La decisión de la Democracia Cristiana de levantar una candidata propia para saltarse las primarias y competir directamente en las elecciones presidenciales de noviembre próximo ha sido el punto de ruptura en una coalición descosida y desfondada. Un corte profundo, precipitado y aumentado por una serie continua de tensiones que se remontan, en el pasado más reciente, a los primeros meses de la malograda Nueva Mayoría. La cocinería de Andrés Zaldívar para preparar al gusto empresarial la reforma tributaria fue la anticipación de un ambiente que ha terminado con un conglomerado que gobernó más de veinte años el país.
El fin no anunciado de la Nueva Mayoría es probablemente el evento político más destacado de los últimos años. Un proceso que se inicia con la derrota de la Concertación el 2010 y termina por explosionar con el nombramiento de la senadora Carolina Goic a la carrera presidencial. Tras estos dos hitos, se ha generado una larga etapa de errores políticos y programáticos, pero sin duda un proceso marcado por la incapacidad de respuesta a las demandas de la ciudadanía.
La Nueva Mayoría fue una marca, un producto de la vieja Concertación que no evaluó en toda su magnitud los cambios sociales e históricos ni el desgaste de la población bajo las políticas de mercado. Sus reformas, diseñadas finalmente para la consolidación del modelo neoliberal, llegaron tarde en cuanto no pudieron restarle poder a los grupos económicos, presentes, no sólo en todas las actividades privadas y públicas, sino en sus propios partidos.
Nadie, con excepción de los favorecidos por los cuoteos políticos, llorará la muerte lenta de la Nueva Mayoría. Una desaparición bajo el peso de la campaña electoral y la cuenta regresiva hacia marzo del próximo año. En este periodo, de franco hundimiento, no sólo la Democracia Cristiana tomará su camino propio. El resto de los partidos del conglomerado, ante las insoportables presiones sociales, estará también obligado a decidir nuevamente sus destinos.
Cuando hablamos de presiones externas nos referimos a los cambios ante un modelo de sociedad que ha arrasado con históricas conquistas sociales. Aquel malestar inicial, derivado más tarde en abierta indignación contra el lucro en la educación, ha alterado todos los equilibrios políticos que permitieron a las elites convertir a Chile en un paraíso para las inversiones y la rentabilidad corporativa.
La Nueva Mayoría, con sus débiles y finalmente inaplicables reformas, ha terminado por reforzar y consolidar todas las políticas de mercado sin grandes diferencias con la derecha. Un proceso errático y torpe que ha coincidido con el constante destape de casos de corrupción política. La lápida la ha puesto el financiamiento de las campañas electorales por empresas a cambio de favores políticos. Tras el destape, la diferencia entre la NM y la derecha más dura es sólo un asunto de matices. Una operación oscura de suma cero en la cual todos han resultado perdedores.
Los cambios no son sólo internos. Podemos observar que el orden neoliberal, que ha conducido en Chile y en el mundo a una concentración de la riqueza en unas pocas manos, ha tenido como efecto la pérdida, en todos los sentidos posibles, de la calidad de vida para millones de personas. Con el pretexto de una falsa inclusión social a través del consumo de masas, que incluye no sólo objetos sino a la salud y educación como si fueran servicios, las personas han sido relegadas a la función de consumidores dependientes de las corporaciones en desmedro de su condición de ciudadanos con derechos.
Esta escena, que mezcla una airada reacción social ante el poder corporativo con la corrupción y falta de representación política, expresa el momento actual. Y son las socialdemocracias las que se han llevado la peor parte al haber mutado de críticos y anticapitalistas en neoliberales integrados.
En todas partes se están desplomando los partidos tradicionales. Y donde quedan, sería mejor que desaparecieran. Es por ello que la germinación y emergencia en Chile del Frente Amplio no puede interpretarse como una singularidad, sino como parte de un proceso mundial que extrema las tensiones entre el capital y los trabajadores, entre las corporaciones y la ciudadanía. Por un lado permanecen y acaso se refuerzan las derechas con todos sus rostros y máscaras, en tanto la sociedad civil organizada ha comenzado a crear sus propios referentes y representantes. En pleno desplome o en el suelo quedan las falsas izquierdas, los centros y otras socialdemocracias, caballos de Troya del gran capital para el adormecimiento de conciencias. Un estorbo que debiera desaparecer por el bien y la transparencia de la política.
Nos alegramos al observar este momento histórico y el fin de la Nueva Mayoría. Un escenario despejado para librar la batalla política contra el capital y sus representantes.