Dentro del actual mundo laboral hay un gerente de una gran empresa, con contrato directo al egresar de una universidad privada; a los cinco años, siendo aún soltero, recibe un sueldo de 4 millones, tal vez aún mayor.
En la empresa que dirige hay más de 400 trabajadores, algunos con su misma antigüedad, con tres hijos que educar y alimentar, pero reciben sólo un poco más que el salario mínimo, más algunas gratificaciones.
Ejemplos como el anterior grafican una desigualdad mucho más extrema en Chile (hoy miembro en vilo de la OCDE), donde el desequilibrio para los nacidos en nuestro país -que de nuestro le queda poco- viene dado desde etapas primarias.
La educación recibida en la etapa escolar y universitaria -a la que accede una minoría de los jóvenes chilenos-, no sólo se reflejará en la desigualdad en la recepción de un salario en la vida adulta, sino que será la luz que proyecte su futuro.
Esta reflexión que camina junto a nuestra lonchera, es pertinente pues creemos que no habrá un salario mínimo decente, mientras no se entienda lo anterior, ni menos aún, si no logramos ponerle un techo al salario máximo, el que no debiese superar, a nuestro juicio, en seis veces al mínimo, considerando variables como cargo y responsabilidad, antigüedad, habilidades, hijos, entre otros; siendo un mínimo digno para los tiempos que corren los 300 mil pesos.
Un sueldo de 300 mil pesos, contribuiría a que los trabajadores y trabajadoras de Chile podamos acceder en algo al -como dijera Kropotkin– “derecho al bienestar”, que es “la posibilidad de vivir como seres humanos y de criar hijos para hacerles miembros iguales de una sociedad superior a la nuestra”, concepto que distingue del “derecho al trabajo” que “es el derecho a continuar siendo siempre un esclavo asalariado, un hombre de labor, gobernado y explotado por los burgueses del mañana”. En su libro La Conquista del Pan, dice: “El derecho al bienestar es la revolución social, el derecho al trabajo es, a lo sumo, un presidio industrial”.
No obstante, en las condiciones actuales, el que no se te pague un salario, al que Kropotkin combatía por ser éste un expropiador de la libertad de acción y de los brazos del hombre, parecería una “suicidio” para quien comienza su vida laboral y no logra comprender que existen otras formas de asociación y contratos sociales entre los hombres que van mucho más allá de lo salarial.
Otro punto poco abordado en la discusión del salario mínimo es la capacidad de empresas pequeñas emprendiendo versus grandes y mega empresas. Para colmo, los fondos del Estado para apoyar el empleo y la contratación, se los llevan prioritariamente las grandes empresas nacionales y transnacionales, por lo que en realidad desembolsan mucho menos del mínimo a sus trabajadores; peor aún, subcontratan y no cuentan con el derecho a contratación directa que sí dan las empresas de menor tamaño.
Lo anterior no exculpa a las empresas de menor tamaño de tener que cumplir con el mínimo, pero la desigualdad de oportunidades para una mipyme emprendiendo frente a una gran empresa es clara; lo mismo al momento de pagar un 19 % de IVA al Estado, los grandes evaden y pagan menos que la gran mayoría de medianos y pequeños, siendo que lo que podría permitirse es que las pequeñas empresas, por ejemplo, rebajen esos impuestos hacia el mejoramiento de las condiciones laborales y los sueldos de sus trabajadores directamente.
En estas páginas incentivamos a la gran masa de trabajadores independientes, por cuenta propia o que han perdido sus empleos, a asociarse en cooperativas de trabajo y emprender autogestionariamente sus proyectos. No obstante, advertimos que estas iniciativas no deben utilizarse –lo que está ocurriendo en Colombia– como mecanismos de autoexplotación y precarización laboral. Para prevenir esto, las cooperativas deben integrarse junto con el movimiento sindical, mutualista, gremial y con la miríada de organizaciones sociales y mipymes, en un gran sector social y solidario de la economía nacional.
Otro punto es que quienes definen el sueldo mínimo claramente no son los que lo perciben, por lo tanto no existe una valoración objetiva de la fuerza productiva del trabajador, viéndose abandonado a las decisiones de Hacienda, partidos y sucesivos gobiernos que han pisoteado las aspiraciones y necesidades de la clase trabajadora.
Aprovechamos la oportunidad, de hacer un llamado a los líderes de algunos de los grandes movimientos sindicales que se niegan a soltar las riendas. A aquellos que a fines de los ’80 fueron ejemplo de lucha, pero cuya honra se ha desteñido con el pasar de los años. A ustedes, en pos de limpiar en algo sus nombres, en pos de sus bases y si aún les queda algo de solidaridad de clase, den un paso al lado y dejen espacio a esos jóvenes idealistas que no tienen compromisos con oligarcas. Nuestro país necesita organizaciones sindicales fuertes, autónomas, profundamente democráticas y participativas.
Vamos que abre mayo; vamos con más fuerzas que nunca por la demanda de que el sueldo de Chile -que es el Cobre– llegue abundantemente a los hogares de los que menos tienen, y no viaje a bolsas especuladoras o termine siendo convertido en balas asesinas.
Siempre es hora para despertar el espíritu de lucha por lo que creemos nuestro; vamos juntos por esa añorada Asamblea Constituyente y Nueva Constitución; fijemos nosotros mismos nuestros sueldos mínimos, construyamos nosotros mismos el futuro que queremos vivir.
Equipo Editorial
El Ciudadano Nº101, primera quincena mayo 2011