Un informe internacional sobre distribución de la riqueza coloca a Chile en nuevas marcas de desigualdad. En un clima económico de bajo crecimiento, el número de personas con activos o inversiones por más de un millón de dólares alcanza a 57 mil, cifra sorprendente si se comparan con los cinco mil que registró el mismo informe el 2010. En sólo siete años, estos millonarios en dólares crecieron nada menos que un mil por ciento, expansión que no tiene relación alguna con la realidad nacional.
Los 57 mil afortunados chilenos corresponden al 12 por ciento del total de millonarios latinoamericanos; Chile es el tercer país de la región con más acaudalados, superando a naciones de mayor PIB y población, como Brasil y Argentina. Sobre estas cifras es posible hilar aún más fino: los 57 mil millonarios corresponden al 0,3 por ciento de la población chilena, o es un grupo de población similar a la comuna de La Dehesa.
El aumento de los millonarios es un fenómeno que avanza de forma inversa al resto de la economía. Pese a todos los intentos por relativizar el proceso de desigualdad, estos registros son prueba palmaria de la concentración de la riqueza en una élite que no representa ni al uno por ciento de la población nacional.
En todos los sentidos, Chile avanza en la dirección contraria a las demandas de gran parte de la ciudadanía. Mientras un grupo de controladores aumenta su riqueza para ingresar en los millonarios en dólares, la población chilena intenta sobrevivir entre bajos salarios y créditos caros para financiar gasto corriente. Hoy mismo, los trabajadores de la salud pública protestan en las calles para obtener un reajuste de unos escasos miles de pesos. Lanzan sus demandas a un Estado que ampara y protege las escandalosas brechas en la distribución de la riqueza.
El aumento de las fortunas de los súper ricos, de aquel grupo que representa al 0,3 por ciento más acaudalado, sucede en un país en retroceso social. Hace pocas semanas hemos observado que han aumentado de forma geométrica el número de personas y familias que viven en campamentos sin acceso a servicios tan básicos como agua y electricidad. Si de números se trata, también podemos cifrar esta condición inversa: más de cien mil personas viven en campamentos, un grupo superior al de los millonarios.
En Chile los trabajadores reciben un salario promedio de 350 mil pesos mensuales, y siete de cada diez gana menos de 500 mil líquidos. Unos ingresos de hambre que explican el alto endeudamiento y morosidad como medios para solventar gastos mensuales.
El crecimiento en el número de millonarios no tiene otra explicación que parte del proceso ininterrumpido de concentración de la riqueza entre los miembros de la élite. Un trance que naturaliza la desigualdad y la injusticia y arrastra al país hacia peligrosas nuevas fronteras. Bajo el actual sistema de mercado Chile no avanza al desarrollo, sino que hacia la corrupción sistémica y al deterioro como comunidad y sociedad. Si Chile va a alguna parte, es hacia el hundimiento de sus sesgadas instituciones, hacia la condición de Estado fallido, tal como países de la región hoy controlados por la mafia, las bandas, la violencia y sus representantes políticos.