El decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) representa al Estado como una suculenta teta de la cual mama su competencia. Así lo describe en una nota del diario “La Tercera” del 17 de enero.
Leonidas Montes dirige una de las privadas consideradas “top” porque su sede está ubicada arriba de los 1.000 metros sobre Santiago. Ostenta adicionalmente una impresionante cuelga de títulos académicos obtenidos en el país y el extranjero. Parecen una pérdida de tiempo puesto que sigue repitiendo el mismo lugar común vulgar que viene escuchando desde su más tierna infancia en el comedor de su casa. Es posible que su mamá no diera permiso para hablar de tetas en la mesa, eso sí.
Hace poco, firmó una carta con otros 30 “destacados economistas” en la cual ponían el grito en el cielo porque el gobierno apoyó a la industria del salmón, a los pequeños mineros y a la industria de la construcción. Denunciaban la “captura del Estado” sin tetas de por medio. Asustados, afirmaban que ello ponía en juego “nuestro modelo de desarrollo económico,” como reitera ahora volviendo sobre esos casos.
Por cierto que tan destacados economistas nunca han dicho ni pío respecto de la verdadera captura del Estado por parte del sector social que se ha apoderado de recursos naturales, empresas y cotizaciones previsionales, entre muchas otras cosas que pertenecen a todos los chilenos. Hacen uso y abuso de las políticas públicas en su propio beneficio privado con grave perjuicio para el desarrollo del país y el bienestar de la abrumadora mayoría.
Sin embargo, su objetivo en esta ocasión son los que considera su principal competencia: las universidades públicas. Sus rectores están exigiendo al Estado que financie al menos la mitad de su presupuesto, que hoy no cubre ni en la quinta parte.
El decano de las tetas no es muy prolijo con los números. Afirma que el gasto público en educación superior en el presupuesto 2009 alcanza a 750 millones de dólares, lo cual según él equivale al 0,7% del PIB. Si la primera cifra es correcta resulta para llorar puesto que no llega ni al 0,4% del PIB, en circunstancias que los países desarrollados y emergentes como Corea destinan más del 2% del PIB a este ítem.
Antes del golpe militar en Chile, el gasto público en educación superior correspondía al 0,9% del PIB y el gasto por alumno en ese nivel era más del doble del actual, expresado en moneda de hoy. El gasto público en educación en todos los niveles alcanzaba entonces a cerca del 7% del PIB, en circunstancias que actualmente no llega ni a la mitad de ese porcentaje.
Prácticamente todo el presupuesto estaba destinado entonces al sistema público, en cambio ahora reclama porque todavía la mitad del reducido gasto público en educación superior llega a las universidades del Consejo de Rectores, la mitad de las cuales son semi-públicas, como la Católica o la de Concepción.
Para demostrar su ineficiencia tira al voleo otro número, afirmando que la Universidad de Chile tiene 23 veces más funcionarios administrativos que la UAI, en circunstancias que sólo tiene 4 veces más alumnos. Por cierto que no cuenta al personal de los numerosos servicios externos que él subcontrata. Tampoco dice que la U mantiene una planta funcionaria que en parte significativa no puede jubilar porque sus pensiones privatizadas resultan menos de la tercera parte que las que recibieron aquellos pocos colegas suyos que lograron permanecer en el sistema de previsión público. Menos dice y probablemente no sabe, que buena parte de esa planta se mantiene desde los tiempos anteriores al golpe, cuando la U tenía 60.000 alumnos en circunstancias que hoy día tiene poco más de 25.000.
En eso ha consistido la “revolución de las universidades privadas” de la cual se ufana: en el desmantelamiento brutal del sistema de universidades públicas, las cuales se mantienen a duras penas sólo gracias al verdadero heroísmo con que sus comunidades las han defendido con dientes y muelas de las sucesivas arremetidas de personajes como éste.
Los colegios y liceos públicos, por su parte, han reducido su matrícula anterior al golpe en más de un millón de alumnos, en circunstancias que la población ha crecido en más de seis millones. En ese entonces 30 de cada cien chilenos estudiaban en el sistema público en todos sus niveles, sin pagar un peso. Hoy día, sólo 27 de cada cien estudian tanto en el sistema público como el privado y sus familias deben sacar de su bolsillo la mitad del costo.
Esta irracional reducción del esfuerzo en educación no se aprecia porque el mismo tiempo ha disminuido la proporción de la población en edad escolar, lo que ha permitido aumentar la cobertura. Sin embargo, nos hemos quedado muy atrás en el nivel terciario, incluso respecto a nuestros vecinos Argentina y Uruguay y para que decir de Corea donde la cobertura en ese nivel alcanza al 98%.
Es lo que hubiésemos alcanzado si personajes con la mentalidad del decano de las tetas no hubiesen capturado al Estado desde el golpe militar hasta el día de hoy.
El daño inferido es inconmensurable. Chile es el único país que sin experimentar guerras civiles o invasiones ha desmantelado su sistema educacional público construido a lo largo de medio siglo por gobiernos de todos los colores.
Como resultado de ello, se ha destruido en buena parte la base sobre la cual descansa el progreso científico y tecnológico en todos los países desarrollados y emergentes: una masa considerable de personas muy calificadas dedicadas de por vida al quehacer propio de las universidades. Para asegurarlo, todos los países los incorporan de una u otra manera al servicio público. De este modo, más del 90% de los alumnos en los países desarrollados estudia en universidades y otras instituciones de educación superior públicas las cuales son financiadas en más de un 90% por el Estado.
Eso es, ni más ni menos, lo que tenemos que reconstruir en Chile. Es la tarea que tenemos por delante tras décadas de desmantelamiento inspirado en la mentalidad de un sector social que habita la “cota mil” y piensa como el decano de las tetas.
A propósito, hace algún tiempo uno de sus más destacados representantes, demostrando una capacidad crítica digna del mayor respeto, declaró que el principal problema de este país era que este privilegiado grupo “no quiere aflojar la teta.” Estamos completamente de acuerdo.
Manuel Riesco
Economista CENDA
http://mriesco-crisis.blogspot.com/