El pasado mes de agosto empecé a leer un libro inspirador, apasionante, un libro de aquellos que no puedes dejar de leer, que invita a saborear cada página pues es una constante fuente de aprendizaje. El libro en cuestión es Aprendo porque quiero de Juan José Vergara y ha sido el detonante que me ha llevado a escribir este post.
En uno de los capítulos el autor enfatiza la importancia de la interacción como elemento esencial para el aprendizaje en grupo. De hecho, Vergara (2015, p. 95) muestra distintas estrategias para fomentar la interacción en el aula que permiten reflexionar sobre la práctica docente, por ejemplo: aumentar el tiempo de intervención del alumnado y disminuir el del profesorado; que el silencio en el aula se adecue a la tarea y que no sea una norma estable; normalizar la conectividad libre e invitar al grupo a discutir las normas de autorregulación; utilizar los grupos cooperativos de cuatro o cinco personas ya que facilita la comprensión, la resolución de problemas y compartir contenidos; utilizar la disposición del alumnado en círculo o en “U” ya que favorece la concienciación del propio grupo sobre las personas que están atentas, aburridas o distraídas y no solo el docente. En la misma línea, Cury (2007) muestra la necesidad de sentar a los alumnos en círculo o en forma de “U” a fin de mejora la concentración, disminuir la ansiedad y crear un espacio agradable que fomente la interacción social. Por su parte Johnson y Johnson (2014) sostienen la importancia de potenciar la interacción cara a cara entre los miembros del grupo como aspecto que facilita el compartir recursos, apoyarse y animarse.
En la línea López y Valls (2013, p. 138) tomando de referencia a Kilburg muestran las siguientes reglas para fomentar la interacción en el aula: mantener una mente abierta; evitar las etiquetas; ser honestos; utilizar expresiones como “creo, pienso, siento” en lugar de “tú eres”; decir las cosas con tacto, apoyar a los compañeros/as de grupo; aprender haciendo; respetar la confidencialidad; centrarse en mejorar el propio rendimiento como el trabajo y rendimiento del grupo; escuchar lo que dicen los demás; ser claro al hacer comentarios; aplicar el aquí y ahora para trabajar en grupo; no discutir los problemas de alumnos/as que no estén en el aula y agradecer la sinceridad de los demás como un regalo.
Personalmente como docente, me gusta atender y potenciar la interacción y el diálogo en el aula. Si queremos que el alumnado sea el gran protagonista del proceso de enseñanza aprendizaje… está claro que no podemos omitir su voz. Por ello, me gusta aprovechar las situaciones que se suceden en clase para potenciar el intercambio de opiniones, reflexiones y puntos de vista con y entre el alumnado, ya que me parece una herramienta fundamental para que el aprendizaje auténtico suceda.
Lanzar preguntas al inicio de la sesión que relacionen el tema a estudiar con la vida real y cotidiana del alumnado e invitarle a participar y explicar sus vivencias. Utilizar las situaciones de conflicto para la reflexión guiada, el diálogo consensuado y la búsqueda de soluciones entre pares, emplear la disposición en círculo al finalizar la clase y valorar conjuntamente el trabajo realizado, los aspectos que han funcionado así como los que se pueden mejorar.
Dedicar tiempo y espacio en clase para escuchar cómo se ha sentido el alumnado durante la sesión, posibilitar que el alumnado explique qué dificultades ha encontrado durante el trabajo en grupo y qué estrategias ha utilizado para su solución. Dar espacio para el humor, para que el alumnado pueda reír y compartir su sonrisa, felicidad y alegría con el resto de compañer@s. Como afirma José María Toro (2005, p. 100):
“La sonrisa ha de “estar presente” en las escuelas”.
Pero desafortunadamente, todavía encuentro alumn@s que piensan que no está bien visto reír, hablar, murmurar, usar el móvil, intervenir u opinar en clase… y que lo correcto es hacer silencio, bajar la cabeza, estar serio/a y obedecer. Cuando reflexionas junto a ell@s sobre la importancia del contexto, de las situaciones de aprendizaje, de los límites, de la confianza, de las normas de convivencia, del diálogo, de la importancia de la empatía, del respeto mutuo, del turno de palabra, del esfuerzo, del consenso, de la responsabilidad dentro de un grupo, de la importancia de descubrir los talentos e intereses …
todo empieza a cambiar.
Finalmente y a modo de resumen terminaré el post con 10 propuestas para fomentar la interacción en el aula:
10
Humanizar el aula. Crear un clima agradable que posibilite la interacción, la libertad de expresión y recoger las emociones del alumnado.
Escuchar más que hablar. Aumentar el tiempo de palabra del alumnado y disminuir el del profesorado.
Potenciar el sentimiento de auto mejora y responsabilidad individual y grupal.
Agradecer la sinceridad, honestidad y comprensión como valores presentes en el aula.
Consensuar con el grupo las normas de convivencia en el aula.
Modular el ruido de la clase en función del objetivo de la tarea y hacerlo de forma consensuada con el alumnado.
Acordar las normas de conectividad libre en el aula junto al alumnado.
Potenciar el trabajo cooperativo en grupos reducidos.
Dar espacio para que el humor, la sonrisa y la alegría se cuelen y estén presentes en elaula.
Emplear las formaciones en “U” o en círculo a fin de generar una mayor interacción, comunicación y visibilidad entre los miembros del grupo.
Ahora, como siempre, solo nos queda preguntarnos:
¿nos atrevemos a hacerlo?
REFERENCIAS
- Cury, A. (2007). Padres brillantes, maestos facinnates. Zenith. Planeta
- Johnson, D. y Johnson, R. (2014). La evaluación en el aprendizaje cooperativo. Ediciones SM.
- López, C. y Valls, C. (2013). Coaching educativo. Ediciones SM.
- Toro, J.M. (2005). Educar con “co-razón”. Editorial Desclée.
- Vergara, J.J. (2015). Aprendo porque quiero. Ediciones SM.
Vía: http://ined21.com/