Unas rechazan el sistema económico, otras lo hacen como única manera de obtener ingresos; en el fondo, todos por la subsistencia. Son personas que reciclan, buscan en la basura, plantan vegetales, o son coleros en la feria. Es la economía precaria, consciente y ecológica, la mejor de las veces; siempre, un poco más libre y alegre. Cada día son más quienes optan por esta manera de subsistencia que lucha contra el desperdicio y abren espacios para la convivencia.
1. Jueves, cuatro de la tarde. Avenida Portales hacia la feria que ya se desarma. Con un carro recogemos lechugas cuyo exterior no es apetitoso para los criterios del comercio. Tomates, duraznos, melones y paltas magulladas; zanahorias, pepinos, betarragas, choclos en perfecto estado. El negocio de la noche: Hamburguesas de soya y vegetales. Lugar: Tocata punk. “La semana pasada estuve vendiendo en la Plaza Brasil. Quedé corto. Hice como 15 lucas”, comenta Claudio. Si calculamos a 500 pesos cada sándwich, vendió 30, y podría haber vendido más.
2. Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, calcula que unos 1.300 millones de toneladas de alimentos se tiran a la basura, cantidad comparable a todos los alimentos que se producen en el África subsahariana. En Europa y Estados Unidos son 95-115 kilos por habitante cada año. En los países pobres o en ‘vías de desarrollo’, las causas del desperdicio están relacionadas con las limitaciones de refrigeración y la mala gestión alimentaria. En el caso de los industrializados, las pérdidas son por el errático comportamiento de los consumidores, que acumulan alimentos hasta su vencimiento.
3. Claudio vive en el centro de Santiago. Jueves o domingo va al último suspiro de la la feria y recoge las frutas y verduras que los comerciantes descartan. No es el único, por cierto. La práctica tiene antecedentes en la economía de las okupas y en iniciativas individuales. Con eso, varias personas se alimentan en su casa y el excedente se convierte en cubos frutales de hielo, sándwiches y empanadas vegetarianas, que se venden en la calle o en actividades diversas.
4. Lunes. 23:30 horas. Maipú con Catedral, Santiago Centro. Entre bolsas y papeles, un espejo, ropa, y cartones, un apetitoso corazón de guitarra eléctrica, con cuatro cápsulas. Se recoge la ropa, el espejo y la guitarra. Se repara la sencilla conexión del plug, se prueba en el equipo. De valor cero a cinco mil pesos en la cola de la feria el domingo. Espejo y ropa suman mil pesos más. “Yo veo que buscar en la basura, reciclar, re-vender, es una manera de trabajar menos y vivir con lo justo, aunque más libre. Además reciclar ayuda a disminuir la cantidad de basura que hay en la tierra”, opina Claudio, consciente que es más fácil hacerlo cuando no se tiene hijos que alimentar y educar.
5. No se puede olvidar que la forma en que se conciben estas prácticas tienen que ver con la conciencia individual, el nivel de educación y el núcleo familiar. Por eso, para algunos es la única salida. “Ahora nos ganamos la vida en la feria”, dice Mónica, peruana llegada hace dos años a Santiago. Junto a otras mujeres, compran fardos de ropa usada en Estación Central y la re-venden en la cola de la feria. La prenda va de cien a dos mil pesos. También re-vende otros productos. “Tenemos hijos y familia. Nos gustaría tener un trabajo más estable, pero hay que sobrevivir con algo”. Dicha realidad no es exclusiva de los inmigrantes.
6. El llamado “freeganismo” –como “veganismo” pero con free, de gratis/libre- asume que en una economía basada en la sobre-producción y la ganancia, en todos los productos está latente el abuso de animales, de humanos y de recursos naturales, en todos los niveles de producción y distribución. Por eso, los freeganos bucean en la basura buscando alimentos (de preferencia, vegetales), vestimenta, productos reciclables, revendibles o útiles. Este estilo de vida o tendencia tiene una red mundial de coordinación llamada The Freecycle, con más de nueve millones de miembros. En Chile, hay grupos en Santiago y Viña del Mar. Buscan disminuir el desperdicio de productos de todo tipo, que puedan ser usados por otros, incentivando su donación.
7. En países ricos, la basura es mejor. Los freeganos podrán encontrar buenos menús a las afueras de los locales. En Santiago, superado el rechazo social a escarbar en la basura, los locales de la Plaza de Armas, los puestos en La Vega y el Mercado, contenedores a la salida de algún restorán del barrio alto o Lastarria, o la verdulería que está en Manuel Mont llegando a Providencia, ofrecen variadas alternativas de acuerdo al estómago. Se puede acordar con algún empleado o administrador consciente para que separe la comida de la basura, ya que inutilizarla es práctica habitual de las grandes empresas para controlar flujos de productos y sus precios.
8. Acelgas, tomate, apio, betarraga, limones, especias, ubicadas en 4 x 4 metros del jardín de una casa en la periferia de Santiago. Es la suerte del que tiene un trozo de tierra. Ellas ampliaron su taller de trabajo con botellas de vidrio, ladrillos ecológicos, PVC, tetrapack, y plumavit reciclado, logrando luz, aislación y mínimo gasto. Antes redujeron casi 100 mil pesos en chatarra metálica. Hoy recolectan latas de cerveza, cuyo valor bordea los cuatro mil 500 el kilo. Construyen percheros y accesorios con papel reciclado, venden comida y cubos de borgoña, que les reportan entre 100 y 150 mil pesos mensuales. “Yo tenía un trabajo fijo y me angustié cuando se acabó”, afirma María José. “Luego dije “veamos qué se hace”. Se nos quitó el miedo y, con esfuerzo, nunca hemos tenido que pedirle nada a nadie. Reciclamos por conciencia, primero. Y vivimos así, con más tiempo para dedicarnos a crear”, concluye.
9. Al lado de la parrilla, Claudio me da una brocheta de zapallo italiano, cebolla morada, zanahoria y tomate reciclados. Nos tomamos un vino con frutillas ídem. En la cocina, apilados, tentadores sándwiches. “Yo soy generoso, porque la recicla es generosa con nosotros. No hay pa’ qué ser canalla, no se trata de ganar, hay que vivir más tranquilo y sacarle el rollo al sistema”, dice. Luego toma la bicicleta y ahorra, no contamina, aporta a la actividad física y la salud mental. Cada reunión social se transforma en una oportunidad de vender o trocar, y en una fiesta para compartir.
Por Cristóbal Cornejo G.
El Ciudadano Nº118, segunda quincena 2012