Comienza a fracasar la estrategia del equipo chileno ante La Haya

La renuncia del agente ante La Haya Felipe Bulnes, quien fue reemplazado por el viejo y experimentado ex secretario general de la OEA José Miguel Insulza, deja ver las primeras fracturas e inconsistencias de la defensa del equipo chileno contra la demanda marítima boliviana ante la Corte Internacional de Justicia. Un episodio que revela problemas conceptuales y políticos mucho mayores y profundos, los que El Ciudadano alerta en este texto.

Comienza a fracasar la estrategia del equipo chileno ante La Haya

Autor: paulwalder

bachelet insulza bulnesEl cambio del agente chileno ante La Haya deja a la vista no sólo ciertas falencias y diferencias internas en el equipo, sino expresa, a nuestro modo de ver, inconsistencias de fondo no asumidas en la defensa chilena contra la demanda boliviana ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Este lunes la presidenta aceptó la renuncia del abogado y ex ministro de Sebastián Piñera Felipe Bulnes, quien argumentó “falta de cohesión” y apoyo a su gestión. En su lugar, Michelle Bachelet nombró al  experimentado político socialista y ex secretario general de la OEA José Miguel Insulza.  

 

Estas son las primeras “fisuras” públicas, como denominaron en Bolivia, de la estrategia del equipo chileno. Una grieta en la superficie que exhibe problemas conceptuales y políticos estructurales, los que El Ciudadano destaca y alerta en el editorial del impreso de noviembre, el que publicamos a continuación.

 

 

 

Chile, atrincherado por la historia

 

El canciller Heraldo Muñoz perdió su sitial en el Olimpo de las encuestas. La derrota de la postura chilena en La Haya y su monótono discurso antiboliviano parece haber cansado a los ciudadanos, que finalmente esperan soluciones más efectivas y creativas sobre un tema, hasta el momento sin solución, que se hunde en nuestra historia. El discurso oficial, promovido por las centenarias oligarquías, bien canalizado por los gobiernos de la Concertación y cristalizado por la Nueva Mayoría, se queda atrapado no sólo en  un tono belicoso y autoritario, sino también circular, reiterativo e inoperante.

 

 

El gobierno, en su renovada retórica, ha hecho ilimitadas concesiones a los sectores más reaccionarios del país vaciando su política exterior. La misma presidenta que en su anterior gobierno tendió lazos hacia su par boliviano mediante la agenda de trece puntos, incluyendo el tema marítimo, desconoció esos avances desde su administración actual con la Nueva Mayoría para cerrarse en las indefiniciones que se hicieran durante el gobierno de la coalición ultraderechista de Sebastián Piñera.

 

La caída de Heraldo Muñoz de su pedestal es una expresión de esta fallida estrategia orientada hacia el enclaustramiento espacial y temporal. En su posición petrificada el gobierno de Bachelet se aísla del resto del continente y del mundo, frena los procesos de integración y hermandad entre los pueblos de la región y se cierra a debatir los evidentes problemas de cara al futuro. Que desde inicios de este mes la Cancillería  sume nuevos traspiés por materias fronterizas con el Perú sólo constata el creciente enclaustramiento del gobierno chileno ante sus países hermanos.

 

Evo Morales decidió recurrir a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de la Haya como reacción natural al abierto rechazo de parte del gobierno chileno a admitir un evidente problema fronterizo no resuelto. La casta política chilena, apoyada por los poderes más grises, se ha cerrado de manera hermética a aceptar materias pendientes a la vez que clausura cualquier posibilidad de diálogo en torno a la histórica demanda boliviana. Una actitud cargada de arrogancia que empujó al gobierno de Bolivia a buscar otros mecanismos para encauzar el legítimo requerimiento de una salida soberana al océano Pacífico.

 

Las tensiones han venido creciendo y cruzan toda la política exterior chilena, cada día más alejada de los procesos de integración regional y acotada a los tratados de libre comercio y a los intereses de las grandes corporaciones. Durante los últimos meses el canciller y su equipo han estado tan ocupados para denostar al gobierno boliviano como en fortalecer y suscribir nuevos tratados de libre comercio, desde la neoliberal Alianza del Pacífico al peligroso Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP).

 

La política exterior del gobierno de Michelle Bachelet es una extensión recargada y amplificada de los consensos de la transición, aquellos pauteados por la herencia dictatorial y el espíritu de Pinochet. En esta nueva versión, reproduce y exhibe urbi et orbe todos sus vicios y contradicciones internas. Las distorsiones propias de la transición se fusionan con el Estado y sus poderes, en un discurso abiertamente conservador, autoritario, individualista y neoliberal que traspasa fronteras. En este contexto, Chile y sus gobernantes han impugnado sistemáticamente los foros regionales que apuntan a la integración y solidaridad latinoamericana, a la vez de criticar de manera permanente e intervenir en los procesos políticos democráticos de países como Bolivia o Venezuela. El apoyo desembozado de miembros de la Nueva Mayoría, por no mencionar a la ultraderecha, al golpista venezolano Leopoldo López o las críticas a los procesos internos de la política boliviana son sólo una muestra reciente de esta ideología oficial y transversal.

 

El gobierno, en connivencia o abiertamente instruido por los poderes fácticos, escribe de forma imprudente su historia presente al encerrarse en torno a corrientes de pensamiento cristalizadas que impiden la apertura hacia nuevas tendencias de integración y cooperación regional. En este trance, podemos afirmar que la obstinación actual a negar una conversación amplia y sin exclusiones con Bolivia condiciona bajo esta mirada el futuro no sólo de cara a Latinoamérica sino también nacional. Michelle Bachelet, y en ello le hace un flaco favor a las nuevas generaciones, consolida el legado autoritario y clausurado de Pinochet.

 

 

Mientras el presidente de Bolivia, Evo Morales, viaja por el mundo consiguiendo adeptos a su causa, Chile retrocede, se acorrala solo y se queda sin argumentos de peso hacia el concierto internacional. En su crítica hacia Bolivia, el gobierno y la clase política no esconden su repudio a un modelo económico y social inclusivo instalado en varios países de América Latina desde el colapso de los neoliberalismos hacia inicios del siglo XXI. En este nuevo espacio político y económico, el gobierno de la Nueva Mayoría, bajo una falsa máscara socialdemócrata o progresista, avanza en el sentido contrario, apoyando de forma palmaria los intereses de las corporaciones. En política exterior, hay una continuidad con los anteriores gobiernos de la Concertación y con el de Sebastián Piñera. La real imagen de la elite gobernante chilena se proyecta hacia afuera.

 

De esta manera, el país queda con un discurso reiterativo cuya derrota ante la CIJ en septiembre pasado lo dejó como inconducente. La repetición de los mismos argumentos y la falta de creatividad conduce al anquilosamiento en política exterior, la que es una expresión de la crisis terminal que sufre la completa institucionalidad nacional. Un proceso de deterioro político que  tarde o temprano nos pasará su cuenta.

 

 

 

 

 

 

 

 


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