Suena música de zampoña. Es Illapu, Qué Hacen Aquí. Un tipo con una cámara aparece en pantalla. Junto a otro cruzan una puerta que luego cierra un gendarme. No es una puerta, es una reja, la quinta reja, la que separa a la población penal del resto de las instalaciones del centro de detención. Allí es donde viven los presos. Se ve una celda con 4 internos apretados, los están entrevistando, pero no se escucha lo que dicen, sigue Illapu. Canavisión, el canal que pone tras las rejas el aburrimiento, presenta Carreteando en Cana. Eso se lee en letras blancas algo charchas, como las de un canal local por cable. La calidad de la imagen también es similar. Pero este no es el cable ni es televisión abierta. Podría decirse que se trata de televisión encerrada.
Es en la Cárcel de Valdivia donde ocurre todo, en la que solía ser la sala de profesores de la escuela de adultos del penal. Allí se ha armado una pequeña pero fructífera productora audiovisual, cuyo cerebro es Rumaldo Salazar, el mismo director de escuela. Claro que como dice el alcaide Guido Méndez, en ese recinto todo es restringido y la señal no es la excepción. Sólo se da en dos salas de clase, y el gendarme en la reja decide quién pasa y quién no. Además, el equipo no transmite el programa todas las semanas, como debiera ser. Es que no podía ser tan fácil, mal que mal, estamos en la cárcel: señoras y señores, esto es Canavisión.
UNA CANA AL AIRE
A Rumaldo Salazar se le ocurrió todo. Llegó el ’99 a dirigir la Escuela de Adultos de la Penitenciaría de Valdivia, y pronto sintió la necesidad de registrar la realidad que veía dentro, las historias de los reos. Consiguió con la Municipalidad una cámara de video tradicional y empezó a grabarlos, aprendiendo sobre la marcha. No supo de inmediato que con ello les abriría a sus alumnos una vía de escape y un mundo de posibilidades.
Ellos mostraron inquietud, y surgió la idea de formar dentro de los talleres de oficios, uno de audiovisual, el que con los años se transformaría en el más demandado y con menos cupos. El mismo año producen su primer cortometraje, un trabajo de aficionados sin conocimientos, pero con ganas de sobras.
El director sabía que podían hacer más, pero faltaban recursos. Empieza entonces a presentar proyectos al Ministerio de Educación para conseguir el equipo adecuado, y por lo mismo es invitado a participar en varios cursos de perfeccionamiento: producción musical, manejo de equipos, iluminación, dirección. “Así es como obtengo las bases para proyectarme en lo audiovisual. Me lo tomé como un hobbie, pero lo asumo como una pasión, y ahora no me separo de la cámara. Todos los días grabo paisajes y acontecimientos importantes que pasan en la ciudad, para llegar a editarlos y mostrarlos en el canal”, cuenta orgulloso.
Pasan los años y siguen trabajando en el taller con algunos equipos propios y otros prestados. Al director comienza a darle vueltas la idea de hacer un programa y transmitirlo a los demás internos, uno donde pudiera entregarles entretención, pero también conocimientos.
Ya llevaban un par de producciones dramáticas que habían sido presentadas en festivales y muestras de videos educativos del país. Así que tenían algo su favor, pero no fue fácil. Un año demoraron en preparar el proyecto de Canavisión, que presentarían finalmente al Ministerio de Educación en 2003. Es que costó convencer a la autoridad que la idea no era ni subversiva ni descabellada. Y finalmente ganaron el financiamiento.
El año siguiente lo pasan adquiriendo equipos, aprendiéndolos a usar, y transformando la sala de profesores en estudio de televisión, con cabina de control incluida. También aprovecharon de grabar lo que fuera, con el fin de acumular material.
Finalmente, a comienzos de este año inician sus transmisiones, ayudados por un cable coaxial que lleva la señal a los televisores instalados en las salas de clases. En un principio daban un par de notas sobre actividades dentro y fuera del penal, pero a partir de abril aproximadamente, parte el programa propiamente tal. Carreteando en Cana se llama el espacio de una hora que, además de las notas grabadas, le trae concursos, entrevistas, música y humor en vivo. Lo conduce Felipe García, adentro por narcotráfico, quien para llegar a ser el rostro tuvo que pasar por un casting, como corresponde.
CARRETEANDO DE CARRETA
Carreteando en Cana no significa la tremenda fiesta en la peni. De hecho, el programa es bastante serio en todo sentido. Hay disciplina en lo que hacen, cero risas a la hora de transmitir. Al aire se habla de forma muy correcta, “queridos amigos”, “como decía mi compañero aquí presente”, todo es con respeto y mesura.
No, carreteando no es de carrete, es de carretas, que son las estrechas piezas donde los internos comparten su tiempo libre, por así decirlo. Ahí conversan, toman mate, tocan guitarra. Para ellos es sinónimo de convivencia.
Pero el espacio no refleja la vida en la carreta. Al contrario, busca salir de ella. Sólo cubren las actividades positivas que se realizan adentro, como la celebración del Día del Niño en la sección mujeres o lo que pasa con el deporte en el penal. Además, los profesores graban lo que sucede en la ciudad. Así, reportearon el Festival de Cine como un medio de prensa más, y terminaron trayendo varios actores al estudio -Luis Alarcón y Esperanza Silva son los más recordados- para ser entrevistados por Felipe.
Entre medio, se presenta un par de internos tocando rancheras, otro par actuando en eskeches humorísticos, y alguno dando su opinión sobre el tema del día. Y no hay que olvidar los concursos que suelen entusiasmar a la teleaudiencia. No tanto por el premio, sino porque terminan saliendo en pantalla. Les preguntan cosas como el nombre del Papa, quién es el último santo chileno, cuales son los 4 candidatos a la presidencia, y el interno que sabe, parte a pedirle al gendarme que lo deje pasar. Si responde la pregunta en cámara -da lo mismo si bien, mal o más o menos- se lleva un libro, un cuaderno, lápices o, si tiene suerte, yerba mate y cigarrillos.
Sí, la idea es salir del encierro, por eso mismo el taller de audiovisual es tan popular. “Todos los que estamos nos sentimos orgullosos. Es que prácticamente nos olvidamos de estar presos”, afirma el tramoya Jorge Tauda. Cómo no, si en el set se vive algo completamente aparte y diferente al resto de la prisión. Podríamos estar perfectamente en una escuela municipal que contemple entre sus extraprogramáticas un curso de televisión.
Los cupos para el taller son limitados. Sólo entran los 17 con mejor conducta, siempre que no hayan cometido delito de conmoción publica. Esto causa algo de resentimiento entre los demás presos, pero el director es firme. Y la oportunidad es única. Si el alumno sale con beneficios y reincide, no puede volver. “Si no, qué credibilidad tendríamos”, se pregunta Salazar.
Quienes lo integran han caído a la cárcel por robos de todo tipo y narcotráfico. Tienen un promedio de 30 años, y son puros hombres. Para las mujeres existe sólo un taller, el de modas, pero hace un par de meses tres de ellas están integrándose como coristas a las pantallas de Canavisión.
Tal como explica el recuadro, son tres rejas las que separan a la población penal del estudio de televisión, y no cualquiera pasa. Primero, necesitan ser llamados por algún profesor, y luego que el gendarme les dé la pasada. Por eso hablan de sentirse orgullosos, con el pecho hinchado estando en el taller, porque tienen la rara oportunidad de traspasar la quinta y cambiar el swicth completamente. Además, significa que se han ganado la confianza de profesores y gendarmes, que han demostrado sus capacidades. Porque Canavisión los cambia. Empiezan a preocuparse por cómo se ven en cámara, por hablar bien. Muchos entran hablando coa, y les cuesta dejarlo. Pero perseveran por lograr un habla más formal.
“Nosotros les entregamos las herramientas básicas para que tomen conciencia de su persona, para que entiendan que los vivos no son los que están presos, sino los que están afuera. Y éstos al menos han logrado cambiar esa mentalidad”, comenta el director.
En gendarmería están conscientes de esto. “Canavision ha tenido buenos resultados en lo que nos interesa, que es que la gente salga de la línea de la delincuencia y logre insertarse en la línea del trabajo. Los que han participado en el curso han tenido un cambio importante en su conducta. Al llegar uno capta cómo son por sus actitudes, por las chorezas que tienen, y el taller les ha ayudado a cambiar esa forma de ser”.
Un buen ejemplo es Andrés Norambuena. En Carretiando en Cana, utilizan el efecto cromakey, que consiste en poner de fondo una imagen en movimiento. El director ha hecho tomas de la costanera, la plaza, hasta se metió en una discoteca para dar la impresión que el reportero estrella está afuera. Y ese es Norambuena, un reo que solía sobresalir por su mala conducta.
“Yo pido excelente conducta para entrar al taller y este era un cabro que se portaba malísimo. Pero a veces hay que hacer excepciones y lo invité, porque sabía que este cuento le gustaba. Ahora no lo saco de acá y mejoró su conducta. Incluso ha obtenido beneficios como visitas especiales para celebrar el cumpleaños de su hijo. Es cosa de darle una oportunidad a las personas”.
El participar en cualquier taller le permite a los internos obtener beneficios. Los más importantes son la salida dominical y las libertades de fin de semana y diurna, en las que solo se viene a dormir a la cárcel.
El hombre ancla del canal está en esa. En el último programa, le entregó el mando de la conducción al segundo de a bordo, Fernando Pérez, ya que hace dos semanas que está con la dominical. ”No es que me vaya del programa. Voy a seguir cooperando. Incluso seguiré cuando salga. Con el director queremos hacer hartas cosas en el exterior para seguir potenciando el curso. Es una devuelta de mano porque a mi me ayudo bastante”.
RESTRICCIONES Y SABOTAJES
A pesar de lo bonito, Canavisión tiene dos grandes problemas.
El primero es su acceso limitado. En vez de transmitirse directamente donde viven los internos, gendarmería dispuso que la señal se diera sólo en las dos salas de clase de la escuela de adultos del penal. Así, podrían controlar quién y cuántos ven el programa. Esto por razones de seguridad, repiten. Una sala está ubicada tras la tercera reja y, la otra, tras la cuarta. Entre ambas pueden reciben a unos 50 internos, por lo que sería justo decir que al programa tiene acceso sólo el 20% de la población penal. Por supuesto, las salas nunca estarán llenas. Para la visita de El Ciudadano, Canavisión no contaba con un rating mayor a 20 reos, algunos de los cuales lo veían por primera vez.
Es cierto que no siempre están interesados en mirar, pero aseguran que muchas veces no depende de ellos. “De repente uno tiene toda la disponibilidad de venir a verlos, llegái a la reja y te dicen que no”, dice uno. “Depende de cómo estén de ánimo los gendarmes”, remata otro.
Ojo, que estamos hablando de la población masculina adulta, ya que son los únicos que entran a dichas salas de clases. Mujeres y menores no tienen la posibilidad de ver Carretiando en Cana. Tal vez hayan visto algo el par de veces que se ha transmitido en la sala de visitas, porque también está habilitada para recibir la señal. Al canal le gustaría que gendarmería les pasara esta sala más a menudo, pero la unidad quiere evitar que se junte tanta gente a mirar. “Nosotros tenemos que cautelar el uso del recurso -explica el alcaide Méndez-. No es que se desconfié del director o de los profesores, pero de repente te hacen leso y usan las cuestiones a la pinta de ellos. Las comunicaciones son bien complicadas, pueh”.
El director no comparte estas apreciaciones, pero las respeta. Ha sido difícil convencer a las autoridades de gendarmería desde los inicios del proyecto. “Les ha costado entender que el fin de Canavisión es entretener y entregar sana cultura a la población penal. Pero hay que ganarse los espacios. Así también uno los disfruta más”.
La mayoría de los internos que ha llegado a verlo dice que se entretiene. No se ven muy entusiastas, pero confiesan sentirse identificados con el espacio. Hay quienes valoran la labor que hacen sus compañeros. “Aquí se vive una rutina, un encierro, y ellos se esfuerzan por sacarlo a uno de ahí”.
Lo que más gusta son las tomas de Valdivia. “Te proyectai y es como si uno estuviera afuera, en la libertad. Aparte son todas en la misma ciudad, y uno la conoce, le trae recuerdos. Da pena, también. Decís: pucha, yo anduve por ahí”.
La audiencia advierte que el canal transmite tarde, mal y nunca. Algunos dicen que sólo lo hacen cuando hay visitas como la nuestra. Este es el otro problema de Canavisión, las dificultades para salir al aire. Aunque la idea es hacerlo cada semana, suele ocurrir una o dos veces al mes, debido a varios factores. El principal es que les es simplemente difícil, sobretodo si pensamos que el director dirige además una escuela, los profesores que los ayudan tienen sus propios cursos y a los internos no siempre los dejan salir. Por otro lado, está el hecho de que dependen enteramente de gendarmería. Si ellos deciden que hoy no hay programa, hoy no hay programa. Pero lo que más frustra a Salazar es la actitud de algunos reos. “Como no llegamos a toda la población, algunos se sienten discriminados. Creen que es mala voluntad nuestra, y luego nos cortan los cables, o los roban simplemente. Ya es difícil hacer un programa de televisión en vivo, mucho más cuando hay malhechores que no entienden, y esa es la palabra correcta, no entienden el trabajo que estamos realizando”. A pesar de todo, el director no se deja abatir. Pide nuevos cables al Departamento de Educación Municipal, y vuelve a ponerse en campaña.
El financiamiento para el proyecto Canavisión termina este año, lo que los complica pero no quita el sueño, sobretodo porque Salazar está ahora concentrado en dominar un computador Vaio para edición digital, que adquirieron hacen poco. Junto a sus alumnos tienen una nueva película en carpeta y hartas ideas para el programa. Si ya lograron parar un canal de televisión dentro de una cárcel, cualquier cosa es posible.
Pilar Figueroa