La Escuela es una institución creada y condicionada por contextos sociales que le asignan funciones y finalidades, por ello cualquier esfuerzo por imaginarla en el futuro necesariamente tiene que partir del presente y de la realidad social en que hoy vivimos. No obstante, la Escuela es una institución con historia, procede del pasado y se nutre de él, sin embargo, la Escuela industrial basada en el modelo de la fábrica; la Escuela prisión consistente en encerrar a grandes masas de escolares en acuartelamientos con normas, horarios y programas rígidos dirigidos a obtener obediencia; o la Escuela nacionalista y religiosa dirigida a imponer una visión unilateral del mundo, de la sociedad y del ser humano, ya no nos sirven para el presente, aunque desde luego no todo su pasado es rechazable.
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La Historia de la Educación nos informa, que al mismo tiempo que la Escuela reproduce las condiciones que hacen posible el actual desorden social y civilizatorio establecido, paradójicamente también produce experiencias, realizaciones, proyectos e iniciativas que hacen posible la emergencia de valores, actitudes, conocimientos y condiciones que permiten albergar esperanzas de transformación personal y social. Por tanto, resulta indispensable indagar en nuestro pasado y en nuestro presente, para tomar en consideración esas experiencias educativas que pueden alumbrar la construcción de la Escuela del futuro.
Aunque el futuro no existe y no estamos en condiciones de realizar un dibujo mínimamente completo y satisfactorio de la Escuela del futuro, al menos podemos imaginarla como algo diferente a un lugar exclusivamente físico y presencial circunscrito arquitectónicamente, en el que se aprende a base de reglas, normas y todo tipo motivaciones extrínsecas. De igual manera, tampoco creemos que pueda verse como una gran aula virtual doméstica, en la que cada alumno aprende individualmente por sí mismo mediante diversos tipos de software. Por el contrario, nos parece plausible soñarla como un lugar de comunicación e intercambio de experiencias y saberes, de espacios abiertos y organización autónoma.
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Esto obviamente significaría llevar a la Escuela, todos aquellos saberes que en la vida diaria son necesarios para sobrevivir, pero también todas aquellas experiencias y conocimientos de personas, que sin ser formalmente profesores, pueden y deben contribuir al aprendizaje y la Educación. Con esto tal vez la vieja línea divisoria entre lo escolar y extraescolar tendería a desaparecer, dado que el aprendizaje sería permanente y no estaría circunscrito a lo que tradicionalmente proporcionaba la Escuela, ya que podría aprenderse en cualquier momento y en cualquier lugar. Claro que, esto significaría también cambiar radicalmente la estructura organizativa y espacial, porque el objetivo fundamental ya no sería la enseñanza, sino el aprendizaje personalizado y comunitario en cooperación. Las Escuelas pues, no serían propiamente «centros de enseñanza» como siempre se han denominado, sino más bien «centros de aprendizaje» que necesariamente tendrían que estar fundados en dos valores estratégicos de largo alcance: la responsabilidad y la solidaridad.
A su vez, esto supondría que el alumnado, no tendría la obligación de acudir diariamente a la Escuela, porque otros diferentes tipos de recursos y actividades educativas y de aprendizaje, estarían distribuidas en otros lugares, por lo que no habría que amontonar a grandes cantidades de alumnos en macroinstalaciones. Podrían existir centros de recursos de barrio, tipo bibliotecas públicas, en los que los alumnos harían sus ejercicios de aprendizaje individual y cooperativo, utilizando para ello las nuevas tecnologías y los recursos que el centro les dispusiese, o sencillamente hacerlos en su propio hogar según las disponibilidades. En cualquier caso, la Escuela del futuro tendría que ser pequeña en tamaño, al mismo tiempo que diversa, haciendo posible así, tanto la atención individualizada, como la autonomía organizativa en función de las características y necesidades de cada contexto. Se trataría pues de una Escuela que promoviese la creatividad, la innovación y las respuestas originales y concretas a las necesidades de educandos y educadores, es decir sería una Escuela adaptada y al servicio de las personas y no al contrario, como por lo general sucede ahora.
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Tal vez podría argumentarse mucho en contra del aprendizaje individualizado y la pérdida de oportunidades de juego y socialización, que es siempre el argumento que se utiliza para encerrar a los alumnos en los acuartelamientos escolares, pero las Escuelas ya no serían escuelas formalmente hablando, sino centros comunitarios de recursos e intercambio de experiencias y saberes. Lógicamente, esto no quiere decir que los profesores no fueran necesarios, sino que sencillamente trabajarían de otra manera más diversificada, abierta y flexible, ya que su papel formal no sería el de «impartidor» de disciplinas, aunque cada uno tuviese una especialidad, sino el de ayudadores a los originales procesos de aprendizaje en que cada alumno o cada grupo de ellos, estuviese embarcado.
Estos cambios de rol docente requerirían fortalecer y priorizar la función tutorial del profesor, que tendría que ser el responsable de guiar y orientar a cada alumno en particular en sus actividades, resolviendo no solo sus dudas y dificultades, sino atendiendo especialmente tanto a la integración de aprendizajes, como al desarrollo personal, social y comunitario. Para ello sería sumamente necesario asegurar que entre los alumnos existiesen lazos de confianza, afecto, solidaridad, cooperación y responsabilidad y esto de forma sencilla significaría que los alumnos avanzados, tendrían que asumir el compromiso de tutelar y ayudar en el aprendizaje a los alumnos menos avanzados o de otros niveles educativos, bajo la tutela también de sus profesores. Habría pues tutores profesionales que serían los profesores, y también tutores no profesionales, que serían los mismos alumnos e incluso alguna persona de la comunidad, como un padre o una madre, que se comprometiesen en la tarea. Claro que esto implicaría también organizar la Escuela, no como una secuencia de grados y aulas separadas en compartimentos estancos en los que conviven alumnos de la misma edad, sino como espacios de diversidad personal, aunque dentro de unos ciertos márgenes de desarrollo psicoevolutivo y psicosocial. Por recordar, esta nueva Escuela, se asemejaría a aquellas viejas escuelas unitarias, en las que en una misma aula convivían y aprendían alumnos de diferentes edades que se ayudaban unos a otros mediante la guía formativa y educadora de un único maestro, si bien en la Escuela del Futuro, sería un poco diferente, ya que entiendo que habría que romper el supuestamente racionalizador principio, de una hora, un profesor y una disciplina. Quiero decir con ello, que las sesiones de trabajo de aprendizaje, no tendrían que estar restringidas a sesiones de una hora de duración, ni tampoco a la permanencia en el aula de un solo profesor, ya que en la misma podrían trabajar dos o más profesores al mismo tiempo.
Actualmente la Escuela está montada de forma que la responsabilidad de cada alumno consiste en asistir a clase, escuchar, atender y hacer lo que esté preceptuado normativamente y lo que el profesor ordene. En la Escuela del futuro no sería así, porque exigiría de los alumnos un papel activo y creador en tres grandes áreas de trabajo: su propio proceso de aprendizaje, la responsabilidad de ayudar y cooperar con sus compañeros y también en la responsabilidad de mantener, cuidar y sostener las instalaciones y recursos. La razón es bien sencilla, porque educar no consiste exclusivamente en aprender conocimientos, sino en asumir compromisos de autoaprendizaje mediante el ejercicio del esfuerzo individual, tanto para aprender, como para ayudar a los demás a que lo hagan, sin olvidar claro está, que los recursos no caen del cielo o del papá Estado, sino que dependen también del tipo de uso responsable que se hace de ellos.
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Ahora todo está organizado de manera que los niños y niñas tienen que comprar todos los años libros y libros diferentes e inservibles para el siguiente año, pero si los lugares de aprendizaje, fuesen espacios de intercambio y aprovechamiento de recursos y las aulas se transformasen en talleres de actividad con todos los recursos que la administraciones educativas y locales pudieran recoger, pues no sería necesario hacer esos gastos anuales porque todos los materiales se reciclarían y podrían reutilizarse para el año siguiente.
En cuanto al curriculum, no sería ya como el listado de asignaturas y especialidades que vemos ahora, sino que necesariamente tendría que ser integrado, globalizado y en acción, es decir compuesto por unidades o bloques que respondieran a las necesidades personales y de la comunidad, pero también por aquellos problemas, acontecimientos y avatares diarios que pudieran ser de actualidad. Claro que esto exigiría por parte de los profesores tutores un esfuerzo extraordinario de trabajo interdisciplinar para el diseño de programaciones, que necesariamente tendrían que ser abiertas, flexibles, revisables y actualizables. Hoy por ejemplo, únicamente se valora y se paga al docente de básica, por su presencia física en el aula, sin embargo en la Escuela del futuro, los docentes tendrían un papel de constructores del curriculum de primer orden y esto requiere tiempos de trabajo individual y de trabajo de reuniones de coordinación y evaluación, que deben ser obviamente considerados en sus salarios. A mi juicio, e independientemente de que existen variadas metodologías para concretar la acción curricular, la que considero más adecuada para la Escuela del futuro, es la metodología basada en proyectos de aprendizaje. Pero además y consecuentemente con este planteamiento curricular, la evaluación, al ser educativa y estar orientada exclusivamente a la mejora y no a la selección y calificación, no afectaría exclusivamente a los alumnos, sino también a todos los elementos y recursos materiales, humanos y organizativos, que intervienen o son utilizados en el aprendizaje, porque ya digo, que la meta no sería la enseñanza, sino el aprendizaje.
Hasta hoy el éxito escolar, ha estado basado en lo que comúnmente se entiende por estudio, algo por cierto de exclusiva responsabilidad del alumno, de tal suerte que si el alumno fracasa pues la causa de ello se sitúa siempre en la escasez o ausencia de estudio por parte del alumno. Estudiar, en la Escuela actual, significa en realidad, memorizar de diversas formas unos contenidos que son fines en sí mismos, consistiendo la evaluación en rememorar dichos contenidos en los exámenes, para que así pueda obtenerse el premio de la acreditación. En la Escuela del futuro, esto necesariamente tendría que cambiar, porque estudiar no sería ya un jueguecito de acertijos tipo Trivial Pursuit, sino más bien un proceso permanente de investigación y descubrimiento, o si se prefiere un modo personal y autodidáctico de aprender, lo que evidentemente no significa excluir el desarrollo de la memoria, sino enfocarla de un modo más comprensivo que fuese más útil y eficaz en la generalización, aplicación y transferencia de aprendizajes. Y esto requeriría un trabajo constante de utilización, ensayo e interiorización de estrategias de aprendizaje cognitivas y metacognitivas, algo por cierto que en la Escuela actual casi no existe. Entiendo pues, que esto sería una función esencial de la Escuela del futuro, sobre todo cuando hoy existen casi infinitos recursos informativos disponibles que hay que saber buscar, seleccionar, clasificar, categorizar y procesar en suma. Se trataría entonces de realizar el conocido mensaje de la UNESCO de «aprender a aprender», es decir, adquirir recursos y procedimientos para aprender por nosotros mismos, sin necesidad de intermediarios, ni de estímulos externos. Claro que esto implicaría la integración estratégica a partir de la comprensión crítica, tanto de la alfabetización lectoescritora, como la alfabetización en tecnologías de la comunicación que como es sabido, no se reduce exclusivamente al uso de máquinas y software. Sería impensable que la Escuela del futuro, no proporcionase permanentemente ayudas para desarrollar esta función tan básica y esencial.
Una dimensión indispensable y complementaria a la función alfabetizadora, sería sin duda, la del trabajo manual, artesanal e incluso productivo. La escuela del presente minusvalora de sobremanera el trabajo productivo, ocupacional, artesanal y laboral porque todo lo reduce a libros y respuestas memorizadas para pasar exámenes y todo está centrado en exclusividad en contenidos cognitivos, quedando la experiencia corporal, emocional, social, productiva, autónoma o sensible siempre en los márgenes. Por ello entiendo que un principio esencial de la Escuela del futuro, sería la combinación entre trabajo manual físico productivo y artesanal, junto al trabajo intelectual y el trabajo social. Pienso que cada Escuela o centro de intercambio de experiencias y saberes, tendría que tener asociado espacios para que el alumnado aprendiese el manejo de herramientas, procedimientos y tareas de todo tipo, ya fuesen agrícolas, artesanales, administrativas, tecnológicas e incluso de la microempresa. Esto significaría que cada Escuela tendría su huerto, su pequeña ganadería o su pequeña industria agroecológica y esto es completamente posible, viable y real, como yo mismo he podido comprobar en las escuelas del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, o incluso cuando fui alumno de unos centros que en España se llamaban «Institutos Laborales». Esto significaría a nivel social, hacer posible la eliminación de las dos clásicas redes de escolarización, la Primaria-Profesional, en las que estudian los hijos de las clases populares y rurales y la Secundaria-Superior, a la que únicamente acuden las capas sociales urbanas más privilegiadas, ya sea porque acumulan capital económico o capital cultural.
Otro aspecto esencial de la Escuela del futuro, sería sin duda sus fundamentos éticos, tanto en lo referido a la ética personal, la deontológica (del alumno, del profesor, del director, del inspector… del ministro) y la ciudadana. Esto exigiría a mi juicio de una práctica constante de la libertad, es decir de la democracia, no como jueguecito electoral, sino como responsabilidad y compromiso personal y social. La Escuelas, tendrían por tanto que ser autónomas, mínimamente reguladas y orientadas al desarrollo personal y comunitario. En este sentido, el papel de los gestores tendría que ser rotatorio y no funcionarial, de forma que permitiese que cualquier equipo de profesores con un proyecto educativo respaldado y coparticipado, lo llevase adelante, rindiendo cuentas después a la comunidad de lo realizado. La democracia y los valores éticos que la fundan, serían la atmósfera normal de la vida cotidiana de la Escuela del futuro, lo cual exigiría obviamente aprendizajes significativos a partir del diálogo, la cooperación, el pensamiento crítico-interrogativo y sobre todo el compromiso personal ante los acuerdos colectivos adoptados.
La Escuela del futuro, tendría que ser a mi juicio, Pública, que es algo bastante diferente a lo estatal. Es decir, tendría que ser un servicio público, dirigido a satisfacer necesidades del público y gestionado por el público, porque la Educación, es un Derecho Humano Universal. Sin embargo esto no significaría que las entidades privadas no pudieran crear escuelas, o que existiese un tercer sector cofinanciado por el Estado y las entidades, sino que por el contrario lo permitiría, siempre que estas iniciativas no tuviesen un carácter lucrativo, cumpliesen con unos estándares de calidad y no supusiesen discriminaciones sociales de ningún tipo, o discriminaciones de jornada laboral y salarios para el profesorado.
Al decir Escuela Pública pues, queremos decir también que el Estado debería siempre tomar la iniciativa y ser un factor de regulación para que así el Derecho Humano Universal a la Educación quedase garantizado y fuese realmente efectivo. En este sentido, pienso que el Estado debería ser el encargado de impedir que se reproduzca la vieja dinámica de permitir que lo privado colonice las urbes y los sectores sociales más acomodados y el Estado se encargue siempre de forma deficitaria y sujeta a vaivenes gubernamentales de las zonas rurales y las metropolitanas deprimidas.
Para construir la Escuela del futuro, lo más necesario y permanente, tendría que ser a mi juicio la creación de un gran programa estratégico de dignificación y formación inicial y permanente de las maestras y maestros. No obstante, esto no significa, que el Estado tuviese que cubrir todas y cada una de las necesidades, sobre todo porque la formación docente en el ejercicio de la profesión, no es de responsabilidad exclusiva de las administraciones, sino que también es un deber de responsabilidad social y profesional de los docentes. Por ello entiendo, que en la Escuela del futuro, no tendría cabida el modelo actual de selección funcionarial del profesorado consistente en superar un examen concurso una vez, sin exigir después contrapartidas de responsabilidad profesional y social.
Hoy en muchos países, son muy pocos los estudiantes que optan voluntariamente por dedicarse a la educación básica, produciéndose a su vez la paradoja de que los mejores educadores terminan por emigrar hacia otros sectores profesionales o hacia otras funciones de la administración educativa. Pero a su vez y como consecuencia unas veces, de las deplorables condiciones materiales de existencia, y otras de la discriminación, son muchísimos los maestros y maestras que se ven obligados a realizar otros trabajos o jornadas lectivas maratonianas, lo cual hace imposible la formación y la autoformación, por lo que obviamente la Escuela del futuro, no podría en ningún caso tolerar esta situación. Habría pues que proteger, estimular y dignificar a los docentes de básica, creando para ello, sistemas de formación inicial exigentes y de calidad. Esto implicaría obviamente, una estrategia político-administrativa, dirigida a incorporar a la función docente a aquellas personas de valía demostrada, no únicamente por su pericia en superar pruebas y exámenes de carrera y/o concurso, sino sobre todo por su capacidad de resolver problemas y necesidades educativas prácticas.
Por último, no quisiera dejar de señalar que la Escuela del Futuro debería prestar una especialísima atención a la Artes en toda su extensión, pero al mismo tiempo a la educación emocional, social, política y espiritual. Esto requeriría a mi juicio una profunda formación expresiva, comunicativa, humanística, filosófica, psicológica, sociológica, económica, histórica y política, que sin menoscabo de la formación científico-técnica y procedimental, permitiese que los propios docentes estuviesen cada vez más apasionados y enamorados de su trabajo y de su función social.
La profesión docente requiere a mi juicio de personas altamente motivadas, creativas, intuitivas, sensibles, empáticas, pacientes, ecuánimes, magnánimas y en definitiva maduras cognitiva y emocionalmente. Y esto no significa que los docentes del futuro tengan que ser una especie de supermanes, sino todo lo contrario, es decir, personas que desde la responsabilidad, la solidaridad, la humildad y el placer sereno e interior de servir a los demás y de hacer las cosas bien, pudieran autorrealizarse en su labor desarrollando así de forma integrada su proyecto personal y profesional. Habría pues que conseguir que los docentes y educadores, en sus nuevos roles y funciones pedagógicas, fuesen los constructores de su propia vocación y pasión por la Educación, lo cual nos permitiría encontrar y promover a los mejores y más excelentes maestros y maestras en aquellos y aquellas que se entregan totalmente y dan lo mejor de sí mismos a sus alumnos, que no son necesariamente los más excelentes en las pruebas y exámenes de acceso.
Soy plenamente consciente de que la tarea es ardua, complicada y lenta, pero la validez de una propuesta o de un proyecto, no se mide exclusivamente ni por el tiempo que cuesta llevarla a cabo, ni por los esfuerzos necesarios para realizarla, sino por el potencial de transformación personal y social que hace emerger el milagro de convertir las dificultades en posibilidades reales visibles en procesos y resultados. Por esta razón creo, que para construir la Escuela del futuro todos los ciudadanos sin excepción estamos convocados.
Por Juan Miguel Batalloso Navas