El masivo ciberataque iniciado el viernes pasado y que a la fecha ha afectado a más de 300 mil computadores en más de un centenar de países, Chile incluido, es una muestra de la creciente vulnerabilidad ante nuestra dependencia de los sistemas informáticos y la inteligencia artificial. El ataque del viernes, realizado no solo contra grandes corporaciones, como Telefónica Movistar o el sistema hospitalario británico, o más tarde contra la fábrica francesa Renault, que suspendió la producción en varias de sus plantas, sino también contra pequeñas entidades, ha derivado no sólo en pérdidas aún no evaluadas, sino en la certeza de estar apoyados en una plataforma digital cada día más frágil.
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Una expresión de esta percepción de debilidad fue la actitud inerme y entregada de las autoridades de todos los países ante el ataque. Una sensación de manos atadas, de absoluta victimización ante el secuestro masivo de computadores, por los cuales los atacantes pedían un pago en bitcoins para su liberación. Bajo este síndrome, numerosos observadores esperaban un aún mayor ataque este lunes, el que no sucedió. Un hecho azaroso, que no resta en nada la fragilidad objetiva de todos los sistemas públicos y privados, desde la banca a la infraestructura, desde el sector salud a la industria y al transporte a los gobiernos y sus dependencias.
Los ataques a través de la modalidad randomware en una variante llamada WannaCry iniciados a finales de la semana pasada han sido los mayores en la breve historia de la tecnología de la información, sin que hasta el momento se tengan informaciones más o menos claras sobre los objetivos y, en especial, de sus ejecutores. Una pista, crecientemente perfilada, apunta al robo de datos el año pasado a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos, los que fueron filtrados a través de internet. En el malware se descubrieron elementos que apuntaban a las herramientas utilizadas por la NSA.
Esta pista es posiblemente tanto o más alarmante que el masivo ataque. El mayor riesgo no es en apariencia el golpe informático de un grupo de jóvenes hackers contra algunas empresas o entidades gubernamentales, como ha sucedido con más o menos frecuencia, sino la filtración de las poderosas herramientas con que cuenta un organismo de espionaje mundial como la NSA.
El secuestro de miles de computadores de millares de organizaciones alrededor del mundo, en un comienzo tratado por la prensa masiva como un caso policial, ha escalado, aun sin dramáticos efectos, al escenario de la compleja geopolítica orientada ahora en el espacio de las redes virtuales. Desde Estados Unidos se ha apuntado a Rusia como responsable indirecto del ciberataque, el mismo Vladimir Putin denunció que el primer responsable es la NSA, la fuente primaria del virus, en tanto otras versiones estadounidenses apuntan hoy con insistencia a hackers de Corea del Norte.
Hace pocos meses Wikileaks reveló las enormes herramientas que posee la NSA para espiar computadores y dispositivos con inteligencia artificial en cualquier parte del mundo. Teléfonos, computadores o televisores inteligentes, todos pueden convertirse en mecanismos para la obtención ilegal de información. El poder de éste y otros organismos se extiende también al rastreo de millones de datos personales que circulan a través del internet por correos electrónicos, mensajes de textos y publicaciones en todo el espectro y variedad de redes sociales.
El malware de este fin de semana fue calificado de “características únicas” por su naturaleza, masividad y efectividad. Sin duda, un virus letal, que ha dejado a miles de computadores en desuso y sembrado el pánico entre sus usuarios.
El riesgo, la gran vulnerabilidad de los sistemas y las redes, no está sólo en los hackers, sino en la ubicuidad de los sistemas de espionaje, en las gigantescas bases de datos y presupuestos que tienen estas organizaciones para controlar y manipular a la población mediante sus sistemas de información. El ataque del fin de semana ha sido sólo una pequeña muestra de la capacidad de influir en nuestras vidas que tienen estas herramientas diseñadas no para la comunicación, que ha derivado en entretenimiento y alienación, sino en el control social, económico y político.