Por las puras peras

A los lectores jóvenes habrá que explicarles que el viejo dicho se refiere a un esfuerzo completamente inútil


Autor: Mauricio Becerra

A los lectores jóvenes habrá que explicarles que el viejo dicho se refiere a un esfuerzo completamente inútil. Es precisamente lo que ha resultado de las enormes inversiones realizadas por el conjunto de los capitalistas chilenos en los años más recientes.

Evidentemente, aquellas fueron motivadas no sólo por el altruista deseo de impulsar la prosperidad de la patria y el bienestar de sus ciudadanos. Probablemente tenían en mente, además, la razonable idea que serían recuperadas con creces gracias al fuerte aumento de las ganancias que deberían haber generado.

El resultado, sin embargo, ha sido más bien decepcionante. El Mercurio del 2 de mayo del 2009 informa que durante el primer trimestre del 2009 dos de cada tres empresas que operan en Chile obtuvieron utilidades. Sólo que fueron más bajas que el año anterior ¡en un 70%!

En los EE.UU. pasó lo mismo, sólo que no tan malo. Allí, las utilidades empresariales cayeron durante el primer trimestre del 2009 ¡en un 35%!

Evidentemente, para ningún capitalista individual pero tampoco para el conjunto de ellos tiene el menor sentido invertir en estas condiciones.

Por lo tanto, como es lógico, dejan de hacerlo. Al menos hasta que el panorama mejore.

El único detalle es que las empresas representan la mayor parte del gasto en la economía. De hecho, gastan más que las personas. Cualquiera puede darse cuenta que todo lo que compran estas últimas ha sido comprado antes por alguna empresa y a veces más de una. Aparte de eso, las empresas compran para sí cosas que las personas jamás se les ocurriría consumir, como máquinas, buques y otras minucias.

Adicionalmente, a diferencia de las personas, las empresas pueden contraer violentamente su gasto. Por estos motivos, una contracción en el gasto de las empresas resulta generalmente en una recesión y a veces en una crisis. Dicho más claramente, éste es precisamente el mecanismo que genera las recesiones y las crisis.

A su vez, al precipitarse éstas, los salarios dejan de crecer o bajan y no pocas veces las personas pierden la pega. De este modo, se ven forzadas a restringir su consumo que era máximo precisamente en ese momento.

Son recurrentes e inevitables porque la baja periódica en la masa global de ganancias se debe precisamente a que el entusiasmo de las empresas por invertir se torna eufórico en los períodos de «boom».

En los períodos que anteceden a la crisis, además, el dinero corre a raudales y de hecho casi no se necesita porque todo se compra a crédito, también lo que consumen las personas. La crisis generalmente empieza en el sector financiero, puesto que la cadena de pagos se interrumpe y todos «claman por dinero como ciervos sedientos por agua fresca,» como escribía Marx hace siglo y medio.

El resultado es que se tensionan todos los mercados de factores – materias primas, productos intermedios y hasta la propia mano de obra -, los que suben de precio, al tiempo que se abarrotan todos los mercados de productos.

El resultado es una disminución gradual en la tasa de ganancias a medida que la economía se eleva hacia el «boom» En parte, ella se intenta compensar con las operaciones especulativas más enloquecidas.

Finalmente se produce lo inevitable: una disminución en la masa general de ganancias con la consecuencia natural que los capitalistas dejan de invertir.

Generalmente, además, las empresas no han invertido dineros propios sino prestados. Por lo mismo, si las ganancias no llegan, tampoco pueden pagar sus deudas, no pocos van a la quiebra y el fardo se traslada a los bancos.

Generalmente de ahí se desvía al Estado, puesto que los inversionistas cuyo dinero a su vez prestaron los bancos generalmente son avalados por este último. Sin embargo, como el Estado no cuenta tampoco con recursos infinitos, el asunto termina generalmente en una licuación de deudas mediante una devaluación masiva de la moneda o inflación galopante, cuando no en cesación de pagos o «default» liso y llano, como lo llaman en inglés siguiendo a los franceses que son los expertos seculares en esta materia.

La crisis corrige este problema, puesto que desvaloriza masivamente el capital. Bajan los precios de todos los factores que antes habían subido, incluida la mano de obra, lamentablemente. Cuando los capitalistas husmean que la baja ha resultado suficientemente atractiva, vuelven a invertir y la recuperación se inicia.

El problema es que antes que se restablezcan las condiciones para que las inversiones incrementen la masa de ganancia, las que son bien terribles en realidad puesto que implican muchas bajas de precios, la cosa no va a empezar a mejorar.

El Estado puede hacer mucho por evitar la contracción generalizada del consumo y ahora todos le estamos prendiendo velas a Lord Keynes. Sin embargo, no es capaz de recomponer la masa de ganancias por si solo.

Estos mecanismos se conocen desde hace casi dos siglos (desde 1825, cuando ocurrió la primera crisis del modo de producción capitalista) y se vienen dilucidando teóricamente en buena medida desde la publicación de El Capital, hace un siglo medio.

Por esos años (1872) se produjo además otro fenómeno que recurrió en 1929 y luego en 1969 y 1999: se ha acumulado evidencia suficiente para afirmar que los ciclos normales o «cortos,» se inscriben a su vez en una trayectoria cíclica de más largo plazo. La misma se explicó teóricamente de modo bastante convincente hace más de una década y también tiene que ver con las ganancias (ver nota «Pesos pesados»). Lamentablemente, los autores que lo desentrañaron han estado prohibidos en décadas recientes.

En resumen, entender las crisis no es tan complicado. Basta saber que los capitalistas jamás van a invertir por las puras peras.

Manuel Riesco
Economista CENDA


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