La artificial e interesada polémica generada tras el rechazo del Comité de Ministros al proyecto minero portuario Dominga nos hace retroceder al clima político que selló los años de la transición bajo la hegemonía del pensamiento y accionar neoliberal. La economía, entregada como mercado y alimento para las grandes corporaciones, vuelve a ser instalada por las elites financieras y sus brazos políticos como si fuese la única forma de hacer política. Lo hace de forma insistente y majadera en medio de una crisis climática y pese a la evidencia del colapso ambiental.
El rechazo al proyecto Dominga por el Comité de Ministros se ha basado en nuevos informes que ratifican la decisión tomada por la Comisión de Evaluación Ambiental de Coquimbo de marzo pasado en cuanto no cumple con las mínimas exigencias ambientales. Una determinación tras un proceso regular apoyado en la institucionalidad vigente que ha desfavorecido los intereses de Dominga y desatado las iras de inversionistas y oficiantes del mercado, entre ellos el mismísimo ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, y otros funcionarios de ésta y carteras aledañas.
La atmósfera creada tras el rechazo del Comité de Ministros no es sino una nueva campaña mediática bien montada para desacreditar la institucionalidad ambiental. Bajo el epíteto de intereses “políticos”, las elites empresariales junto a políticos cooptados al interior del propio gobierno, han levantado una campaña bien amplificada por la prensa corporativa para volver a colocar a la economía, y al mercado, por cierto, como la única opción de hacer política. Como si el orden neoliberal no sea una decisión política.
Dominga no sólo es un proyecto que no cumple con la norma ambiental. Sus inversionistas forman parte de la peor ralea empresarial que ha nacido y se ha desarrollado en este país. Uno de sus principales accionistas es el líder de Penta Carlos Alberto Délano, compinche del ex presidente y hoy nuevamente candidato Sebastián Piñera, y pieza crucial en la corrupción y compra de políticos. Si bien este prontuario de las finanzas no contamina (aún) el medio ambiente, es sin duda un factor que lo acerca. La corrupción no sólo está acotada a la compra de políticos y a la estafa fiscal.
El falso escándalo agitado por las elites, que no pueden esconder su ira al ver cómo un cuerpo de ministros resuelve frenar un proyecto de miles de millones de dólares, nos hace retroceder en el tiempo y transparenta el vacío conceptual que tienen las elites en cuanto el libre mercado y el crecimiento por sí mismo son bases y también estructura institucional. La política, bajo esta visión, sería un simple accesorio.
La rabia y por cierto perplejidad de las elites surge también como un atavismo, un rasgo endógeno: considera al Estado como una extensión de su poder. El Estado, que tradicionalmente fue base para el orden burgués, hoy debe ser un Estado al servicio del orden neoliberal. La ira de estas elites, presentes en todos los sectores de la economía y en otras áreas, se expresa por la pérdida del poder hegemónico. El discurso dominante de las décadas pasadas, cuya narrativa popular fue identificar el éxito económico con el bienestar de la población, se les ha venido abajo. Se ha derrumbado por la codicia, el abuso, las estafas, los carteles, los atentados ambientales, la concentración impúdica de la riqueza, el desprecio a la ciudadanía, la corrupción, la explotación laboral. En fin, por todos los nocivos efectos del orden neoliberal.
Hoy, tras años de protestas y movilizaciones, por el lucro en la educación, por tantos proyectos contaminantes y destructivos, por abusos permanentes como el robo de las AFPs, por los carteles de las farmacias, los pollos y el papel tissue, la elite nuevamente levanta el mismo discurso como si todo ello hubiese sido un mero espectáculo callejero de fin de semana.
Bien sabemos que el crecimiento económico per se no lo recibe ni el trabajador ni la ciudadanía. Es el principal insumo para el sector financiero, los servicios y la industria para mantener en plena marcha este orden injusto, concentrador y alienante. Con el pretexto de la creación de empleos (escasos, externalizados y precarios), de constituirse en el motor de la economía, el crecimiento sin freno ni cota es una actividad que sólo beneficia a las grandes corporaciones. Cuando se crece sólo ellos ganan. Cuando no se crece, ellos también.