Cada año, 23.000 africanos titulados abandonan el continente con su título universitario. Cabo Verde, Samoa, Gambia y Somalia han perdido a más de la mitad de sus profesionales con formación universitaria en los últimos años.
Los países más pobres son los más afectados por lo que suelen llamar “fuga de cerebros” pero que, en realidad, se trata de un expolio.
Pocas personas tienen de acceso a la formación universitaria. Muchos de quienes sí lo tienen responden a las facilidades y ofertas de becas que reciben de países ricos con mejores condiciones de vida, lo que frena el progreso de los países empobrecidos.
El trabajo de los profesionales cualificados sería beneficioso para la educación, la salud y la introducción de la tecnología; aunque se benefician del dinero que los “emigrantes intelectuales” envían a sus familias, supone una gran pérdida para el resto de la sociedad. Si a un médico de la República Centroafricana o de Tanzania le ofrecen en Europa o Estados Unidos ganar entre 10 y 15 veces más que en su lugar de origen, más posibilidades de investigación, y de ampliar su formación, lo más probable es que acepte. Los países desarrollados incentivan a estos titulados porque necesitan personal para satisfacer sus demandas y, a la vez, se ahorran los costes de formación. Hay más médicos de Malawi en la ciudad inglesa de Manchester que en Malawi, según la Comisión Global de Migraciones Internacionales.
En hospitales franceses trabajan más de 4.000 médicos argelinos que abandonaron su país. En Estados Unidos trabajan cerca de 100 médicos haitianos, que no están en Haití en un momento en el que son especialmente necesarios.
La fuga de cerebros también afecta a países más desarrollados como España, donde casi el 80% de los jóvenes investigadores se marchan a Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña, dice Juan Alai, presidente de la Asociación de Jóvenes Investigadores de Madrid. Así sucedió con Joan Massagué, uno de los científicos más conocidos en el mundo que emigró a Estados Unidos en 1980, empezó a trabajar en Memorial Sloan-Kettering Cancer Center en Nueva York en 1989. Desde 2003 dirige ahí el Departamento de Genética y Biología del Cáncer. Su trabajo en Norteamérica le permitió descubrir la maquinaria molecular, clave para el desarrollo embrionario y la regeneración de tejidos, que impide la división celular y protege contra el desarrollo de tumores.
El presidente de la asociación señala que “la mayoría de los jóvenes investigadores españoles están en un exilio forzoso”.
El Premio Nobel de Medicina, Hamilton Smith sostiene que, para evitar esta fuga, es necesario destinar más recursos económicos a la investigación. El Gobierno español invierte en la formación, pero después no lo aprovecha con la oferta de oportunidades para que los científicos apliquen sus conocimientos.
Los fondos para la investigación científica se recortarán en un 15% para el año que viene. La Plataforma de Investigadores del Colegio de España en París ha firmado un documento en el que denuncian que “las actuales perturbaciones ligadas a la política de presupuestos pueden suponer otra oportunidad pérdida para un progreso económico y social que no debería depender de legislaturas, crisis, opiniones o modas”.
Hay una conexión directa entre la calidad de vida y la ciencia. La fuga de cerebros puede producirse por falta de recursos, como es el caso de los países empobrecidos del Sur, o por una mala gestión de esos recursos como sucede en otros países desarrollados. Para solucionar el problema, son necesarias unas pautas de cooperación internacional que les permitan a los investigadores volver a sus países de origen y aportar ahí sus conocimientos. La financiación privada y la creación de nuevas estructuras ayudarían en la optimización de recursos, mientras se aprovecharía la capacidad y el talento científicos con más apoyo.
Si países desarrollados invierten más en I+D (Investigación y Desarrollo), invertirán y formarán a los profesionales nacionales para satisfacer sus propias demandas. Esto fomentará que los profesionales cualificados del Sur permanezcan en sus países y contribuyan al progreso de sus propios pueblos.
Rocio Romero Molina
CCS – El Ciudadano