Con una provocación empezó esta conversación abierta con el Premio Nacional de Historia 2006 en un encuentro con investigadores y estudiantes de pre y postgrado asociados al Núcleo de Ciencias Sociales y Humanidades, quienes fueron a escuchar y a debatir con uno de los intelectuales chilenos de más renombre en el último tiempo.
Una provocación que viene a cuestionar el modelo de producción científica en las Ciencias Sociales al interior de las universidades, su uso -y abuso- en los problemas que importan –y también los que no- y de cómo la carrera académica impulsada por el modelo económico ha hecho que cada vez más se imponga la individualidad del intelectual y que “todos trabajemos para nosotros y muy poco para los demás”.
EL PROBLEMA Y LA GRAN PREGUNTA
Salazar relata que hasta 1973, las Ciencias Sociales interpretaban a Chile a partir de ideologías importadas, “memorizando a Trostky, citando a Lenin, imitando a Fidel o al Che, pasando por Lenin, Ho-Chimin y otros”, y que con esas ideas ajenas se quiso hacer la revolución. “Pero nos olvidamos de los nuestros como Luis Emilio Recabarren, lo sepultamos, lo desautorizamos y pasó lo que pasó”.
Posteriormente, y dado el contexto que vivía el país en los años ochenta, la intelectualidad chilena empezó a producir “estudios para chilenos, abordando problemas chilenos y con editoriales chilenas”.
La Editorial LOM, que recientemente celebró sus 25 años de existencia, es el símbolo de esa producción con más de 4 millones de libros publicados en ciencias sociales, literatura, periodismo y otras artes, dando cuenta de la gran reflexión académica del país en torno a este ámbito. Para comienzos del año 2000, se sumaron a esa producción las universidades con sus propias editoriales.
“Quiero decir que nunca antes en Chile habíamos tenido una producción histórico social y política como ahora. Pero seguimos teniendo un problema que nos frena las posibilidades de desarrollo en esta área: toda esa producción está dispersa, no hay análisis articuladores de ella”.
Salazar continúa desmenuzando el problema y surge la gran pregunta: ¿Dónde convergen todos los intelectuales que han producido ese conocimiento para hacer una propuesta política concreta?
Crítico del modelo, Salazar explica que gran parte de ese saber está albergado en las universidades, que producto de las exigencias y especialmente de la lógica del modelo económico neoliberal, promueven la producción individual, con estándares internacionales, en revistas indexadas consideradas de alto impacto.
“Pero debo decirlo, son publicaciones que a veces no lee nadie y quedan en archivos para siempre. Y resulta que lo que hizo Tomás Moulian cuando publicó ‘Chile actual: anatomía de un mito’, con más de 60 mil ejemplares vendidos, no cuenta para la producción científica. Yo me aburrí de publicar, porque con todo ese saber no hemos hecho nada por producir ni siquiera un ratón político”, expresa.
Hasta los años 70, el gran demandante del conocimiento en Ciencias Sociales era el Estado. Los estudios de estos ámbitos nutrían las políticas y el cambio social. Sin embargo, a partir de la dictadura y hasta hoy, el Estado se tecnologizó; se vació de contenidos y las agencias evaluadoras de riesgos y el Banco Mundial sustituyeron a los análisis y los intelectuales quedaron fuera del discurso público y encerrados en las universidades.
Emerge entonces otro factor que frena el desarrollo, según el Premio Nacional: el modelo imperante de producción de conocimiento y, reflejo de ello, la universidad no promueve la fraternidad. Dice que los intelectuales se vanaglorian de trabajar juntos para Chile, pero esa es una apariencia porque no se aman entre ellos, no se consideran mutuamente, no son capaces de preocuparse por el otro.
“Estamos concentrados en alcanzar la cima, codeamos para llegar a las altas jerarquías académicas y, a continuación, nos miramos con sospecha los unos a los otros. He compartido en ocasiones con connotados intelectuales, todos nos conocemos, todos nos saludamos, pero somos unos extraños. No somos ni seremos amigos, ni compañeros unidos por una sinergia cultural fraterna. Estamos todos individuados, llenos de éxitos cargando nuestra mochilas repletas de libros que hemos escrito, pero sin un fin común”.
Esto también se refleja en la pérdida de la relación maestro-discípulo: “No tenemos ayudantes, que era la forma tradicional universitaria en la que el maestro traspasaba su saber. Los jóvenes doctores quieren ser inmediatamente profesores autónomos, no quieren trabajar con un maestro que los forme”.
UNIVERSIDAD AUSENTE
Surge entonces una segunda pregunta que se plantea el investigador: ¿Cómo rompemos ese juego? “No nos transformamos en actores, no traspasamos nuestro conocimiento a las comunidades ni a los actores locales. La academia no está presente en nada y esa es mi provocación para hoy”.
El académico continúa fustigando a la academia en duros términos y dice que los productores de las Ciencias Sociales “no hemos sabido llegar donde realmente importa”. Es como si el excluido de todo el proceso fuera el sujeto de investigación. “Llegamos donde nuestras muestras, las estrujamos, sacamos todo su saber, nos vomitan su dolor y experiencias. ¿Y qué hacemos con eso? Nada, excepto recogerlo, estudiarlo, llevárnoslo y más encima ganar dinero con él. Y la población se pregunta ¿y nosotros qué?”
Esa es la razón final y suficiente para que Salazar justifique por qué es tiempo de que la universidad llegue a las comunidades locales y se quedé ahí. Que el producto de todos esos saberes se integre con quienes lo necesitan.
“Es hora que nos demos cuenta que el saber de la calle no compite con el saber académico, y si llega a hacerlo, siempre ganará el de la calle. Por eso hay que validarlo y complementarlo, la universidad necesita construir un sentido social que aporte a resolver los problemas locales y, por sobre todo, necesita hacerse cargo de su gente, de su entorno y su territorio”, concluyó.
Gabriel Salazar es uno de los fundadores de la corriente historiográfica llamada la Nueva Historia Social. Es Profesor Titular de la Facultad de Filosofía y Humanidades y de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile y en 2006 fue galardonado con el Premio Nacional de Historia. En la actualidad es uno de los más destacados exponentes de la historiografía social y política contemporánea chilena.
Por: Lorena Espinoza Arévalo
Vía: http://www.ufro.cl/