LGE: días tristes de eterna transición

Vivimos días tristes, de pena, rabia y lágrimas


Autor: Sebastian Saá

Vivimos días tristes, de pena, rabia y lágrimas. Como aquellos tristes días en que tras reclamar que devolvieran al general, se le embalsamó en honores, perdón y justicia “a la chilena”. Sentimos la vergüenza de la aprobación de una Ley General de “sostenedores y fundos educativos” en el siglo XXI; que pretende sepultar, con acuerdos cupulares, las ansias de futuro de los adolescentes, jóvenes, profesores y familias que, creyendo en la realidad de la promesa de una “democracia más ciudadana y participativa”, manifestamos, con movilizaciones, argumentos y emoción, nuestros mejores deseos de una educación pública de calidad para todos; hace ya tres años. Y ahora, despertamos a la cruda realidad de una Ley que asegura más educación de mercado, estándares y segregación.
En medio del inicio de un nuevo ciclo de más promesas de “océanos azules”, cielo estrellado y cordillera nevada, asistimos estupefactos al espectáculo de la aprobación de la LGE que impone la minoría de derecha, bajo la apariencia de acuerdo y gracias al uso del mecanismo del voto de mayoría cualificada —  derecho de veto antidemocrático que impide cambiar leyes ilegítimas impuestas por la dictadura, si no son del “criterio” de los guardianes de su legado –. Se aprueba en unas cámaras legislativas presididas por esos mismos herederos de la otra época, con ministros que reiteradamente descalifican las opiniones y sustituyen las tareas de los parlamentarios electos, y de políticos que se auto silencian para, supuestamente, no poner en riesgo la gobernabilidad y estabilidad social. Cuando esa misma gobernabilidad y estabilidad está en proceso de destrucción por el impacto de la crisis económica producida por la “codicia y la irresponsabilidad” de los vampiros económicos que prometen “cambios de retorno hacia el pasado”.
Es triste para un país sentir que, tal vez, no puede vislumbrar esperanzas de futuro. Que, quizás, no puede confiar en sus parlamentarios, políticos y autoridades. Es especialmente penoso para los jóvenes. Pero quizás, tal vez, sea sólo el principio de un nuevo comienzo. Más lento, pero más cierto. De una esperanza fundada más en la propia acción y movilización que en representantes de otros y sus intereses. Todo está por hacer, por rehacerse de nuevo: un nuevo Chile, de todos. Convoquémonos a un nuevo proceso constituyente en el Bicentenario. Confiemos en nuestra razón y nuestra fuerza. Somos mayoría y lo saben, lo sabemos. Y es el momento más débil de los que impusieron este modelo. No pueden mostrar fortalezas ni evidencias: ni en lo económico – sus recetas han llevado a esta diabólica crisis -, ni en lo político – el Estado se ha demostrado parte de la solución y el mercado el causante del problema -, ni en lo cultural-ideológico – el individualismo y la competencia nos han impedido defender nuestros derechos -.
¿Qué esperamos?: “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Transformemos nuestra tristeza en serenidad y fortaleza, nuestra pena en capacidad de amistad y organización, nuestra  rabia en determinación y compromiso, y las lágrimas en alegría de ser muchos, mayoría. La mayoría que abrirá “las grandes alamedas por donde pasa el hombre libre, para construir una sociedad mejor”, y una educación pública de calidad para todas y todos los hijos de Chile.
por Jesús Redondo

Director OPECH


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