas y otras molestas inflexibilidades del mercado laboral.
Como resultado, lo que se disparó a más del doble fue la tasa de desempleo. La llamada tasa «natural» antes del golpe era del orden de 3 a 4 por ciento y después no ha bajado nunca del 6 por ciento. Generalmente ha estado por encima del 8 por ciento y en los años 1980 alcanzó a un 30 por ciento a lo largo de varios años.
La verdad del asunto es que en circunstancias normales sólo las parejas de tango eximias evolucionan en forma más armónica que estos dos. Cuando los salarios crecen aumenta el empleo. Cuando sube el empleo mejoran los salarios. En las raras ocasiones en que bajan los salarios reales, al mismo tiempo se reduce el número de ocupados. Sólo cuando el empleo disminuye mucho es que llegan a reducirse los salarios reales.
No hay por donde. Ambos se mueven al unísono. Siempre.
No es raro que sea así, puesto que en condiciones normales tanto los salarios como el empleo se determinan conjuntamente por las alternativas del ciclo económico. Ambos crecen cuando la economía va para arriba y se reducen cuando ésta se contrae.
Las causas del ciclo económico, por otra parte, bien poco tienen que ver con salarios y empleo, aunque éstos se mueven a consecuencias de aquel. El ciclo está determinado por el movimiento de las ganancias empresariales y éstas a su vez por el atochamiento y desahogo sucesivo, cíclico y simultáneo, de todos los mercados; no sólo del mercado laboral. El atochamiento periódico se produce a su vez por la competencia, estimulada de retorno, precisamente por el afán de ganancias que constituye el motor principal de la economía capitalista.
Lo anterior no quiere decir, desde luego, que los salarios no tengan nada que ver con el empleo. Muy por el contrario, tienen una relación directa clarísima. Cuando hay empleo pleno, en toda la economía o en cualquier oficio particular, los salarios suben porque los trabajadores pueden negociar mejor. Lo contrario ocurre cuando el empleo la ocupación es menor.
Por otra parte, cuando un capitalista compra una máquina, antes calcula cuantos trabajadores va a reemplazar y compara la suma de sus salarios con el precio de la aquella. De este modo, será algo más remolón para modernizarse si el nivel de salarios es muy bajo.
Nunca tanto tampoco. Los aumentos de productividad que ofrece la mecanización generalmente se mide en veces, es decir, dos veces, tres veces, diez veces, en fin. Las diferencias de salarios, en cambio, casi siempre se miden sólo en porcentajes, uno por ciento, cinco por ciento, diez por ciento, 15 por ciento y así sucesivamente. De este modo, el nivel de salarios no influye demasiado al momento de decidir la compra de una maquinaria más moderna, puesto que si la misma reemplaza a diez o veinte trabajadores, poco importa si sus salarios son diez o 15 por ciento más bajos o más elevados.
En todo caso, a consecuencia de esto, se puede alegar que un alza de salarios puede incidir en algo en el ritmo de reemplazo de obreros por máquinas: el mismo nivel de inversiones puede resultar en un aumento más moderado del empleo si el nivel de salarios es más elevado. Ni tanto, pero puede que influya algo.
Lo que no ocurre jamás es lo contrario. Es decir, que si por cualquier razón los salarios bajan, los capitalistas vayan a echar a la basura sus modernas máquinas y reemplazarlas por más manos de obra. Eso ni se les pasa por la cabeza. Tendrían que ser unos completos idiotas, que ciertamente no son.
Es decir, pudiese llegar a existir una pequeña correlación negativa entre el ritmo de incremento del empleo y el nivel de salarios. En otras palabras, para un mismo nivel de inversión adicional, el primero puede resultar un poco más moderado si los segundos son más elevados. Sin embargo, lo que no va a ocurrir nunca es lo contrario, es decir, que la ocupación disminuya menos rápido porque el nivel de salarios son más bajos.
Lo anterior significa, ni más ni menos, que durante los períodos de contracción económica una rebaja de salarios no influye en el ritmo de reducción de la ocupación. Lo contrario, en cambio, sucede evidentemente. Es decir, la baja en la ocupación ocasiona una baja en los salarios. Incluso, si por una decisión de la autoridad se logra aumentar los salarios durante la contracción – por ejemplo, subiendo el salario mínimo legal-, ello no va a influir en el ritmo de caída de la ocupación puesto que ningún capitalista va a reemplazar sus máquinas por obreros porque los salarios de éstos suben un poco.
Por otra parte, cualquier incremento en los costos de producción puede representar la gota que suba el nivel hasta el punto de ahogar a un capitalista que ya está con el agua al cuello. Da lo mismo que el aumento se provoque debido a un aumento de salarios o en el precio de cualquier otro insumo. En este sentido, se puede alegar que un alza en el salario mínimo o del petróleo, por ejemplo, pudiera provocar la falencia de alguna empresa que ya venga tambaleando, al tres y al cuatro, debido a la crisis.
Sin embargo, el aumento de los salarios mínimos tiene un efecto agregado que es muy diferente al alza del precio del combustible. Si las empresas se ven en dificultades durante la crisis no es porque suban sus costos, puesto que estos bajan en su mayor parte durante estos períodos. El problema principal que enfrentan es una fuerte baja en sus ventas. Pues bien, el alza de salario mínimo resulta un estímulo a la demanda muy importante, que evita en parte el que las ventas caigan más de prisa durante la crisis.
Ese es el motivo por el cual Aninat, el ex Ministro de Hacienda de Frei, que es un economista bien aplicado, subió el salario mínimo en un 25% a lo largo de tres años, en plena recesión de 1998. Si no lo hubiese hecho, el desempleo hubiese aumentado más.
Si hoy se acepta la propuesta de la CUT, por ejemplo, que ha solicitado incrementar el salario mínimo en 13,5 por ciento, ello representa un incremento de la demanda agregada equivalente al paquete de estímulo fiscal ofrecido por la Presidenta Bachelet en su discurso del primero de mayo.
El cálculo aproximado es sencillo: el 13,5 por ciento del salario mínimo actual de 159.000 pesos mensuales equivale a poco más de 20.000 pesos mensuales por trabajador, lo cual multiplicado por medio millón de personas que ganan el salario mínimo (son más), resulta en 10.000 millones mensuales, lo que multiplicado por doce meses resulta en 120.000 millones de pesos anuales, que vienen siendo 221 millones de dólares. Es decir, resulta una cifra del mismo orden de magnitud que las medidas anunciadas el primero de mayo, donde lo más sustantivo fue un adelanto en el calendario de pago de la nueva pensión solidaria.
De este modo, debido a su efecto sobre la demanda agregada, un alza del salario mínimo durante una recesión resulta en una disminución del ritmo de baja en la ocupación. No al revés. Ello es especialmente efectivo para las PYMES, que venden casi todo lo que compran los que ganan el salario mínimo. Puede que sus costos laborales aumente en un 2% o 3%, pero a cambio de ello se evita que sus ventas caigan un 10%.
Aparte, ciertamente, de su efecto moral, que es acercar el salario mínimo a lo que necesita un trabajador para sobrevivir mínimamente y al salario ético propuesto por obispos de la Iglesia Católica.
Manuel Riesco
Economista CENDA