Cuando hablamos de crisis, no sólo nos referimos a una crisis política, sino también institucional. Una interpretación que pese a ser abierta y extensa, deja de nombrar su núcleo, que es su base económica. Porque sobre el denominado modelo neoliberal y sus desregulaciones, sobre el libre mercado desenfrenado y la desinstalación del aparato del Estado, descansa la actual crisis institucional, que tiene el hálito de un proceso terminal. Sobre esta estructura armada desde la violencia y más tarde sobre la derrota, se apoya el presente escenario, levantado sobre la entrega y el fracaso. Nada más claro de esta capitulación que aquellos conversos que asumieron como virtudes propias las consignas del adversario.
Esta historia comienza con ese fracaso, con una capitulación extendida por toda la transición. Con un engaño representado como verdad y certeza. Con el capitalismo a ultranza matizado con expresiones como equidad, igualdad, progreso y desarrollo, todas referencias útiles como campaña electoral o discurso enmascarado para esconder la capitulación. La realidad, pese a la demagogia y el marketing, ha sido desde entonces la consolidación del capitalismo más extremo. Si la dictadura usó al país como laboratorio para probar las ideas de Milton Friedman, la postdictadura continuó, no bajo el control de las armas, con el engaño y las herencias institucionales y constitucionales del dictador.
¿Por qué el fracaso? Si hace diez años la herencia de Pinochet tuvo como efecto un confuso malestar por la estrechez política y la injusta economía, hoy aquella confusión es claridad y realidad. Nuestros males, que son políticos, sociales, económicos y culturales tienen su origen no sólo en la dictadura, sino en la aplicación y legitimación del modelo neoliberal durante la transición. No sólo Carlos Cáceres y Hernán Büchi son sus modeladores, también Foxley, Aninat, Eyzaguirre, Velasco, Larraín y Valdés.
El modelo económico erigido durante la dictadura y fortalecido y elogiado por toda los gobiernos de la ex Concertación y la Nueva Mayoría es expresión palmaria del fracaso que vivimos como sociedad. La desigualdad, la corrupción, la concentración extrema e inmoral de la riqueza, el carácter rentista de nuestra economía, la falta de perspectivas, la incapacidad de desarrollo, de creación de valor son algunos de los efectos de un modelo hoy repudiado por gran parte de la población. Las permanentes marchas y protestas, junto a las encuestas, son una de las caras que expresan la crisis terminal del modelo. La otra es la incapacidad de las elites de mirar y cambiar.
Alberto Mayol y José Miguel Ahumada, en La economía política del fracaso (Editorial El Desconcierto), no sólo ahondan en estas ideas, sino que levantan una hipótesis para demostrar este fracaso. Un modelo sin otro proyecto y destino que enriquecer a los dueños del capital sobre aquel proceso que David Harvey llama acumulación por desposesión.
El libro de Mayol y Ahumada apunta a levantarse como piedra angular para la crítica económica ejercida desde los movimientos sociales y políticos. El modelo neoliberal, que durante las décadas pasadas se rodeó de auras tan ridículas como el fin de la historia, ortodoxia económica o pensamiento único, no resiste un análisis empírico. Sus efectos no son sólo concentración inédita de la riqueza sobre la base de una brutal desigualdad, sino un país que no ha vivido un proceso de modernización económica, tal vez un mero proceso de crecimiento económico dependiente, rentista y cortoplacista.
La modernización que tenemos es un discurso ideológico que busca su aprobación y certificación ciudadana mediante una falsa inclusión a través del consumo y el crédito. Un caramelo envenenado para ocultar lo esencial: legitimar un ciclo de crecimiento basado en la explotación intensiva de recursos naturales y en la creación de mercados allí donde antes existían servicios sociales, como son los casos de la salud y la educación.
La obra de Mayol y Ahumada será una herramienta clave de análisis y crítica. Y es también un libro que aparece en un momento crucial. Como dicen sus autores, estamos en una hora decisiva: “la hora de pasar a la ofensiva”.