Rapa Nui -o Isla de Pascua para los occidentales- es un lugar desconocido para la mayoría. Y, paradojalmente, quizás más desconocido en Chile que en el extranjero. Pero si quisiéramos ser más exactos, diríamos que, debido a la proyección que se tiene de ella como “paraíso terrenal”, Rapa Nui es uno de los lugares más caricaturizados y mistificados por la industria mediática y turística occidental.
Su mitología, su cultura ancestral, sus misterios, generaron la rápida irrupción del turismo desde los ’60, amenazando, definitivamente, el ya desgastado patrimonio material y ecológico. La globalización, por su parte, puso en crisis la identidad de los isleños como nunca antes, atrapados entre una nacionalidad que los determina en la administración de su patrimonio y unas tradiciones polinésicas que muy bien han quedado registradas en postales.
Producido en abril de 2009, el documental “¡Hay Mana! Entre la modernidad y la tradición Rapa Nui”, dirigido por Wladimir Rupcich, intenta indagar en esta tensión a través del encuentro entre un abuelo, Lázaro Hotus, y su nieto, Juan Haoa (“Canco”) -ambos en la fotografía-, es decir, a través de la memoria y la tradición oral.
El abuelo Hotus recuerda su participación en la expedición del científico noruego Thor Heyerdhal (o Kontiki, como lo llamaban los isleños), durante los años 1955–56, expedición que para algunos “isleños” aparecidos en el documental marca el inicio de la edad moderna de Rapa Nui, al haber mostrado al mundo, a través de sus trabajos audiovisuales, el paisaje y la cultura del lugar, propiciando la avalancha turística que desde aquel entonces se ha transformado en el principal sustento de sus habitantes.
El documental, una coproducción chileno-noruega, nació, según comenta Raúl Domenech, antropólogo y director de la investigación, por variadas coincidencias que lo acercaron a los personajes y a su historia, hasta que se hizo evidente que “había Mana”.
El Mana es un concepto rapanui que ha variado en el tiempo, pero esencialmente es una “energía, generada históricamente, desde los Moai (dioses-antepasados). Ellos la transmitían. Es una energía que los rapanui llevan y traspasan. Cuando hay un buen momento acá (me apunta a los viejos del bar donde estamos), por ejemplo, ahí hay Mana”, explica el antropólogo. Por eso, el título de la película, mitad castellano, mitad rapanui, caracteriza la energía que hubo en el encuentro de las tres culturas que dan vida a esta historia.
“Hay Mana” revela como la cordial relación que se estableció entre Heyerdahl y los isleños que trabajaron para él, como mano de obra para levantar los Moai, fueron claves para que lograse la información necesaria para reproducir la construcción, el traslado y el levantamiento de estas estatuas. Asimismo, éstos comercializaron con la tripulación noruega pequeñas esculturas de piedras, que representaban las deidades ancestrales de la mitología Rapanui. Muchas fueron compradas por los extranjeros como objetos arqueológicos, cuando lo cierto era que habían sido construidas por esos mismos trabajadores en su tiempo libre. Para Domenech, la explicación a esta conducta se debe, principalmente, porque a la llegada de la expedición, la población Rapanui se encontraba en una situación de pobreza, “un momento histórico post traumático para la mayoría de la comunidad”.
Según los registros, la sociedad profundamente clasista de la época del levantamiento de los Moai (años 800-900), generó guerras tribales genocidas que fueron devastando la isla. Los Moai empezaron a caer. Como símbolos-deidades tribales que son, su derrumbe es una forma de aplastar al otro, tal como ocurrió en América con las iglesias católicas sobre los viejos templos mayas o aztecas. La sobre-población y el abandono del trabajo comunitario sobre la tierra provocó hambre, muerte y el rápido descenso de la población.
Ya en 1800, el nuevo ceremonial, Tangata manu, vino a replantear políticamente la vida en Rapa Nui. “El vuelo del hombre pájaro” fue una competencia entre las tribus que se realizaba en junio: Quien llegaba primero con el huevo de Manu tara (el gaviotín pascuense) gobernaba por un año.
Pero luego vendrían los intereses económicos de la explotación capitalista que, desde la segunda mitad de ese siglo, sacarían ingente cantidad de mano de obra esclava para llevarla a trabajar al guano en Perú, y que, luego, ocuparían Rapa Nui mediante 70 mil cabezas de ganado ovino, propiedad de capitales norteamericanos. Esta industria se instalará por 50 años en Rapa Nui, prohibiendo a los isleños todas sus actividades, salvo el trabajo asalariado, impactando la demografía y el ecosistema hasta la actualidad.
En el documental “Hay Mana”, sin embargo, los efectos de la expedición rememorada son el punto de partida de una reflexión que no queda zanjada en la película: El enfrentamiento entre la cultura tradicional rapanui y las exigencias y problemas que acarrea el moderno turismo, convertido en fuente de ingresos primordiales.
Sobre esto conversamos con el antropólogo Raúl Domenech, quien dirigió la investigación en terreno del documental.
–Tú señalas que Rapa Nui carga con una historia de explotación…
-Sí, en Rapa Nui pesa la historia de la explotación, pero no hay que victimizar, como lo hace Galeano en Las Venas abiertas de América Latina, porque el Inca, los mayas, también sometieron a otros pueblos y mataron.
La diferencia es que acá fueron los mismos pascuenses quienes se enfrentaron unos a otros. Esto puede ubicarse dentro del concepto estructural que señala que todas las culturas han tenido una lucha de clases, una diferenciación entre explotadores y explotados. Pero eso no significa que nosotros nos planteemos frente a esta dualidad como algo normal.
Tenemos que aprender de la historia, sobretodo en la isla, donde yo considero que eso no ocurre.
–¿Por qué?
-La industria turística ya floreció, está entrando una cantidad enorme de automóviles, hay más basura, la gente ha dejado de cultivar y pescar para dejar su tierra para construir cabañas y recibir turistas. Lo que yo siento es que la historia pesa, pero no se aprende. Si ya no fue viable vivir así, explotando hombres y la naturaleza una vez, por qué va a serlo ahora y en este contexto neoliberal. En el fondo, el documental trata de dar cuenta de eso.
–En ese sentido, es interesante lo que dice en el documental la joven Merahi Merino, sobre lo difícil de cambiar esa visión cuantitativa de los pascuenses más antiguos, interesados sólo en la cantidad de turistas e ingresos…
-Luego del retiro de la ovejera llega Heyerdahl. Escribe un libro y hace un documental. Difunde la isla al mundo. Y lógicamente, ahí empieza el turismo. Esa generación a la que se refiere la joven es la generación de los hijos de los que trabajaron con Heyerdahl (en la fotografía con Lázaro). Ellos agarraron la plata que entró. Él pagaba con ropa, cigarrillos, con comida, empezaron a ponerse jeans, a vestirse con ropa occidental. Heyerdahl, entonces, vino a borrar ese triste pasado de la isla.
–¿Por eso es difícil cortar de raíz con la idea de que la única opción de vida en Rapa Nui es el turismo?
-Claro, es la opción dentro de la mercantilización del patrimonio, pero si lo vemos desde la sustentabilidad, hay otras formas, como la agricultura y la pesca. Pero cuando se ve que en uno o dos días se gana un millón por arrendar unas cabañas es muy difícil arriesgarse en otra actividad.
Hay mucha gente que se va a la isla con un auto a trabajarlo como taxi. ¡La isla está llena de taxis y autos, en unos caminos pésimos! El boom turístico no resuelve los problemas de necesidades básicas. Hay acumulación de la riqueza y consumo, pero la vida comunitaria se segrega. Han aparecido monopolios: hay un compadre que tiene una empresa de arriendo de autos que tiene más de 500 autos, otro que está empezando a monopolizar todos los hoteles de la isla, a través de compras, asociaciones, préstamos con hipotecas. Muchas veces los mismos cabros que se vienen a estudiar al continente después regresan a la isla a hacer negocios. Por eso te digo que la historia se carga, pero no pesa, no lleva a pensar y a no cometer los mismos errores.
“LA LUCHA DE LOS RAPA NUI DEBE SER TAMBIÉN CONTRA LA ‘FARANDULIZACIÓN’ DE LA CULTURA Y LOS ESTEREOTIPOS»
–Otro de los temas que toca “¡Hay Mana!” es el tema de la repatriación de elementos arqueológicos…
Así es. Hay un ícono, que es el Moai Hoaka Nana. Construido en la época del Manu Tara, se instala en Orongo, lugar donde se hace el ritual del “hombre pájaro”. Este Moai tiene la particularidad que en su espalda está tallada la historia de la isla, desde las guerras tribales hasta el nuevo ritual del Manu Tara. Hoy ese Moai está en el Museo de Londres y es una de sus principales atracciones.
Ahí hay dos discursos: uno que dice que a través de este Moai la gente en el extranjero conoce la isla (y la visita) y otra que ve el hecho como un saqueo y consideran que el Moai debe ser repatriado. Pero esta postura más radical es incipiente.
–¿Qué hay respecto a la política del Estado chileno con la isla?
Es efectiva en segregar e impedir la formación de un discurso colectivo, porque para un gobierno de turno es mucho mejor tenerlos separados y mercantilizar su patrimonio, que se deje una economía de subsistencia para pasar a una de excedente.
Uno de los principales errores, que viene desde la Unidad Popular, es tratar de proletarizar al indígena. Hoy, en vez de proletarizarlos, se trata de capitalizarlos, pero no se comprende que hay que “rapanuizarse” y no al revés.
En los ‘80, la dictadura cortó la lengua rapanui en los colegios, toda esa generación no tuvo esa enseñanza, la cual fue recuperada muchos años después con la política intercultural bilingüe.
Pero desde que Policarpo Toro anexa la isla al territorio chileno en 1888, y se da paso a la industria ovejera, el Estado chileno ha visto la isla sólo como fuente de materias primas, sólo desde la explotación de sus recursos, como en la Araucanía.
Finalmente, hay una relación de amor-odio con Chile. Amor, frente a lo que implica la entrada del capitalismo neoliberal en los años 80 y sus beneficios económicos; y odio, porque no se sienten chilenos, sino polinésicos, superiores a los continentales, pero están bajo su soberanía.
–¿Cómo se ha dado el proceso de identidad en la comunidad en medio de la avalancha extranjera?
-Hace poco hubo una votación en la isla para llevarse unos Moai a Francia, a pedido de la empresa Louis Vuitton (multinacional de carteras y bolsos de lujo) para pasearlo y difundir la isla. El 98% votó que no. Eso es un indicio de una cultura apropiada. Todavía de alguna manera ellos están apropiados de su patrimonio, pero eso corre riesgo de desaparecer.
Lo interesante son estos cabros jóvenes que lo están visualizando. Pero no tienen las herramientas suficientes para plantear un proyecto de autonomía, de decisión sobre el patrimonio que sea sustentable y que de alguna manera sea precursor y motive al resto de la población.
–Y para esta posición más radical, que problematiza el tema del patrimonio en la isla, ¿Cuáles son las salidas a las que se aspira? ¿Un turismo “sustentable”, un “rechazo al turismo”?
-La idea, al menos del “Canco”, es que cada familia, cada territorio, cada Ahu (plataformas ceremoniales de los Moai), administre su espacio y patrimonio, no la Conaf ni la Dibam ni instituciones internacionales. En Rapa Nui, cuando hablamos de “comunitario” hablamos de algo familiar, los espacios territoriales están determinados por familia, hasta el día de hoy.
La idea, también, es abandonar el turismo elitista de hoy, enfocado sólo a los europeos.
–Lo complejo de la situación actual, es que si dejamos que la comunidad experimente soluciones al tema administrativo y ecológico, tanto el mercado como la contaminación pueden ser más rápidos y voraces que la capacidad de la comunidad de organizarse, y por otro lado, ¿hasta qué punto tenemos derechos los extranjeros, ya sean chilenos o de cualquier lado, a inmiscuirnos, influenciar o ejercer presión sobre estas comunidades?
Externamente, yo no creo que haya una intervención directa. Lo que uno puede aportar es a través de la conciencia, a través de la entrega de estrategias y posiciones, para que logren aprender de su historia y no cometer los mismos errores que sus antepasados, en todo orden de cosas. Ideas para que su cultura no sea mercantilizada y “farandulizada” por la televisión como lo es ahora (con la venia de los mismos rapa), para que ese poder ancestral de sus antepasados les permita rayar la cancha a los extranjeros y decirles: “Oye, esta es mi tierra y hay que obedecer mis reglas”, para que esa ostentación de virilidad que hacen no sea sólo para la foto y no sea materia prima para el estereotipo del pascuense como símbolo sexual.
Desde afuera sólo nos queda dar cuenta de esta contradicción de su discurso: Alabar a sus ancestros, siendo que en su momento, se mataron entre ellos mismos; mostrar tanta fuerza a través de sus cuerpos pero en el fondo servir para occidente sólo de toppleros y cargadores de maleta. En este sentido, lo mejor es provocarlos, desde afuera. Sólo ellos pueden solucionar esa contradicción, y el documental apunta a eso.
Por Cristóbal Cornejo
El Ciudadano