Tras décadas de consensos pese al control hegemónico de la cultura económica y política, la derecha ha decidido regresar para ocupar su lugar en la historia. Tal como lo hace en Argentina y Brasil, con los conservadores y neoliberales reinstalados en los gobiernos, la derecha chilena se suma a esta corriente con un segundo mandato de Sebastián Piñera. Un gobierno cuya composición no sólo reestructura la administración pasada, su condición y destino, sino que lo aumenta, profundiza y difunde. A diferencia del anterior gobierno de Piñera, esta vez la derecha regresa sin traumas ni vergüenzas. Se muestra tal cual es, sin pudor ni filtro. Para ello valen los discursos que un Donald Trump o un cercano J. A. Kast levantan sin grandes riesgos. Para tales fines los espacios recuperados para las derechas por Macri y Temer muestran el camino. La derecha vuelve al gobierno para reforzar el poder, que nunca ha perdido aun cuando sí compartido. Es una derecha reinventada, nuevamente ideologizada y abiertamente militante. Una nueva inspiración que es, como siempre lo ha sido, una reacción.
La presentación del gabinete con el cual gobernará Sebastián Piñera a partir del 11 de marzo tiene elementos aparentemente redundantes y otros de clara proyección futura. No sólo es una sensación de dejà vu la que nos invade al observar a Cecilia Pérez, Andrés Chadwick o Felipe Larraín a cargo de algunos de los ministerios de mayor exposición e influencia. La verdadera impresión, que recorre desde las organizaciones sociales y territoriales a todas las izquierdas es la perplejidad ante las evidentes señales. La derecha regresa a recuperar los espacios aparentemente arrebatados al mercado y a las tradiciones. Futuros ministros como los neoliberales en Educación, Economía y Trabajo o la conservadora fundamentalista en el Ministerio de la Mujer son claras señales, no sin una dosis de provocación, para la desinstalación de las reformas iniciadas por el saliente gobierno de Michelle Bachelet.
Piñera regresa al poder por la difusión exitosa de una campaña, de una estrategia comunicacional y de marketing corporativo. Un proyecto político basado en un falso mito y sin ningún sentido de realidad. El neoliberalismo, recargado como lo pretende Piñera al estilo de un Macri o un Temer, es una concepción teórica cuyo reforzamiento y expansión, si cabe, no sólo sería forzoso sino altamente perjudicial para la ciudadanía y los pueblos. El neoliberalismo tardío se enfrentará a partir del mismo 11 de marzo próximo con la realidad de la injusticia, con las reformas pendientes, con los territorios devastados por la industria contaminante, con las víctimas del mercado desregulado.
El triunfo electoral de Sebastián Piñera es un espejismo. Los hechos, la realidad, es otra. La concepción económica de la condición humana exhibe sus ganadores e intenta esconder un territorio lleno de perdedores. Han tenido que pasar casi 40 años para que millones de trabajadores y ciudadanos percibieran que el luminoso, y presuntuoso, discurso neoliberal basado en el crecimiento económico y la creación de riqueza ilimitada, y su consiguiente derrame, era no sólo simple retórica y demagogia, sino una vulgar mentira. La privatización de la economía, como colofón discursivo, ha derivado en la entrega del territorio y sus recursos junto al trabajo de los asalariados a manos de unos cuantos oportunistas.
Todo esto, bien conocido por observadores y activistas, hoy apenas comienza a tener visos de realidad para la gran mayoría de los trabajadores y ciudadanos. ¿Qué hipnosis, qué embrujo ha mantenido, y mantiene, en este trance a los chilenos? El capitalismo es también seducción e ilusión, diseminada a través de grandes aparatos de información y publicidad. Una campaña persistente basada en un eventual éxito personal con efectos acumulativos ha creado una cultura del individualismo, la competencia, el egoísmo y la desconfianza en los otros.
Las masivas marchas contra las AFP, la demanda por un sistema de reparto solidario así como la educación gratuita entregada por el Estado apuntan en la dirección contraria a una cultura dominante (¿hegemónica?) por las últimas tres o cuatro décadas. Un nuevo discurso que parece desarrollarse a contrapelo, un poco chirriante sin duda, ante la pesadez neoliberal que sigue controlando el ambiente y condicionando (y alienando) las vidas.
No hay salida para el neoliberalismo. No puede esconder más sus contradicciones, cada una de éstas en condiciones extremas.