La educación no puede ser asunto de mercaderes, ni de tecnócratas sino, fundamentalmente de la comunidad educativa profesores – directores, alumnos y apoderados y demás funcionarios de cada escuela y, sobre todo de la ciudadanía. La tentación del despotismo ilustrado es difícil de vencer para cualquier gobierno, así, desgraciadamente, la reforma en curso, emprendida por el ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, no escapa de este círculo vicioso.
A mi modo de ver, a la reforma impulsada por el actual gobierno le falta una dosis de voluntarismo y corazón, que es imprescindible en todo cambio, especialmente en educación. Uno de los grandes legados de la II república española, (1931-1936), tuvo su eje en las misiones pedagógicas y culturales que recorrieron, prácticamente, la mayoría de los pueblos de la España rural, y cada una de estas visitas significaba un verdadero acontecimiento en cada una de las aldeas y villorrios; lo más importante de esta forma de difundir la cultura y propagar la educación era el sentido moral y de participación que se dio a esta verdadera cruzada pedagógica – desafortunadamente, esta mística está ausente en la médula de la reforma del actual gobierno -.
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Con mucha razón, profesores y estudiantes desconfían de las promesas educacionales del gobierno de la Nueva Mayoría: no en vano el recuerdo de la traición de Michelle Bachelet, durante su primer gobierno, cuando intentó desactivar la rebelión de los “pingüinos”, valiéndose de “comisiones” inútiles, y que terminó en la desafortunada esce na de la ministra de Educación, Yasna Provoste, muy alegre y triunfalmente tomada con Carlos Larraín, presidente de RN.
Los estudiantes captan, mejor que nadie, que la presente reforma educacional está constituida más por titulares rimbombantes que por cambios de fondo que permitan, de una vez por todas, terminar con la educación de mercado y construir un verdadero Estado docente descentralizado. Cuesta descubrir en los textos de los proyectos presentados un verdadero cambio de paradigmas, término que suele emplear el ministro del ramo, pero que en la realidad se hace ininteligible mientras no se compruebe un verdadero cambio de rumbo.
Creo que es imprescindible, para entender a dónde va la famosa reforma, que se presenten, a la mayor brevedad, los proyectos de carrera docente y, sobre todo, el reforzamiento de la educación pública. Sin profesores dotadas de auténticas competencias docentes y, sobre todo, de una mística educativa, toda reforma educacional está condenada al fracaso; si se exige una educación de calidad es necesario que al profesor se le conceda el status de un líder social, que demanda una sólida formación de saberes y de ética, así como una remuneración equivalente o superior a la de cualquier otro profesional, sea médico, ingeniero, geólogo…
En la historia de Chile hay buenos ejemplos de docentes con verdadera vocación pedagógica y de servicio y de alta calidad académica – es el caso de Valentín Letelier, Abelardo Núñez, Alejandro Venegas, Enrique Molina, Claudio Matte, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Pedro Aguirre Cerda, y otros tantos que permanecen en el anonimato -. Pienso que los aportes de la lucha por el Estado docente debieran constituirse en la bandera de una verdadera refirma educativa. ¿Por qué no recuperar la mística de los profesores formados en las Escuelas Normales, que se erigieron en una verdadera cantera de dirigentes sociales – por ejemplo, Ricardo Fonseca, Luis Corbalán y otros -.
Con mucha razón, los profesores, al igual que los estudiantes, se sienten ajenos a una reforma educacional de la cual no han sido partícipes, pues siguen los viejos vicios tecnocráticos de querer imponer reformas de la cúpula a la base, y no en el sentido por el que debiera ser, es decir, gestarse desde el seno de la comunidad escolar, creando mística y sentido de misión.
Michelle Bachelet deberá elegir entre la continuación del “transar sin parar” o cumplir con su programa de gobierno, tal como lo ofreció a la ciudadanía. Mucho me temo que va a ceder ante el ataque oligárquico de poder que, en la medida que siente la pérdida de sus prebendas, se pone cada más violento – no olvidar que en su anterior período fue prisionera de tecnócratas, como Andrés Velasco, y de políticos reaccionarios, como Edmundo Pérez Yoma -.