Cuando se trata de política económica, lo que piensa el público puede pesar bastante. Los gobiernos electos tienen que preocuparse de ser reelectos; esto sin duda aplica en Venezuela, donde los votantes están polarizados y la última elección presidencial fue reñida.
Venezuela se enfrenta actualmente a una serie de problemas económicos, que incluyen una inflación anual de más del 60 por ciento, escasez de ciertos bienes de consumo, fuga de capitales y una probable contracción de la economía en el presente año. La mayor parte de estos problemas emanan del sistema cambiario disfuncional en el país. No obstante, las encuestas señalan que la gran mayoría del público –hasta un 80 por ciento en algunos sondeos recientes– rechaza una devaluación para poder remediar el sistema; y parece ser esta presión, por parte de los electores –no por parte de intereses especiales– la que impide los cambios necesarios para recuperar la salud económica.
La gente asocia la devaluación a una serie de adversidades. Primero, la inflación. Dado que una devaluación normalmente aumenta el precio de los productos importados, es una medida que contribuye a la inflación. Sin embargo, podemos repasar las últimas 5 devaluaciones de la década transcurrida. En tres ocasiones, la inflación durante el año siguiente en realidad fue inferior a la que existía antes de devaluar; y en un cuarto caso, tampoco fue mucho más alta.
La única excepción fue la última devaluación, en febrero de 2013. La inflación se disparó después de la devaluación, pero hay dudas de que la devaluación haya sido la mayor causa. La inflación ya venía acelerándose rápidamente, ubicándose en una tasa anual de 43 por ciento tres meses antes de la devaluación. Además, si examinamos el origen de dicha inflación, vemos que ésta se dio por la escasez de dólares –y por lo tanto, de muchos productos– que comenzó a finales de 2012.
La inflación, la escasez, y la desaceleración económica: todas provienen de la escasez de dólares. Pero, a su vez, la escasez de dólares es producto del hecho que el gobierno se deshace de casi todos los dólares que obtiene del ingreso petrolero a una fracción de su valor real.
¿Qué podría hacer el gobierno? Puede dar el paso hacia un sistema cambiario unificado. Ciertamente, esto implica una importante devaluación con respecto a las tasas oficiales actuales de 6,30 bolívares fuertes (BsF) al dólar (la tasa CENCOEX a la cual se vende la mayor cantidad de dólares) y la tasa SICAD I de 10,6. ¿Pero devaluar a qué tasa? Las estimaciones privadas apuntan a una tasa cercana a 30, si se dejara flotar la moneda. Pero, ¿qué tal si se apuntara aún más alto, digamos a los 40? A esto se le llama “overshooting”, o rebasamiento.
Fue lo que ocurrió en Argentina, por ejemplo, cuando devaluó a comienzos del año 2002. Fue una devaluación muy importante, haciendo inicialmente que el tipo de cambio pasara de un peso por dólar a aproximadamente cuatro. Luego, el gobierno logró estabilizar la moneda a una tasa de aproximadamente tres por dólar.
Recordemos que Argentina padecía de otros problemas que no aquejan a Venezuela, incluyendo una profunda depresión y el más gran incumplimiento de pago de la deuda pública en el mundo. Pero la política de un régimen de cambios flotantes dirigido fue un factor vital en su muy exitosa recuperación, la cual comenzó apenas tres meses después de la devaluación.
Si Venezuela dejara flotar su tipo de cambio, haciéndolo “rebasar” temporalmente, esto podría tener un efecto positivo. Como en Argentina, luego de su devaluación en 2002, los dólares dejarían de fugarse y volverían al país, porque la gente se dio cuenta que la moneda había tocado fondo; y en el caso venezolano, que las devaluaciones periódicas de un sobrevaluado tipo de cambio fijo tras otro, finalmente llegaron a su fin.
Posteriormente, el gobierno podría estabilizar la moneda a una tasa sostenible, dentro de cierto margen. Esto no significa el anuncio de un nuevo tipo de cambio fijo, tampoco de una “banda” dentro de la cual la moneda se movería. Más bien, significaría intervenir en el mercado cambiario cuando el gobierno lo estime necesario, a modo de garantizar la estabilidad de la moneda. Esto es lo que ha hecho Bolivia, por ejemplo, desde que Evo Morales tomó posesión en 2006, y ha sido muy exitoso .
Sin duda, para poder mantener un tipo de cambio estable, el gobierno deberá bajar la inflación. Pero esto se hará más fácil cuando el país ya no esté sufriendo de una escasez de divisas, la cual alza tanto los precios de las importaciones como los de muchos otros productos y servicios que dependen de insumos importados.
Un tipo de cambio unificado y realista también acabaría con la especulación que nutre el mercado paralelo, ubicado actualmente en 103 BsF por dólar. Esto ha contribuido a la fuerte alza en la inflación de los últimos dos años.
Venezuela no sufre una auténtica crisis en su balanza de pagos, donde un déficit en los ingresos de la exportación haría imposible cubrir las importaciones y la deuda pública externa.
El país cuenta con un superávit de cuenta corriente y disfruta de unos $40 billones en sus reservas totales en divisas (incluyendo los fondos del gobierno fuera del Banco Central). Lo que aparenta ser una crisis en la balanza de pagos es en realidad un sistema cambiario disfuncional que genera una escasez artificial de dólares y bienes, además de atrasos en los pagos.
De hecho, el ajuste más difícil de una devaluación ya se ha dado: las importaciones en Venezuela han visto una baja de 33 por ciento en los últimos dos años, uno de los más grandes ajustes de este tipo en el mundo. Ahora, son los precios los que requieren ajuste.
Evidentemente, algunas personas saldrán perdedoras de una devaluación; no solamente quienes hicieron fortuna, legal o ilegalmente, de su acceso a dólares preferenciales, a 6,30 o 10,60. Esos serán los mayores perdedores. Pero quienes deben ser protegidos son los venezolanos trabajadores y pobres que tendrán que lidiar con ciertos incrementos en los precios –en vez de la actual escasez– después de una devaluación.
El gobierno podrá sin duda proteger a la población, puesto que ganará lo que otros –incluyendo aquellos que se aprovechan del sistema actual– perderán. Esto se debe a que el gobierno recibe más del 90 por ciento del ingreso en dólares al país; y estos dólares valdrán mucho más en moneda nacional después de la devaluación. El gobierno entonces puede, y debe, usar esos ingresos adicionales en BsF para garantizar que la gran mayoría de venezolanas y venezolanos no salgan perdedores en la transición hacia un sistema cambiario funcional.