Las celebridades, íconos mesiánicos, extienden sus dadivosas manos para salvar al mundo y ayudar a los niños de África, en un complicado juego de altruismo pop, egoismo monumental, y justificación velada del sistema que tiene como esencia perpetuar las condiciones que en un principio hicieron necesarias esa ayuda.
Ya sea simbólicamente o porque los primeros homínidos evolucionaron en África, este continente es percibido en nuestra psique colectiva como un regreso al origen —o a lo más primitivo y puro de nuestra naturaleza. La inocencia de los antílopes, la amplitud solar de las llanuras y de los nativos con pintura salvaje en sus rostros, sonrisas luminosas y ojos que enarbolan la esperanza versus el corazón de oscuridad que detectó Conrad aparecía en el hombre blanco al perderse en el contintente negro y el hechizo radical del vudú y la ambición rapaz de nuestra historia reciente… hoy este regresar a África se debate entre fuerzas contradictorias.
Existe en el hombre occidental un fervor de regresar a África, ya sea para encontrar una misteriosa raíz que se pierde en la noche de la historia (como un fuego prometeico que se extravía después de un chispazo original) o para expiar una añeja y (kármicamente) lacerante culpa. Estos son los dos principios rectores —inconscientes, pero por eso mismo más poderosos— que seguramente operan en la psique y que empujan a las celebridades y a los organismos de ayuda internacional a enfocar sus esfuerzos en África. Se podría pensar que la razón fundamental por la que las personas extienden las manos para ayudar a África es porque es el foco de la pobreza y la injusticia —sin embargo esto es, me parece, solamente un síntoma, a un nivel más superficial, de la verdadera corriente, eminentemente simbólica, que dirige una cruzada de ayuda de alto perfil al continente madre.
Pero este (seudo) instinto altruista de regresarle a África lo que le hemos, como cultura, usurpado, y este deseo de sanar sus heridas abiertas (que nosotros mismos no solo hemos provocado: seguimos destazando) es en buen medida un engaño, un mecanismo de defensa que proyecta nuestra psique para que no veamos lo que yace en nuestra sombra. Ayudar a los niños en África es lo que nos impide ver que somos nosotros los que los hemos herido en un principio y que antes que ayudarlos —una forma también de invasión— deberíamios simplemente de dejar de lastimarlos.
Es esta la tela de irrealidad —el maia— que se coloca sobre nuestra percepción cuando vemos a Madonna cargando a un niño africano famélico en la TV o a Bill Gates ofreciendo 5 millones de vacunas —para enfermedades que el hombre occidental trajo al continente. Olvidamos que estos son solamente paliativos, aunque en su gran mayoria como actos individuales bien intencionados, que difuminan la cuestión de fondo, que es que sistmáticamente nuestro estilo de vida, por siglos, se ha sustentando en la explotación y colonización de los (“ignorantes”) habitantes de África (que debemos salvar) —de alguna manera que Kim Kardashian haga ayuda humanitaria en Botswana es una cortina de humo para que Royal Dutch Shell siga saqueando el petróleo de Nigeria. Un estilo de vida —que alimenta a un sistema económico de consumo salvaje— que solamente es posible por la existencia de las celebridades que mucho más que embajadores de la justica, democracia, compasión y demás, son embajadores de un estado de conciencia (una narcosis narcisista, en términos de Mcluhan) que permite que no hagamos nada para verdaderamente detener la permanente violación a la que sometemos a la población africana.
En el estupor de lo mediático, no podemos ver que más que donar 5 dólares a la fundación de Angelina Jolie, podría ser más provechoso —a largo plazo— dejar de gastar esos 5 dólares y no ver las películas de Angelina Jolie que expanden, a la manera de un colonialismo cultural, los valores, modos vivenciales y paradigmas que, a fin de cuentas, permiten a las grandes corporaciones seguir explotando los recursos de continentes lejanos y enajenando a sus habitantes (y a nosotros mismos). Esto si se quiere ser activo, por otro lado siempre está la opción de intentar dejar en paz a los demás, algo que generalmente se consigue no inmiscuyéndose en asuntos en los que no se nos requiere —especialmente no antes de involucrarnos y servir a la gente que tenemos frente a nosotros (no en el televisor).
Todo esto a colación del documental viral Kony 2012 en el que la visión occidental trastocó hasta la conmoción emocional activista un conflicto local, que más allá de su sangrienta naturaleza, vuelve a ser una apropiación de África y lo que sucede en sus diversos países —los cuales quizás no deberíamos de agrupar, pero para fines prácticos de este artículo nos mantendremos en el cliché Esta apropiación, descontextualización e invasión por parte de la mirada occidental (que impone su visión del mundo), puede entenderse al ver la reacción negativa que tuvieron los ugandeses al ver Kony 2012 , de franca molestia pero con los realizadores. Como dijera el novelista afroamericano Taju Cole en su análisis de Kony 2012: ”El salvador blanco apoya políticas brutales en la mañana, funda beneficencias en la tarde y recibe premios en la noche […] la banalidad del mal se transmuta en la banalidad de la sentimentalidad. El mundo no es más que un problema a ser solucionado por el entusiasmo […] un mundo que existe ‘simplemente para satisfacer las necesidades —incluyendo, mayormente, las necesidades sentimentales— de las personas blancas y de Oprah”. La filantropía está colmada de frivolidad.
El sitio Mother Jones, que desde hace unas semanas no puede accederse más que vía caché, publicó un divertido mapa interactivo de la presencia de las celebridades en África e hizo, en una investigación del periodista David Gilber, un notable timeline del altruismo pop en este continente (infausto en nuestra mente).
Podemos observar un recurrente patrón discursivo en las celebridades que se transforman al “regresar” a África:
“Mi vida cambió, realmente, ahí”.
—Bono
“Totalmente cambió mi vida.”
—Alicia Keys
“Ha cambiado mi vida.”
—Michelle Wright, cantante country.
“Este viaje ha cambiado parte de mi vida.”
—Reggie Bush
“Una de esas cosas tipo que cambian tu vida”.
—Simon Cowell de American Idol
“Verdaderamente fue una experiencia que cambió mi vida” .
— Mischa Barton, The OC‘
”Realmente fue un aventura que cambia tu vida”.
-Selena Gomez, estrella de Disney
No es por dudar del poder transformador de África, pero resulta fascinante que su magia haga que todas las celebridades, en su conciencia transmutada, repitan el lugar común, como siguiendo un guión.
Bono, el embajador máximo de los derechos de África, se convirtió, en sus propias palabras, “en lo peor de todo: un rockstar con una causa”, pero es que al parecer África ejerece una irresistible y magnética conversión —especialmente si eres una figura pública. El bueno de Bono, cuya marca de ropa lanzada para fomentar el valor del “Made in Africa” está hecha en China.
Este tipo de conducta bipolares —o farsantes— pueden observarse en numerosas celebridades. El presidente rockstar, Bill Clinton, encubrió información sobre el genocidio que se estaba llevando a cabo en Ruanda en 1994, lo que no impidió que años después se convirtiera en uno de los activistas más vocales en pro de África.
David Gilson recoge una frase que captura la esencia del fenómeno de merchandising humanitario: “Como explica la publicista de Madonna, ‘Ella se está enfocando en Malawi. Sudáfrica es territorio de Oprah”.
¿Salvarán al mundo las celebridades? ¿George Clooney, quien fue a la cárcel “sin dejar de verse guapo”, por Sudán? ¿O la entidad conocida como Brangelina, cuya implacable conciencia social tiene un entourage de tantos niños de nacionalidades exóticas como de confabulados paparazzis? ¿Adoptarán al mesías?
El hombre blanco regresa a salvar el día al final de la película (¿y no es el atruismo pop una película del género del documental falso?). La cultura occidental ofrece la salvación —de una condena que ella misma sentenció— enviando a sus mesías (celebridades) que en realidad son evangelistas —que se deifican obrando el milagro de la ayuda desinteresada, aboliendo su ego ante las cámaras. Entregan una salvación a través de la imagen, del ícono. Una emancipación de la miseria y de la abyección, pero que solo admite una vía: la conversión. Integrarse para perpetuar el estilo de vida y los hábitos de consumo que en un principio provocaron esa imperiosa necesidad de liberarse.
Según Zizek, en este video sobre la filantropía (primero como tragedia, luego como farsa):
El peor dueño de esclavos es el que era amable con sus esclavos, ya que impedía que se dieran cuenta de los horrores del sistema e impedía que fueran entendidos por aquellos que lo contemplaban.
Pero somos también nosotros, los que miramos las pantallas, los que caemos en el hechizo de “la amabilidad” y no notamos que somos esclavos de un sistema que ha creado la convincente fantasía de que el dinero y la posesión —y poder ver a personas liberando a otras personas en una pantalla— es lo que confiere libertad.
Por Aleph de Pourtales