“No vamos a ser iguales. Los empresarios siempre ‘la van a llevar’ e independientemente de su origen social, racial o nacional, andarán en los mejores autos, se llevarán a las mujeres más lindas, tendrán las casas más distinguidas y serán socialmente más respetados. Y ni un índice de Gini totalmente igualitario va a aplacar el pecado de la envidia y de la codicia. Y si se les acaban los impuestos como herramienta útil para acabar con la desigualdad, acudirán a otras medidas más extremas (…) Y serán derrotados por la naturaleza humana que pide a gritos la desigualdad. Y por el espíritu empresarial, que es imborrable” – César Barros, presidente de LaPolar, La Tercera, 6 de abril de 2014.
En Francia, tienen a Thomas Piketty. En Estados Unidos, tienen a Paul Krugman. En Chile, tenemos a Axel Kaiser, el antiestatista que se opone a la gratuidad en la educación pública, pero que estudia en una universidad gratuita (Heidelberg) con una beca financiada con fondos públicos de los contribuyentes alemanes. Uno de los argumentos que Kaiser suele repetir a través de su columna mensual en El Mercurio es el del “espejismo de la igualdad”. Según Kaiser, dado que no nacemos iguales, es utópico esperar desenlaces iguales para cada individuo y todo intento de equiparar dichos desenlaces, especialmente en el plano económico, es un atentado a la libertad. Es decir, se trata de una perogrullada que refuta ideas que virtualmente nadie en Chile sostiene.
Así como nadie dice que todos “tenemos” que ser iguales, sí hay muchos que denuncian la desigualdad económica imperante en el país y situaciones como que el 5 % más rico de la población genere ingresos autónomos más de 800 veces mayores que el 5 % más pobre, o que más del 80 % de los chilenos viva en un hogar donde el ingreso anual no supera los $10 millones. Para disminuir dicha desigualdad es que se está discutiendo una reforma tributaria.
Una de las medidas de esta reforma es terminar con el Fondo de Utilidades Tributarias (FUT), franquicia única en el mundo y que durante 30 años ha permitido a los empresarios no pagar los impuestos a la renta que les corresponden en virtud de sus ingresos. Gracias al FUT, los empresarios y accionistas tributan únicamente las utilidades que retiran de sus compañías. Supuestamente, ello fomentaría el ahorro y la reinversión en dichas compañías, pero en la práctica se tradujo en que en los últimos 30 años dejaran de ingresar a las arcas del Estado casi 270 mil millones de dólares. Esta franquicia es clave para explicar cómo en Chile la evasión del impuesto a la renta hoy llega al 46 %.
Naturalmente, el empresariado chileno se opone a terminar con el FUT y las razones que invoca son las mismas que utiliza para hacer lobby contra cualquier intento de desconcentrar la riqueza en el país: “se está atentando contra la inversión”, “los costos de la medida serán traspasados a la clase media”, “estas iniciativas ya fallaron en los países comunistas” y, quizás la más curiosa de todas, “se perjudica a los emprendedores y a las Pymes”.
Así como en Chile ya nadie trota, sino que hace “running”, hoy ya nadie tiene un local o un negocio, sino un “emprendimiento”, y ahora hasta el quiosquero de la esquina es un emprendedor cuando conviene definirlo como tal. No sorprende entonces que la Asociación de Emprendedores de Chile (Asech) sea una de las entidades que ha liderado el ataque contra la reforma tributaria, entre otras cosas, porque terminaría con el FUT.
En un video que se ha vuelto viral, el presidente de la Asech, Juan Pablo Swett, advierte que la reforma los “va a liquidar”. Según Swett, sin el FUT las Pymes se quedarán sin financiamiento. Lo que el presidente de la Asech no dice es que menos de un tercio de las Pymes en Chile tienen FUT y que del total acumulado en el fondo, apenas un 6 % corresponde a pequeñas empresas.
Swett pide no ponerle trabas al emprendimiento. Hace menos de un año, Swett hacía otro llamado a través de los medios: Instaba a los emprendedores a no pagar cuatro años de impuestos atrasados y multas asociadas al Servicio de Impuestos Internos. Al parecer, los emprendedores decidieron utilizar el software “AdWords” de Google, pero se les olvidó pagar el impuesto adicional por transacciones al extranjero. Dentro de las 200 empresas en esta situación, al menos 50 serían miembros de la Asech con deudas tributarias que superan los $1.000 millones.
Swett pedía que no les pusieran cortapisas a los emprendedores. En el caso del problema con el SII, las cortapisas eran pagar los impuestos que les corresponden. En el caso de la reforma tributaria, me parece que lo que la Asech considera una cortapisa al emprendimiento es… pagar los impuestos que le corresponden.
A buen emprendedor, pocas palabras.
Cada vez que se avista un escenario que molesta a los grandes intereses que controlan Chile, se invoca la cantinela de la discriminación al empresariado y su preocupación por la clase media y las pymes. Swett dice que se perjudica a los emprendedores y Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación del Comercio y la Producción (CPC) asegura que “se ha estigmatizado” al FUT, “un mecanismo que ayuda a la pequeña y mediana empresa”.
Pero así como hay agrupaciones de Pymes que no tienen mucha cara de Pyme, hay otras entidades de la pequeña y mediana empresa con algo más que decir sobre la reforma tributaria. Una de ellas esa la Unapyme, que agrupa a organizaciones de ferias libres, pequeña industria, taxis colectivos y transporte menor, entre otros.
Al ser consultado sobre la reforma, el presidente de Unapyme, Héctor Tejeda, repasó a los grandes empresarios que condenan la reforma tributaria a nombre de las Pymes: “lo que están haciendo es sacar la castaña con la mano de las pymes. Ellos se han apoderado de todo el crecimiento del país y si tanto les preocupan las pymes entonces nos deberían haber pagado a 30 días y nos debieron haber pagado precios justos”.
Y tiene razón. ¿A dónde está la CPC cada vez que las grandes empresas del retail abusan de sus proveedores y les pagan a 60 o 120 días? ¿Por qué no levantan la voz con la misma fuerza que lo hicieron hace unos días, cuando Santa Cruz denunció un video del Gobierno a favor de la reforma tributaria como “injurioso” y “un atentado hacia la sana convivencia”?
La sana convivencia exige, entre otras cosas, que cada miembro de la sociedad contribuya en forma proporcional a sus medios al financiamiento de servicios que benefician a todos. Es decir, requiere que los empresarios no eludan el pago de impuestos ni que se amparen en la clase media o disquisiciones de silabario sobre la igualdad para no asumir sus responsabilidades.
Mientras que en Chile el deseo de reducir la desigualdad económica es cuestionada desde gente como Axel Kaiser hasta el presidente de La Polar (porque si hay una empresa en Chile que conoce de cerca el tema de perjudicar a gente de clase media, esa es La Polar), en otros países la discusión es muy distinta.
El economista francés Thomas Piketty (1971) ha instalado la desigualdad en el debate tanto en Europa como Estados Unidos con su bestseller El Capital en el Siglo XXI (Le Capital au XXIe siècle), publicado el año pasado en Francia y este año en inglés por Harvard University Press. Fruto de 20 años de estudio sobre las desigualdades en la renta y la riqueza de los países industrializados, la obra fue reseñada positivamente en el New York Review of Books por el premio Nobel de Economía Paul Krugman, quien también le ha dedicado una serie de columnas en The New York Times.
La tesis de Piketty es que el retorno neto del capital (o riqueza) suele ser superior al crecimiento económico de un país. Ello acrecienta la desigualdad económica entre los dueños de ese capital y el resto de la población, y se acentúa por medio del interés compuesto. Es decir, el capital es cada vez mayor a la renta.
Según Piketty, el único período en la historia reciente donde países como EE.UU. han equiparado su crecimiento económico con el del capital fue desde mediados del siglo 20 hasta comienzos de la década del 80. Ello se debe, entre otras cosas, a la sindicalización y los impuestos progresivos al ingreso. Mientras que en la década del 70, el 1 % más rico de EE. UU. se llevaba el 10 % de la renta, hoy recibe el 20 % de la renta. La mayor concentración de riqueza coincide, entre otras cosas, con la caída en la tasa de sindicalización (del 20 % a comienzos de los años 80 a un 11,3 % actualmente) y la reducción del impuesto a la renta por parte de Reagan, quien lo bajó del 70 % al 28 %.
En Chile, la concentración de la riqueza es peor. Según el profesor de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, Eugenio Figueroa, el 1 % más rico del país percibe el 21 % del ingreso nacional. Sin embargo, si se consideran las utilidades no distribuidas o ganancias de capital, la cifra subiría a más del 30 % del ingreso nacional. ¿Y cuál es la carga impositiva del 1 % más rico de Chile? Según Eduardo Engel, la tasa promedio de impuesto a la renta, cuando se incluye el retorno del capital entre los ingresos, se sitúa entre 12 % y 15 %.
La solución de Piketty para reducir la desigualdad económica en países como EE. UU. es gravar las rentas del capital hasta que su retorno neto agregado sea inferior al crecimiento económico. Para ello, propone un impuesto del 80 % a las rentas sobre el millón de dólares, un impuesto entre el 50 y 60 % para las superiores a 200 mil dólares, y un impuesto a la riqueza del 10 % anual a las fortunas más grandes.
Según Piketty, dicha “medida no solo no reduciría el crecimiento económico del país sino que impondría límites a comportamientos económicos inútiles y a veces dañinos”. Comportamientos como la evasión y la elusión de impuestos.
Mientras el libro de Piketty es el más vendido en Amazon, el debate económico chileno sobre la desigualdad sigue dominado por denuncias neuróticas y barbaridades como las del presidente de La Polar, que en una columna sobre la reforma tributaria publicada en La Tercera contrastó las supuestas virtudes del empresariado (“riesgo, creatividad, talento y esfuerzo”) con las del chileno medio, que, según él, “prefiere su sueldo mensual ordenadito, y ojalá la salud, la educación y el Transantiago, que para ellos sean gratis, financiados por los impuestos de los empresarios”.
Para Barros, son esas virtudes las que sitúan a los empresarios en la merecida cima y por las que siempre “andarán en los mejores autos,se llevarán a las mujeres más lindas, tendrán las casas más distinguidas y serán socialmente más respetados”. Al igual que el viejo lema de La Polar, parece que para Barros y los que él considera sus pares, conseguir una mujer linda o el mejor auto es cosa de llegar y llevar. Quienes pretendan redistribuir la riqueza con medidas como la reforma tributaria “serán derrotados”. Esta visión infantil, posesiva y paranoica, que asocia una aspiración de equidad con el deseo de tener la mejor casa y la mujer más buenamoza (y es Barros el que equipara a ambas como símbolo de status, no yo), es la expresión más rústica, pero no por eso menos representativa, de algunas posturas en este debate.
Como dice un amigo, vivir en Chile es como ver una película porno en tres dimensiones: Siempre hay alguien que te lo quiere meter en el ojo. Si bien los videos de la Asech, la reacción de la CPC y las pachotadas de Barros no son en tres dimensiones, el espíritu es el mismo y la actitud que trasuntan es la que siempre ha tenido el empresariado frente al chileno “no emprendedor”, ese que esperan guarde silencio ante cobros abusivos, intereses usureros, multirut y cuanta medida “pro crecimiento” y “pro flexibilidad laboral” se les ocurra.
Cualquiera sea el destino del proyecto de reforma tributaria en el Congreso, una cosa me queda clara: Una terapia de Piketty en el ojo (o a la vena) no le vendría mal a Chile.