Una de esas aspiraciones que en Chile se ha convertido en una necesidad social ineludible es la que se expresa en el eslogan ‘educación de calidad igual para todos’. En efecto, existe creciente conciencia de que la gran desigualdad socio-económica existente es inadmisible, una flagrante injusticia social, y se ha difundido la creencia de que una causa principal de esa desigualdad y de su reproducción en el tiempo está en el sistema educacional vigente, en el que se observa una clara segmentación entre los tipos y niveles de educación que se ofrecen a los distintos sectores sociales.
Esto ha dado lugar a movimientos estudiantiles y a demandas políticas que exigen una profunda reforma educacional que conduzca a establecer una ‘educación de calidad igual para todos’, en el supuesto de que una educación igual para todos y de calidad elevada y homogénea conducirá a una mayor igualdad socio-económica.
En esa dirección dice apuntar la reforma educacional planteada por el gobierno. Pero ese proyecto de reforma no satisface la demanda de educación de calidad igual para todos, e incluso pudiera agravarlo, como he demostrado en artículos anteriores sobre el tema. No lo resuelve porque está concebido en el marco de las estructuras e instituciones educacionales existentes, y no afronta ni siquiera tangencialmente el verdadero problema al nivel en que se encuentran sus causas reales y profundas.
Lo primero es comprender bien la situación y el problema.
Ante todo debe asumirse que, en el actual contexto económico y político y con la actual institucionalidad escolar es imposible establecer una educación que sea de alta calidad y al mismo tiempo igual para todos. La razón es simple: vivimos en una socidad en que el cumplimiento de los derechos y la provisión de los bienes y servicios se cumple en una estructuración social en que operan dos grandes ámbitos de organización y de actividad, el mercado y el estado, y donde cada uno de ellos se encuentra internamente dividido socialmente en dos partes.
Simplificando la realidad pero sin falsear su configuración básica, podemos decir que en el mercado existen dos situaciones o modos en que las personas se encuentran en él: 1. Como organizadores o protagonistas económicos, esto es, personas que actúan con autonomía, como es la situación de los empresarios y de los que ejercen profesiones liberales o se desempeñan trabajando de manera autónoma; 2. Como dependientes y subordinados, como es el caso de los trabajadores asalariados, de los empleados dependientes, de los pensionados, etc.
También en el Estado existen dos modos principales de estar: 1. Como dirigentes, que es la situación en que están los miembros de la llamada ‘clase política’ y de la alta burocracia pública, o sea los gobernantes, parlamentarios, magistrados, autoridades y funcionarios de la administración central, dirigentes de los partidos políticos, etc.); 2. Como dirigidos, que es la situación en que se encuentran los ciudadanos comunes y corrientes, que son objeto de las decisiones gubernativas, que aceptan o se conforman pasivamente a lo que deciden las autoridades, o que en el mejor de los casos buscan incidir en las decisiones a través de las movilizaciones y presiones sociales.
Todos participamos del mercado y del Estado, todos somos parte de ambos sistemas que proveen en distintas formas los bienes y servicios que necesita la población; pero en ambos se manifiesta la división social que separa a los que participan y están insertos en calidad de protagonistas y, en consecuencia, que gozan de los mayores privilegios; y los que se encuentran en condiciones de subordinación y dependencia, marginados de los procesos decisionales, y cuyo acceso a los bienes y servicios es más precario.
Cabe señalar, además, que los de arriba, los que son organizadores y autónomos sea en el mercado o en el Estado, tienen normalmente un nivel educativo y de acceso al conocimiento y a la información que podemos considerar elevado o de excelencia, según los estándares del propio sistema; mientras que los de abajo, los que operan como subordinados o dependientes sea en el mercado como en el Estado, suelen tener un muy inferior nivel educativo y un reducido acceso al conocimiento y a la información.
Esta conformación social tiende a reproducirse a través de generaciones, transmitiéndose de padres a hijos la pertenencia a uno u otro de tales niveles socio-económico-políticos. Los mecanismos de tal reproducción social son múltiples y poderosos, siendo los más relevantes; a) el régimen de propiedad y de herencia; b) los mecanismos de selección de los funcionarios de la burocracia estatal y de la ‘clase política’; c) el sistema educacional que provee la formación necesaria para mantenerse en uno u otro nivel.
Para comprender correctamente el modo en que se configura y se reproduce la estructura social hay que tener en cuenta dos hechos, que mitigan o reducen y que en parte ocultan, pero no eliminan, la separación cualitativa existente entre los autónomos de arriba y los dependientes de abajo.
El primero es que en ambos niveles se manifiesta una gradación, de tal manera que los peldaños inferiores de ‘los de arriba’ se encuentran muy cercanos a los peldaños superiores de ‘los de abajo’ en términos de su situación socio-económica. Gradación que da la apariencia de que se tratara de una única estratificación o escala social en que se distribuyen los distintos niveles socio-económicos; apariencia reforzada por el hecho que la situación socio-económica de las familias y personas se mide con parámetros y datos puramente cuantitativos, cuales por ejemplo, los niveles de ingresos, los años de escolaridad, la cantidad de bienes y servicios a los que se accede, etc.
El segundo hecho es que la separación entre los de arriba y los de abajo no está dada por una barrera infranqueable, por una valla impermeable, existiendo de hecho ciertas formas, conductos y mecanismos que permiten ‘perforar’ la línea que los separa. En efecto, existe la posibilidad del ascenso de algunos de los abajo hacia el nivel superior, y a la inversa, el descenso de algunos de los de arriba al nivel inferior, en cantidades mayores o menores según cuan rígida o abierta sean las estructucturas e instituciones del mercado y del Estado. Cuando la movilidad social es más amplia y está disponible para un mayor número de personas se dice que estamos en una ‘sociedad abierta’, y en ella crecen y se desarrollan los grupos sociales definidos como ‘aspiracionales’.
Es en este sentido que interviene de manera relevante la educación y el acceso al conocimiento y a la información. Pues, como hemos dicho, una diferencia decisiva que establece la separación entre los que pertenecen a uno u otro de los niveles sociales es precisamente el dominio del conocimiento y de la información. Porque la educación, la cultura, el conocimiento y el dominio de la información son factores claves que determinan la posibilidad de que las personas sean autónomas y organizadoras, o que se mantengan en condición subordinada y dependiente. Dicho más directamente, para ser dirigente, organizador, autónomo, hay que tener el conocimiento, los saberes, la cultura, la información y las competencias requeridas para ello.
Es por esto que la educación es percibida por los grupos sociales subordinados y muy especialmente por los grupos ‘aspiracionales’, como la principal o incluso la única vía de ascenso socio-económico, de acceso a la condición de autonomía, organización y dirección. Y puede ocurrir para los de arriba – si bien con menor intensidad pues para ellos operan otros mecanismos que le aseguran la reproducción de su condición privilegiada – que la educación de calidad de los de abajo pueda ser vista como una amenaza a la reproducción y trasmisión familiar de la condición social privilegiada.
El hecho es que tanto en la educación organizada en el ámbito del mercado como en aquella correspondiente al ámbito del Estado, se ha manifestado históricamente la separación socio-económico-política entre los autónomos y dirigentes y los subordinados y dependientes. Educación privada de mercado y educación pública de elevada calidad para los primeros, y educación particular subvencionada y educación pública de baja calidad para los segundos. Tal es un sistema educacional reproductor de la división social.
Ahora bien, en los últimos 20 años, como consecuencia de una notable expansión del sistema educativo que fue posible por la liberalización de la actividad educativa y el surgimiento de numerosos nuevos actores educacionales tanto en la educación básica y media como en la educación superior y universitaria (proceso acompañado por un significativo aumento de los ingresos de ciertos sectores sociales medios y por la apertura de nuevas posibilidades de participación autónoma en el mercado como son las micro y pequeñas empresas y el trabajo profesional independiente), se amplió grandemente en la sociedad chilena la percepción de que era posible el ascenso social y el acceso de los sectores sociales subordinados a la condición de autonomía. Es en este contexto que la cobertura de la educación media ha llegado a ser prácticamente universal, y el número de estudiantes en la educación superior y universitaria se multiplicó varias veces.
En un artículo anterior formulé la hipótesis de que, si en las últimas dos décadas hubo reducida conflictualidad social en el país no obstante la desigualdad escandalosa existente, fue en gran medida debido a que la expansión de la educación, tanto a nivel medio como superior, creó en los sectores medios de la población la expectativa de que mediante el esfuerzo educativo realizado familiarmente en beneficio de los hijos, era posible la movilidad social ascendente.
Pero en el marco del sistema económico y político establecido, dicha posibilidad de ascenso e inclusión de las categorías sociales subordinadas en el nivel de las categorías autónomas y dirigentes ha evidenciado tener límites estructurales. De ello han tomado conciencia las capas sociales ‘aspiracionales’, y en consecuencia se está expandiendo una creciente frustración social.
He señalado tres elementos que vienen a confirmar la percepción ciudadana de este problema. 1. La educación que reciben los niños tanto en la educación escolar pública y subvencionada como en las nuevas universidades privadas es de deficiente calidad, razón por la cual la expectativa de que conduzca realmente a su ascenso e inclusión social es baja. 2. La expansión de la cobertura de la educación superior a la que aspiran los estudiantes hace difícil esperar que el ‘sistema’ económico y político imperante pueda integrar a tantos profesionales, redundando también esto es la frustración de las expectativas de inclusión y ascenso social por esta vía. 3. En tales condiciones el sacrificio económico implicado en el pago que se realiza por parte de las familias, sea mediante el copago en la enseñanza media como a través de los créditos para la educación superior, se hacen cada vez más difíciles de asumir.
A los tres indicados agrego un cuarto problema, del que no existe clara conciencia pero que tal vez es intuído por muchos, y que en todo caso es de fundamental importancia. Me refiero al hecho que la educación a la que acceden los sectores definidos como ‘aspiracionales’, no está orientada a formar personas creativas y autónomas ni a proveer los tipos de saberes y conocimientos requeridos para acceder y desempeñarse eficazmente en los niveles en que operan los grupos y las personas dirigentes de la economía y la política.
En cualquier caso y por las razones que sea, el hecho social relevante es la frustración de crecientes sectores de la sociedad, que se manifiesta ante todo en la rebeldía estudiantil y familiar respecto al sistema educacional que tenemos, pero que pienso que invitablemente se irá extendiendo hacia las estructuras e instituciones del mercado y del Estado, que como hemos visto están en la base de la desigualdad social existente.
Así comprendido el problema, nos damos cuenta que no tiene solución posible en el marco de las estructuras e instituciones existentes. Los análisis que hicimos en los artículos anteriores sobre la reforma educacional planteada por el gobierno nos llevaron a concluir que, en realidad, ella no sólo no resuelve sino que pudiera terminar agravando el problema. Es así porque es una reforma pensada desde los parámetros y en el horizonte conceptual de las estructuras e instituciones educacionales establecidas, funcionales al orden económico y político vigentes.
Pero esto no significa que no haya nada que hacer, siendo necesaria y posible hoy día una reforma educacional totalmente diferente a la planteada, que afronte el problema en su raíz. Como dijimos al comienzo del artículo, cuando una aspiración humana se manifiesta con tanta fuerza social que no es posible dejarla sin satisfacer, pero esa necesidad colectiva no puede ser satisfecha en el marco de las estructuras e instituciones existentes, se hace indispensable y urgente repensar y reorganizar esas estructuras e instituciones desde sus mismos fundamentos. Por eso:
Es necesario un nuevo marco conceptual para proyectar una profunda reforma educacional.
Es obvio que definir un nuevo marco conceptual, que ha de ser necesariamente comprensivo y complejo, trasciende las posibilidades de un artículo, razón por la cual intentaré aquí solamente clarificar y encontrar cierta precisión a los dos principales términos del problema tal como actualmente se debate, esto es, a los conceptos de igualdad y de calidad referidos a la educación. Formular adecuadamente los dos conceptos básicos de la ecuación es, en efecto, un primer requisito indispensable para pensar y concebir la nueva educación necesaria.
Pero hay una premisa inicial que propongo asumir, y es que la educación necesaria hoy NO debiera estar orientada directamente por el objetivo de facilitar el ascenso y la movilidad social de un mayor número de personas de los sectores ‘aspiracionales’. Si fuera ése el objetivo, pienso que bastaría mejorar el sistema educacional vigente, facilitar la libertad de educación privada de mercado (que haya más colegios particulares pagados), apoyar más a la educación subvencionada (aumentando el monto de la subvención y del copago permitido), ampliar la educación pública de excelencia (más y mejores colegios ‘emblemáticos’ y ‘bicentenarios’). Puede parecer extraña esta formulación, pero se comprendrá fácilmente si se observa que es éso lo que se ha hecho en las últimas décadas, precisamente con el objetivo de ampliar la movilidad social y favorecer a las capas ‘aspiracionales’ de la población.
Pero si el objetivo es crear y desarrollar un sistema educacional orientado a superar la división de la sociedad en los dos niveles que observamos – el de los organizadores y dirigentes autónomos por arriba, y el de los subordinados y dependientes por abajo -, se requiere una nueva educación, en la que se establezca una diferente articulación entre igualdad y calidad, creando las bases y las condiciones de una verdadera educación de calidad igual para todos.
Entrando en la reformulación de lo que podamos entender como ‘igualdad’ y como ‘calidad’ en la educación, comencemos diciendo que hay que distinguir claramente la desigualdad de la diversidad o diferenciación. Terminar con la desigualdad de condición social en los términos expuestos, es aquello a lo que se debiera apuntar; la diversidad es, en cambio, algo necesario de mantener e incluso de favorecer y expandir, porque es riqueza social y reconocimiento de los derechos a la libertad personal y colectiva. Con esta idea llegamos a precisar lo que NO debe entenderse por ‘igualdad’ en la educación.
La igualdad no puede consistir en un ordenamiento del sistema escolar que permita un solo tipo de escuelas, las estatales o públicas; gratuitas, para que todos puedan acceder; y que fije normas, programas, metodologías y protocolos estandarizados que han de aplicarse en todas ellas sin distinción.
Es cierto que nadie plantea actualmente políticas tan extremas; pero como son las exigencias lógicas que derivan de cierto modo simplista pero bastante difundido de entender el ‘principio de igualdad’, es conveniente explicar por qué políticas orientadas en esa dirección no conducirían a la igualdad social, sino que al atentar contra la calidad de la educación atentarían también contra la igualdad. En efecto, la calidad en la educación requiere una amplia diversidad y variedad de instituciones y de formas, de programas y de métodos educativos. La pluralidad educacional es también necesaria para generar igualdad, dado que una educación que quiera superar las desigualdades debe considerar y atender las diferentes situaciones de origen en que se encuentran los alumnos, sus distintos niveles de desarrollo físico y psíquico, sus diferentes aptitudes y capacidades, sus diversas motivaciones y vocaciones, y también las múltiples necesidades que la sociedad debe satisfacer.
En este sentido la igualdad no debe entenderse como algo que se pueda establecer como punto de inicio, o sea como la condición de partida a que se sometan todos los niños en el sistema escolar, sino que ha de plantearse como el resultado final a lograr mediante el proceso educativo.
Y con esta afirmación entramos en la comprensión de lo que SÍ puede y debe entenderse como un correcto concepto y una justa perspectiva de la igualdad que es necesario alcanzar a nivel social y mediante la educación.
Al respecto resulta esclarecedora la formulación que sobre el concepto de igualdad hace Antonio Gramsci: “El concepto de igualdad que hay que elaborar como fundamento de un nuevo orden, no debe limitarse a poner a los hombres en una común relación con el derecho y la propiedad, sino que debe llegar a teorizar las potencialidades de la autoconciencia y autodirección de los individuos, como elementos estructurantes de la colectividad. La colectividad debe concebirse como producto de una elaboración de voluntad y pensamiento colectivos, alcanzadas a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal extraño a los individuos: por tanto, la obligación de la disciplina interior y no solamente de aquella externa y mecánica”. (Cuadernos, 751)
Destaco y desarrollo a partir de esta afirmación gramsciana varias ideas que considero fundamentales:
1. La igualdad es un concepto que hay que elaborar, lo que supone e implica un trabajo intelectual comprensivo y complejo. Es así pues la igualdad no es una simplista uniformidad, homogeneidad o estandarización, que es la igualdad que corresponde a las cosas que no tienen vida ni conciencia. Tratándose de seres humanos, la igualdad se realiza respetando e incluso potenciando la diversidad de las personas y su intrínseca libertad para decidir por sí mismas.
2. El concepto de igualdad (que elaborar) debe constituirse en uno de los fundamentos de un nuevo orden social, o sea de la creación de una nueva civilización. Entendiendo que son el capitalismo en lo económico y el estatismo en lo político los que generan las desigualdades socio-económicas y políticas fundamentales, se tratará de construir una civilización ‘post-capitalista’ y ‘post-estatista’. En tal sentido se trata de superar, en el mercado la separación entre autónomos y subordinados, y en el Estado la separación entre dirigentes y dirigidos.
3. Es restrictivo pensar la igualdad en términos de una igual relación con los derechos y con la propiedad. Pero no se niega ni la igualdad de las personas ante el derecho, ni el derecho de todos a acceder a la propiedad, ambas igualdades necesarias pero insuficientes. La igualdad a la que aspiran los seres humanos no es solamente la igualdad formal que se expresa como ‘igualdad ante la ley’ y como ‘igualdad de oportunidades’, sino que es una igualdad ‘sustantiva’ y experimentada subjetivamente por cada uno.
4. La igualdad se ha de establecer en un nivel de desarrollo humano superior al actual, en cuanto implica el potenciamiento de la autoconciencia y de la capacidad de autodirección de los individuos. En efecto, mientras existe distinción y separación entre dirigentes y dirigidos, y entre organizadores y subordinados, no habrá verdadera igualdad. Pero la superación de esas distinciones sólo se realiza cuando todas las personas adquieren autonomía y capacidad de autogobernarse.
5. La autoconciencia y la autodirección de los individuos, esto es, la autonomía y libertad de las personas, han de ser la bases sobre las cuales se construya, organice y estructure la vida social.
Si tal es la igualdad posible y deseable, la educación que favorezca dicho objetivo ha de ser una que conduzca a los niños y a los jóvenes, y a lo largo de un proceso de educación permnente, desde la situación inicial de desigualdad en que se encuentran, hacia la condición final de la igualdad deseada.
Siendo así, una educación ‘de calidad’ que avance decididamente a crear condiciones de mayor igualdad, requiere partir de la realidad de los que la reciben, que es desigual y diversa, y ha de estar orientada a generar en todos ellos y con ellos, procesos de desarrollo personal, intelectual y moral que mejoren y potencien sus capacidades y potencialidades.
Y si la meta es formar personas autoconcientes y capaces de autodirigirse, creativas y autónomas, ha de tratarse de una educación de la más elevada calidad. En efecto, si tales son los contenidos de la igualdad por alcanzar, se requiere el despliegue de una educación de muy elevada calidad, generadora de autoconciencia y capacidad de autodirección, que esté disponible para todos y especialmente para los grupos sociales actualmente subordinados y dirigidos.
A la inversa, una educación igualitaria pero de calidad deficiente, sería inevitablemente reproductora de la desigualdad. Una educación de baja calidad, aunque sea igual para todos, mantendrá a los subordinados como subordinados, a los dirigidos y dependientes como dirigidos y dependientes. Salir de la dependencia y la subordinación y alcanzar la autonomía es posible solamente mediante una educación de calidad, que proporcione a las personas una elevada cultura, amplios conocimientos, dominio de la información, competencias sociales y capacidades de autogobierno y dirección.
De este modo llegamos a una interesante e importante conclusión: los conceptos de igualdad y de calidad, referidos a la educación, llegan a coincidir. No en un sentido formal, sino en cuanto a sus contenidos: ambos apuntan a una misma situación, implican un recorrido convergente hacia un mismo resultado que se quiere alcanzar mediante el proceso educativo.
Constatando que la igualdad y la calidad no están dados en la actual educación sino que el punto de partida es la desigualdad y la deficiente calidad, hay que asumir que la igualdad y la calidad constituyen la meta, el fin por alcanzar, el lugar de llegada al que es necesario converger. Si hay que transitar desde situaciones muy diferentes y desiguales hacia un lugar común, la igualdad no puede encontrarse en el recorrido, debiendo en cambio pensarse en múltiples caminos convergentes que parten de situaciones diversas pero que han de conducir hacia la meta deseada. Los instrumentos y medios, los contenidos y las metodologías, las instituciones y los protocolos, serán necesariamente diferentes en la medida que se asuma que las situaciones iniciales, los puntos de partida, son muy dispares.
La pregunta –la primera pregunta que hay que plantearse- es, entonces, ¿cuál es la meta a lograr en la educación? ¿Cuál es esa nueva condición humana y social que pueda ser reconocida y aceptada socialmente como constitutiva de una educación de calidad e igual para todos? La respuesta está ya dada en toda la precedente formulación: personas creativas, autónomas y solidarias, que como dice Gramsci, configuren la sociedad “como producto de una elaboración de voluntad y pensamiento colectivos, alcanzada a través del esfuerzo individual concreto, y no por un proceso fatal extraño a los individuos: por tanto, la obligación de la disciplina interior y no solamente de aquella externa y mecánica”.
Ahora, si me preguntan qué tipo de escuelas y de educación serían aquellas que se orienten hacia, y puedan cumplir con tales objetivos, diría que son escuelas y formas educativas que es necesario inventar. Algo que hay que crear, pero no desde la nada, pues existen muchas y diversas experiencias educativas que se han desarrollado con propósitos similares a estos que planteamos, que han experimentado y explorado caminos educativos alternativos, y que tienen mucho que enseñar.
En la dirección de concebir y crear tales nuevas escuelas y formas educacionales hay muchos que estamos y continuamos trabajando. Para que estas búsquedas y experiencias prosperen y se expandan, se requieren amplios espacios de libertad en la educación, y consecuentes apoyos tanto del Estado como de la sociedad civil y del sector privado.
Por Luis Razeto M.
Universitas Nueva Civilización
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