Chile, que en los hechos son los poderes tras las instituciones y el mercado, ha ingresado desde hace unos años en un surco del que no halla rumbo no dirección. La demanda marítima boliviana, que es de forma persistente silenciada al invocarse el Tratado de 1904, ha mutado en un problema endémico con las características de un trauma, de un hecho incómodo que es preferible olvidar y jamás nombrar. Como si no existiese. Chile, que son sus elites, sus atavismos más los intereses de las corporaciones, cristaliza sus posturas e ingresa en un espacio cerrado sin retorno.
A la clausura al diálogo y a la amplitud de las argumentaciones, al cierre a los procesos históricos que apuntan a la integración de los pueblos, las elites chilenas han apostado por exacerbar los nacionalismos como si ésta fuera la única política exterior posible. Un proceso que distorsiona la realidad, que nos aísla de nuestra región y que suma un riesgo no menor: el nacionalismo extremo, el chovinismo desatado entregado como alimento a una opinión pública inculta e irreflexiva, conlleva todo tipo de riesgos y males difíciles de superar. Ingresamos en un territorio de irracionalidad, de fanatismos, en que políticos y altos funcionarios, miembros y aspirantes de las elites y el establishment, se encargan de calentar.
La causa marítima boliviana no es el único problema que estos grupos de chilenos arrastran y se niegan a asumir. El conflicto chileno-mapuche responde a una situación similar. En ambos casos, los poderes en la sombra con la participación de las grandes corporaciones, ya sea en un caso marítimas y pesqueras y en otro forestales, niegan, incluso, la posibilidad a dialogar. Una construcción para mirar la historia que estas fuerzas en la sombra han traspasado también a otro hecho trágico, como es el golpe de estado y los crímenes de la dictadura. Todas estas realidades citadas están envueltas por un núcleo duro de silencio, de distorsión y mentiras amplificadas por los medios afines a las elites y las corporaciones.
El discurso oficial, promovido por las centenarias oligarquías, se queda atrapado no sólo en un tono belicoso y autoritario, sino también circular, reiterativo e inoperante. El gobierno de Sebastián Piñera recoge la misma retórica que el pasado de la Nueva Mayoría, ya colocado en un espacio de alta tensión por el inefable PPD Heraldo Muñoz.En su cierre al diálogo, en el rechazo al reconocimiento de un tema no resuelto con un país vecino y hermano, avanzamos en el camino del nacionalismo, en una estrategia política orientada hacia el enclaustramiento espacial y temporal. En su posición petrificada tanto este gobierno como el anterior Bachelet se aíslan del resto del continente y del mundo, frena los procesos de integración y hermandad entre los pueblos de la región y se cierra a debatir los evidentes problemas de cara al futuro.
Evo Morales decidió recurrir a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de la Haya como reacción natural al abierto rechazo de parte del gobierno chileno a admitir un evidente problema fronterizo no resuelto. La casta política chilena, apoyada por los poderes más grises, se ha cerrado de manera hermética a aceptar materias pendientes a la vez que clausura cualquier posibilidad de diálogo en torno a la histórica demanda boliviana. Una actitud cargada de arrogancia que empujó al gobierno de Bolivia a buscar otros mecanismos para encauzar el legítimo requerimiento de una salida soberana al océano Pacífico.
La política exterior de éste y el anterior gobierno es una extensión recargada y amplificada de los consensos de la transición, aquellos pauteados por la herencia dictatorial y el espíritu de Pinochet. En esta nueva versión, reproduce y exhibe urbi et orbe todos sus vicios y contradicciones internas. Las distorsiones propias de la transición se fusionan con el Estado y sus poderes, en un discurso abiertamente conservador, autoritario, individualista y neoliberal que traspasa fronteras. En este contexto, Chile y sus gobernantes han impugnado sistemáticamente los foros regionales que apuntan a la integración y solidaridad latinoamericana, a la vez de criticar de manera permanente e intervenir en los procesos políticos democráticos de países como Bolivia o Venezuela.
Mientras el presidente de Bolivia, Evo Morales, viaja por el mundo consiguiendo adeptos a su causa, Chile retrocede, se acorrala solo y se queda sin argumentos de peso hacia el concierto internacional. La real imagen de la elite gobernante chilena se proyecta hacia afuera.