América Latina vive entre dos muros. El de la desigualdad y el del imperio. La injusticia y la xenofobia. Dos muros en pleno desarrollo, en altura y grosor. Un proceso de regresión a políticas y estructuras sociales controladas por elites gobernantes representantes del gran capital. Estamos en un periodo de plenas contradicciones, abiertas y evidentes, en que la ciudadanía, prácticamente desprovista de representaciones políticas efectivas, sólo puede expresarse por ella misma a través de organizaciones sociales y territoriales que han hecho de la lucha directa como único medio de intervención.
Los niveles de control de los poderes hegemónicos han alcanzado cotas nunca antes sufridas en la historia reciente. No sólo las estructuras económicas y políticas objetivas, sino aquellas subjetivas mediante un dominio ubicuo de las comunicaciones y las tecnologías mediante el uso de la publicidad y sus medios asociados. Una red compleja para mantener a la ciudadanía esclavizada bajo la perversa relación del trabajo y el consumo. Una maquinaria de control absoluto para la mantención de un orden conocido como el estado o la sociedad neoliberal. Como consecuencia, una asimetría escandalosa entre los privilegios de una minoría y el sometimiento de las grandes mayorías. Similares estructuras sociales sólo podríamos hallarlas en monarquías absolutas o en los albores del capitalismo industrializado. La naturalización de este orden nos ha convertido en ciegos ante él.
Junto al reforzamiento del capitalismo extremo sufrimos un deterioro de todas las instituciones políticas, sociales y laborales tradicionales. Aquellos partidos socialdemócratas, otrora representantes de las clases trabajadoras, han sido capturados en Chile y su región por el capital y sus redes de corrupción. Los casos argentinos y brasileños son dos ejemplos palmarios de esta debacle de los partidos tradicionales, con dirigentes mutados en millonarios hundidos y hasta el cuello por favores políticos a transnacionales e inversionistas en infraestructuras y proyectos extractivos. La corrupción no ha derivado en un mayor poder y presencia de partidos de izquierda, sino en un regreso de los conservadurismos neoliberales, arrastrando a estas naciones a una debacle social.
Las magnitudes de los escándalos de corrupción apuntan a convertirse en la lápida final que ha sepultado a los últimos gobiernos latinoamericanos socialdemócratas de múltiples matices. Si ya el descrédito de las democracias de la región toca sus niveles máximos, expresado ya sea por altos niveles de abstención, por sondeos de opinión pública o por medios directos como una frecuente y persistente movilización social, los mega escándalos de corrupción simplemente aparecen como una constatación y confirmación de todas las anteriores sospechas. Con Odebrecht, OAS, SQM, Petrobras, Penta, Corpesca, los políticos tradicionales latinoamericanos alcanzan un grado de confianza cero.
La XIV Cumbre del ALBA
Latinoamérica enfrenta también el cierre mediante un muro, concreto y simbólico, de las relaciones con Estados Unidos, condición que la devolverá a su más cruda realidad. Donald Trump clausura de manera estremecedora las fronteras con el corazón del Imperio y corta los lazos económicos de dependencia con los países de Latinoamérica. La válvula de escape a la miseria social y humana, expresada a través de la inmigración en busca de mejores expectativas de vida, se sumará a un progresivo empobrecimiento con el cierre de las maquilas y plantas exportadoras de manufacturas a Estados Unidos. El resultado será, como ya México comienza a sufrirlo, de un aumento en nuestros países de la pobreza y las tensiones sociales.
En esta coyuntura, la XIV Cumbre del ALBA, aquella organización que el ministro de Relaciones Exteriores, Heraldo Muñoz, calificó la semana pasada de “irrelevante”cuando habló de integración y de la injusta mediterraneidad de Bolivia, emitió una declaración que refleja de manera precisa y también dramática el trance que padece hoy Latinoamérica. Una declaración de principios humanitarios y solidarios que clama por la integración de los pueblos (no de las corporaciones), absolutamente silenciada por los gobiernos imbricados con el capital y sus medios de comunicación.
El ALBA, presidida a partir de este mes por el ex canciller de Bolivia David Choquehuenca, está conforma un grupo pequeño de naciones de la región, a la que Chile, por cierto, no pertenece, establece el único horizonte posible en la actual desorientación que padecemos. Ante el colapso de las socialdemocracias y la arremetida bestial del capital y sus oficiantes nuevamente a la cabeza de los gobiernos, la única salida posible es el fortalecimiento de los valores solidarios y anticapitalistas desde abajo. Es el fortalecimiento de las luchas, es “anteponer los intereses colectivos a los nacionales”, es el fortalecimiento de “las organizaciones y movimientos sociales para enfrentar a nuestros adversarios”.
En este trance, que será cada vez más duro a medida que aumenten las contradicciones del capital en nuestra región y en el mundo, nuestra tarea será la lucha diaria por la integración y recuperación de nuestros derechos.
DECLARACIÓN DE LA XIV CUMBRE DEL ALBA