Que nuestra forma de lucha y ejercicio democrático para la transformación de la realidad en su ámbito económico social y político, mediante escritura de una Nueva Constitución haya fracasado en el Chile reciente, no determina que se haya detenido el proceso constituyente. La lucha por acabar con la injusticia y la desigualdad y por imponer la soberanía popular es y será un gran tema del Siglo XXI.
Esto se hace más evidente si se considera la gran crisis de representación del sistema político chileno y la feroz hiperacumulación de capital, la más grosera de la historia humana lo que no sólo ocurre en Chile sino que se reproduce por todo el mundo.
Ya no es ni siquiera el 1% más rico, sino de 000,1% billonario que hiperacumula capital suficiente para integraciones verticales compra de políticos e intervención de sistemas judiciales corrompiendo la institucionalidad.
Cuando esto discutimos, la institucionalidad chilena y sus principales poderes (ejecutivo y legislativo) han dado vuelta la espalda al proceso constituyente iniciado por la ciudadanía y reconstruyen el sistema político y de orden interno.
Pero esto no se hace para resolver los históricos problemas de arrastre que evidencia Chile y que vía estallido social y deliberación en cada plaza el 2019 el pueblo chileno trató de comenzar a resolver (dada la inconsistencia del sistema político para abordarlos). Los cambios legislativos en seguridad que estamos viendo son para que el Estado y quienes lo controlan tenga más poder para enfrentar futuros levantamientos sociales; las modificaciones al sistema político no implican dar más poder a la ciudadanía sino que, por el contrario, consolidar el de quienes lo detentan: la clase política y a quienes la financian.
Esta “clase”, como cada semana vemos, siempre favorece a las grandes corporaciones chilenas y extranjeras, ya se trate de temas de salud, pesca, minería, educación, vivienda, previsional, etc. Admitámoslo: Por eso es que la gente ya le cuesta distinguir entre izquierdas y derechas, porque cuando gobiernan su proceder es muy parecido al que hacen los otros cuando están en el trono.
Las supuestas diferencias son más bien superficiales, “son para la tele”.
Sus disputas no son por proyectos de sociedad sino que aparentan ser cachetadas de payaso que buscan mantener la atención de la opinión pública en ellos mismos, cuando, seamos sinceros, tienen poco o nuevo e interesante que decir.
Es triste, pero es lo que nos toca vivir. Pero esta constatación no es menor, es importante, porque nos muestra que ya no se trata de elegir entre tal o cual candidato (los que se venden a sí mismos como productos, como rostros) porque una vez electos estos políticos se apoderan de la voluntad soberana del pueblo desligándose de la comunidad a la que ni informan de las decisiones que van a tomar ni de los motivos de las mismas, salvo honrosas excepciones.
De esta manera la “democracia” se convierte en un concepto vacío o en la mejor forma de esconder el gobierno de los poderosos, la oligarquía.
Existe la sensación que el “político” trabaja para aquellos que financiaron su campaña, o para las redes de intereses que no vemos y de las que forma parte. Su vínculo con sus electores se vuelve clientelar: “por cumplir”.
Vistas así las cosas el problema ya no es de elección de tal o cual candidato o partido (la clase política en su conjunto es rechazada por más del 90% de la ciudadanía).
Tampoco es el tema que un Presidente que en campaña prometió una cosa, al llegar al poder no haya cumplido; o cambie o no cambie de opiniones. La cuestión de fondo es que le poder constituyente abierto es preso de una falsa democracia (representativa) que tiene su fundamento en el voto individual (manejado por el poder económico y mediático de las grandes corporaciones) y en la ausencia de espacios realmente deliberativos; y que se sustenta en la elección de representantes sin “mandato” (que hacen lo que quieren con su poder sin que nadie se lo cuestione).
Este mal sistema se protege en la imposibilidad de revocar al representante que no cumple ni siquiera con lo que prometió hacer en su campaña.
El desafío es que el conjunto de la ciudadanía entienda que tiene el deber y el derecho de gobernarse a sí misma, que es detentora de ese poder soberano, y que esa potestad no está reflejada en las determinaciones de representantes electos sin mandato.
Por tanto, nuestro horizonte es pedagógico: reponer las clases de historia (que se ha ido cercenando en los colegios). Reponer y autoconstruir programas de educación cívica (ciudadana); de filosofía; promover los mecanismos de autoeducación popular; construir y fortalecer medios de comunicación independientes, avanzar en las iniciativas de intercambios horizontales entre comunidades y reducir al máximo el espacio de las grandes corporaciones cambiando nuestras formas de seleccionar un producto y prefiriendo siempre aquello que sabemos fue hecho por una persona y no por una máquina de hacer dinero.
También resistiendo la devastación de los territorios uniéndonos y trabajando colaborativamente. Y, fundamentalmente, prepararnos para el nuevo proceso constituyente que inevitablemente viene. Debemos darnos cuenta de una vez que, sin nuestra legitimación y trabajo, el poderoso monstruo que parece invencible no es más que un gigante con los pies de barro al que es preciso derrotar para salvar a nuestro país y al mundo en momentos de reconfiguración del sistema financiero internacional y guerras . ¡Este sistema no da para más! ¡Ciudadanos del mundo, uníos!