El cerebro, esa extraña masa de un kilo y medio en promedio, encerrada en nuestro cráneo es el órgano que dirige a todos los demás del cuerpo humano y es además el que procesa los estímulos, experiencias y pensamientos que definen quienes somos. Hasta el siglo pasado no se conocía mucho sobre su funcionamiento. El gran avance se produjo cuando se logró observar al cerebro vivo trabajando, desde entonces muchísimas investigaciones se han sucedido para conformar la Neurociencia, y este conocimiento está pasando a las escuelas para reformular la Educación.
Los estudios a gran escala del cerebro comenzaron en la década de 1990. Gracias a avances tecnológicos no invasivos como la resonancia magnética o la tomografía computarizada, que permitieron ver las conexiones cerebrales en tiempo real y cómo reacciona el cerebro a diferentes estímulos, pudimos saber, por ejemplo, que cuando meditamos o escuchamos música, el cerebro “se enciende” completamente, o cuáles son las áreas que se activan cuando nos asombramos, tenemos miedo, tomamos decisiones o nos enamoramos. Además comenzaron a aumentar las enfermedades relacionadas con el Sistema Nervioso, degenerativas, congénitas, traumáticas o vasculares, lo que llevó al despegue definitivo de la Neurociencia como una de las áreas de mayor crecimiento de las disciplinas científicas.
La Neurosicoeducación o Neuroeducación, nace como un esfuerzo de sistematizar y llevar al ámbito de la Educación los nuevos conocimientos en Neurociencia para mejorar la calidad de vida de las personas, especialmente de los niños y niñas, considerando la importancia del aprendizaje y que éste es un proceso continuo desde el nacimiento hasta la muerte. Esta disciplina considera que el ser humano está dirigido por la Unidad Cuerpo Cerebro Mente, UCCM, a la que se agrega la relación con el Medio Ambiente.
Lucrecia Prat es una reconocida Neurosicoeducadora argentina, profesora de inglés, historia y literatura inglesa, cofundó el Colegio Río de la Plata donde comenzó a poner en práctica la educación basada en la Neurociencia. Lleva muchos años dictando conferencias sobre el tema en español e inglés y estuvo en Concepción a fines de mayo de 2015 como parte del Seminario “Neurociencia al servicio del aprendizaje” organizado por la Universidad Andrés Bello, al que asistieron más de 300 docentes y estudiantes de pedagogía.
Cerebro de 150 mil años
“El cerebro del Homo sapiens sapiens se terminó de formar hace unos 150.000 años y no ha cambiado mucho desde entonces, nuestra vida sí lo hizo y tremendamente desde la sabana africana hasta las ciudades actuales. Se terminó de armar y cablear en la escasez, era un cerebro moldeado para poco estímulo. Ahora vivimos con muchísimos más estímulos y estrés, por lo que el alumno tiene miles de otras cosas en qué pensar en vez de la clase de matemáticas”, describe Lucrecia Prat.
El objetivo fundamental del cerebro es garantizar la supervivencia de su poseedor, privilegia el ahorro energético y la economía en su funcionamiento, por eso es más fácil reaccionar que pensar. El hecho que el ser humano se haya desarrollado en un medio pobre de recursos y con peligros ambientales, hace que cuando pasa por situaciones de gran estrés este órgano ponga en acción sus áreas más primitivas y se prepare para la supervivencia usando alguna de las estrategias instintivas: huir, atacar o paralizarse, para luego volver a relajarse. Hoy estas reacciones son las mismas, aunque las causas del estrés ya no impliquen supervivencia, por eso el cerebro no puede pensar con claridad en períodos de estrés, y por eso el estrés crónico nos enferma, porque somos incapaces de volver a la homeostasis, que es el equilibrio interno del organismo.
El cerebro de arriba y el cerebro de abajo
El Sistema Nervioso está compuesto por los sistemas instintivo, emocional y reflexivo o de los lóbulos prefrontales. “Yo les explico a los niños más chiquitos que es como si tuviéramos un cerebro de abajo y un cerebro de arriba, y en general funciona de abajo hacia arriba”, ejemplifica la docente, es decir, primero se activan los instintos y las emociones y luego el pensamiento.
El cerebro de “abajo” está dominado por el sistema simpático, la amígdala, que procesa las emociones, especialmente el miedo y la rabia, y cuando se activa o estresa tarda entre 30 y 90 minutos en apagarse. Entre las funciones principales de los instintos están el control de funciones vitales (respiración, frecuencia cardíaca, presión arterial, entre otras), la delimitación y defensa de un territorio, la sexualidad, determinación de la jerarquía social. En cuanto a la red emocional, ésta maneja el instinto parental, las emociones, curiosidad, juego, entre otras conductas.
El cerebro de “arriba” está controlado por el sistema parasimpático. Las funciones cognitivas son las que realizan los lóbulos prefrontales izquierdo y derecho; entre ellas están la atención sostenida y selectiva, lenguaje, memoria, creatividad, razonamiento lógico. Sobre el buen funcionamiento de éstas se apoyan las funciones ejecutivas, que son más complejas: planificación a largo plazo, perseverancia, prever problemas, resolución de conflictos, retardo de la gratificación, vetar impulsos emocionales, empatía, ética y altruismo.
Las emociones y los instintos se activan en 125 milisegundos y producen los cambios corporales necesarios para iniciar conductas instintivas, en cambio los lóbulos prefrontales se activan en 500 milisegundos, por eso los comportamientos humanos son inconscientes por lo menos durante los primeros milisegundos, después pueden actuar los lóbulos prefrontales y detener o permitir las conductas. Por eso para “despertar” al cerebro de “arriba”, se necesita primero controlar al de “abajo”, y esto se logra proporcionándole alimentación, seguridad y manteniendo moderadas las emociones, recién ahí el cerebro está listo para realizar funciones cognitivas y ejecutivas.
Neuronas espejo, la base biológica de la empatía
Descubiertas entre los años 1980 y 1990 en Italia, por un grupo de investigadore que estudiaban macacos, estas neuronas se activan cuando un observador ve realizar una actividad a otra persona o animal, en el caso de primates o aves donde también se han encontrado. En el ser humano están ubicadas en el área del Broca (o centro del lenguaje articulado, en la parte posterior de la circunvolución frontal inferior del lóbulo frontal), y en la corteza parietal y tienen un rol relevante en capacidades cognitivas relacionadas con funciones sociales como la empatía y la imitación. Gracias a estas neuronas somos capaces de imitar conductas básicas como sonreír o bostezar y también más elaboradas como la generosidad o la colaboración, pero además podemos imitar conductas violentas o peligrosas.
“Todos los niños a partir del año de edad tienen desarrollado su pequeño grupo de neuronas espejo, que hacen que puedan relacionarse con nosotros biológicamente” señala Prat, “esto es importante porque quien sea yo, se contagia. Si como profesor llego a la sala con la energía baja sin ánimo, la clase estará igual, pero si llegamos con entusiasmo terminamos contagiando a personas que aparentemente nada les interesa; son los docentes los que determinan el clima del aula.”
Educación sin amenazas ni estrés para usar mejor el cerebro
“El sistema educativo, como lo tenemos armado en Chile o Argentina, es del siglo XIX, los docentes y directivos en general son del siglo XX, y nuestros alumnos son del siglo XXI, entonces, cómo no va a haber brechas” manifiesta Lucrecia Prat. En el siglo pasado se necesitaban personas para mantener la línea de ensamblaje y que siguieran órdenes, los creativos no eran muy necesarios, en la actualidad, debido a la gran cantidad de estímulos, las características de los niños y niñas han cambiado, ellos tienen períodos de atención cortos, son preferentemente visuales y esperan gratificación inmediata.
“Hay que construir un ambiente emocional que sea positivo, porque de las emociones depende el aprendizaje y acceder al nivel intelectual de mi cerebro, que es donde puedo tomar decisiones”, explica la docente, el ideal de un buen ambiente para el aprendizaje es de una alerta relajada, que implica baja amenaza y alto desafío. Generar clases participativas y de ciclos cortos, con instrucciones directas para luego aplicar lo aprendido, utilizar recursos gráficos como imágenes o videos y buscar la retroalimentación inmediata con los escolares.
Necesitamos transformar nuestros modelos educativos si queremos lograr cambios personales y sociales, esto se logra considerando a los estudiantes como personas integrales, tomando en cuenta las diferentes formas en que cada uno aprende, generando espacios positivos de aprendizaje y capacitando permanentemente a profesores y directivos. El potencial de crear nuevas redes neuronales y por lo tanto de aprender, está presente hasta el último día de la vida, la plasticidad del cerebro significa que con cada experiencia éste cambia, por lo que es posible modelarlo y aprender a usar mejor la parte de “arriba” del cerebro, que es donde están latentes nuestras mejores conductas humanas.
Fuentes:
Lucrecia Prat, Neurosicoeducadora argentina
Asociación Educar: www.asociacioneducar.com
“Inteligencia Emocional”, Daniel Goleman, Editorial Kairós, Barcelona, 1996