TVN ha venido aumentando sus pérdidas durante los últimos años hasta alcanzar niveles financieros insostenibles. Durante el primer trimestre de este año, el canal ha perdido más de tres mil millones de pesos, una cifra un 76 por ciento superior a la registrada el año anterior, en tanto si consideramos los últimos años, los volúmenes hay que inscribirlos en dólares: TVN ha perdido más de 80 millones de dólares en los últimos tres años.
El deterioro financiero no es de exclusividad de la TV pública, sino que se extiende a todos los canales. Otros grandes, como Canal 13, la señal del grupo Luksic; Mega, de los controladores de Falabella; y Chilevisión, de la transnacional Warner, también han ingresado en este torbellino de características estructurales. La televisión abierta orientada a públicos masivos -coinciden analistas de la industria- está hundida en una espiral de aumento de costos de producción y caída de las audiencias. La televisión, como otros medios de comunicación masiva, está enfrentada a un trance no sólo marcado por un cambio en las tecnologías, sino también por una fuga y dispersión de los públicos atraídos por una creciente diversidad de ofertas externas, aun cuando cercanas a las señales de televisión.
La televisión pública chilena es la mejor expresión de la transición. Un medio empujado al mercado, que ha de comportarse como cualquier empresa con fines de lucro que opera libre y sin ninguna restricción. Un sesgo como efecto de sus propias normativas, las que representan de forma directa todo el andamiaje político de la transición. TVN es la ventana hacia Chile de las cúpulas de los partidos y del poder económico expresado por las grandes corporaciones.
Bajo estas normas, en esta escena de los consensos entre las elites, TVN es potencia de amplificación de todas las distorsiones de la institucionalidad chilena. Es un fiel aliado de todos los mercados, en tanto ha sido pieza disputada de la malograda transición y del proyecto neoliberal. Ha sido y es vocero del discurso de los grandes poderes, los que potencia y eleva a la categoría de realidad nacional. Para la puesta en marcha de ese proyecto, que es el de las elites, arrasa con otras visiones sociales y políticas que les incomoden. Ante esta condición, TVN no se diferencia del resto de la televisión comercial ligada a grandes grupos económicos. TVN, como herramienta funcional, es el motor de la alienación neoliberal y de la falsificación de la política. Es la propaganda del modelo.
El sesgo cultural e ideológico en TVN es tan evidente como en los peores diarios o canales privados. La televisión pública está guiada por las corrientes ideológicas dominantes, controladoras, lo que es una evidente distorsión al sentido de un ente público, que debiera interpretar a todos los grupos y minorías. TVN se mueve por el promedio, lo que es, finalmente, una interpretación grosera y muy interesada de lo que se entiende como cultura chilena. Peor aún: esta televisión genera contenidos para reforzar y cristalizar una ideología de los consensos, que es un pensamiento sectario y discriminador elaborado por las elites. El canal lo que hace es mantener el statu quo político, económico y cultural, lo que significa apuntalar un sistema político no representativo de las mayorías, un modelo económico perverso que favorece la concentración de la riqueza y una estructura cultural que moldea y justifica tales injusticias y diferencias. Y todo ello, dicen sus ejecutivos, se hace por el rating, por la rentabilidad.
La televisión chilena y TVN, que es el caso que nos preocupa, ha llevado este fenómeno hasta sus últimas consecuencias, lo que significa haber vaciado de contenidos relevantes sus informativos en concesión al rating. Ante una audiencia moldeada y también deformada por la televisión “apolítica” de la dictadura, ante una cultura corporativa y política que privilegia la rentabilidad de una empresa por sobre su función o la calidad de su producto, es difícil pensar en una televisión distinta a la que tenemos.
En este contexto, que ya no puede ser más crítico, está en el Senado la modificación de la Ley 19.132 de Televisión Nacional de Chile, cuyo principal y polémico cambio es la entrega de una capitalización de un paquete de nada menos que US$ 47 millones para asegurar su viabilidad futura. Un salvavidas económico para un canal de televisión público que, además de no cumplir la función de integración de toda la sociedad sobre la base de un proyecto informativo y cultural, no asegura que no volverá a incurrir en déficit financieros derivados de una mala gestión. Los US$ 47 millones aparecen como un premio a la pésima gestión del factótum del Partido Socialista Ricardo Solari, a cargo de TVN durante el gobierno de Michelle Bachelet.
Algunos senadores que se han opuesto a la entrega de estas millonarias sumas para la mantención de esta máquina de la alienación y propaganda del modelo finalmente han condicionado su voto a favor a cambio de ciertas garantías. Pero ninguna de ellas apunta a un cambio estructural, ni en contenidos ni en formas de gestión. Es por ello que entregarle a TVN estos US$ 47 millones es, finalmente, destinarlos a un fondo perdido para la continuidad y reforzamiento del modelo.