El siglo XX, con los progresos tecnológicos y científicos, trajo consigo la Primer Guerra Mundial, la que devastó gran parte de Europa. A raíz de esto, los dadaístas se alejaron de la realidad, fueron en contra del avance científico debido a las cicatrices que dejó la guerra y su visión regresó a ser la de infantes; buscaron quitar lo serio a la vida a través del juego, el azar y la diversión.
Tuvo que pasar una guerra más para que en Reggio Emilia, Italia, tras finalizar el conflicto bélico, se creara un modelo educativo que implementara una educación más didáctica en la que los alumnos dejaran de ser extraños y comenzaran a relacionarse más como compañeros. Loris Malaguzzi, quien fue maestro de primaria durante la guerra, dedicó el resto de su vida a la mejora de esta escuela; así nació el sistema de Reggio Emilia, que bajo los principios de Malaguzzi dice:
1. El niño como protagonista: los niños y las niñas son fuertes, ricos, capaces e interesados por establecer relaciones. Todos los infantes tienen preparación, potencial, curiosidad e interés en construir su aprendizaje y negociar en su ambiente.
2. Docente competente, colaborador, investigador y guía: los docentes acompañan a los niños en la exploración de temas, proyectos, investigaciones y construcción de aprendizaje.
3. Espacio como tercer maestro: el diseño y el uso del espacio promueve relaciones, comunicaciones. Cada esquina de cada espacio tiene su identidad y propósito, y es valorado por niños y adultos.
4. Las familias como aliadas: los padres tienen un rol activo en las experiencias de aprendizaje de los niños y ayudan a asegurar el bienestar de los niños en la escuela.
5. La documentación pedagógica: se utiliza como forma de hacer visibles a los niños y adultos como co-constructores de cultura y conocimiento.
El catalizador del arte, la convivencia activa, el espíritu humanista y el trabajo en equipo no forzado, sino delegado, fueron los ejes para que los niños se conviertan en creadores, tomando decisiones propias como parte fundamental de este modelo educativo.
La arquitectura como parte esencial en su formación refleja cómo el arte tiene el poder de ayudar al desarrollo integral de los niños. La luz, los espacios amplios y su intervención, permiten una interacción mayor con el ambiente.
Todos los niños poseen cien lenguajes, cien formas de expresarse, de entender y de encontrar a otros. Las diferentes formas de ver el mundo no los separan y es la formación temprana la que puede hacer la diferencia para aprender de los errores del pasado y evitar que la locura de la que el hombre es capaz de alcanzar se canalice por medio del arte y la paz.