Los resultados de las elecciones presidenciales y legislativas del pasado domingo 19 ya pueden interpretarse como un giro en la historia reciente del país. Es, sin duda, el vuelco más importante al proceso político iniciado desde el fin de la dictadura, un quiebre que ya algunos analistas lo observan como el fin de la transición. La suma de variables, tendencias y el ingreso de nuevos actores a la escena política sin duda que prevé una nueva dirección en la pesada y cristalizada política chilena.
Las diversas variables confirman la crisis terminal de un sistema que había ingresado desde hace varias décadas en un proceso de deterioro. La cupular y excluyente maquinaria política, alimentada y dirigida por el capital industrial y financiero, ha sido posiblemente el factor que ha precipitado el abierto y generalizado rechazo de la población a toda la clase política, convertida en una elite imbricada con el poder privado.
El repudio transversal a la clase política, expresado en la alta abstención y en una inédita alteración de todos los escenarios anteriores y conocidos, tiene raíces más profundas y se remonta a la ampliación y profundización de una institucionalidad basada en el mercado, paradigma que ha convertido a Chile en una de las naciones más desiguales del planeta. Un grupo de ganadores extremadamente ricos, no más del uno por ciento de la población, con algunas figuras estelares en el ranking de Forbes, en tanto el resto de los ciudadanos se encuentra en condiciones de alta vulnerabilidad e, incluso, maltrato.
El lunes pasado no pocos observadores interpretaron los resultados de la víspera como un importante giro a la izquierda del electorado, en especial por la alta votación recogida por la periodista y candidata presidencial del Frente Amplio, Beatriz Sánchez, apoyo suficiente para romper con los tradicionales equilibrios de poder entre las coaliciones que gobernaron Chile desde 1990. La irrupción del Frente Amplio no sólo ha de considerarse como la emergencia de una tercera fuerza política; es, principalmente, la instalación de una propuesta crítica al paradigma de mercado que ha administrado el país, con sesgos totalizantes, desde los albores de la misma dictadura.
El Frente Amplio recoge demandas de una población dolida y abusada por normativas que han favorecido de forma evidente y sesgada a las grandes corporaciones y los monopolios, presentes en todos los sectores de la economía y la vida humana capaces de generar rentabilidad. Estas demandas, ya históricas, se extienden desde la educación, salud, normas laborales a las pensiones, por citar las más urgentes que debieran contextualizarse bajo la necesidad de convocar a una Asamblea Constituyente para la redacción de una nueva Constitución. Porque a todas ellas habrá que agregar, de manera no menos prioritaria, las demandas para la protección de los territorios y por la recuperación de los recursos naturales.
La segunda vuelta electoral, que se realizará el próximo 17 de diciembre y que enfrentará a los dos candidatos del tradicional duopolio, fluirá por nuevos terrenos políticos. La alta votación de Beatriz Sánchez coloca en la discusión pública por primera vez en casi 30 años, la necesidad de desinstalar el modelo neoliberal de mercado, propuesta insólita para la clase política hace tan solo diez años atrás.
La ex Concertación, Nueva Mayoría, o Fuerza de Mayoría, llega debilitada a esta segunda vuelta. Las posibilidades de Alejandro Guillier de derrotar a Sebastián Piñera son mínimas sin el apoyo de una parte importante de los electores de Beatriz Sánchez, motivo por el cual observaremos en estas semanas todo tipo de declaraciones desde el comando de Guillier para seducir a los electores que votaron por ella. Un trance cuyos resultados son, todavía, muy inciertos.
Hasta el momento el Frente Amplio ha rechazado las posibilidades de acercamiento a la candidatura de Guillier, desde formar parte de un eventual gobierno hasta establecer pactos. Una actitud de necesaria cautela en cuanto Guillier representa a la coalición que no sólo ha administrado, sino reforzado durante décadas el modelo de mercado.
Cualquier decisión es hoy difícil de tomar para el Frente Amplio. Pero es también necesario frenar los deseos que tiene la derecha de regresar al gobierno, escenario que significará una fuerte regresión en los pocos derechos adquiridos por los chilenos y chilenas, y en aún más dolor y penurias para la población. La llegada de Piñera al gobierno está antecedida por gobernantes como Mauricio Macri en Argentina o Michel Temer en Brasil, ambos canales de políticas neoliberales de reducción de programas sociales y otras políticas que endurecen las condiciones de vida de los ciudadanos.
En este nuevo momento, el freno a Piñera no lo tiene el FA. Sólo lo tiene Guillier y su capacidad de incluir en su programa no necesariamente parte de las propuestas del Frente Amplio, sino que parte de las grandes demandas de la población, que pasan por la convocatoria a una Asamblea Constituyente, el fin del CAE y del sistema de AFP. Un muro a la ultraderecha neoliberal, un avance para las fuerzas sociales y la liberación de las corrientes históricas.