Hace cuatro años que se les quemó la escuela rural y deben hacer clases en containers de emergencia. Este profesor cuenta qué hace para que los niños se diviertan y aprendan.
Mientras en Santiago todos están capturando Pokemones con sus smartphones, hay otros lugares donde la fiebre de los juegos de videos no llegó. Donde la distracción de los niños no es con una pantalla touch sino que con un martillo y un cincel. A 17 kilómetros de Quemchi, Chiloé, se encuentra la escuela rural Lliuco. Este establecimiento alberga a 140 alumnos de prekinder a octavo básico y están a la espera de poder cambiarse a un lugar definitivo luego de que su escuela se quemara hace cuatro años debido a una falla eléctrica. Las clases las hacen en containers de emergencia y los talleres en casitas construidas por los mismos apoderados de la escuela.
Heiner Heeren es uno de los profesores de enseñanza básica que tiene esta escuelita ubicada en las cercanías de la playa de Lliuco. Explica que hasta el lugar no ha llegado la tecnología y que aunque tienen alumnos que juegan Pokemon Go, no lo necesitan porque sus alumnos valoran otro tipo de actividades.
“Tenemos un taller de madera y los niños son felices ahí, porque los acerca a su propia identidad chilota”, cuenta Heeren.
El profesor explica que en el taller participan 17 alumnos y que realizan grabado en relieve en ciruelillo porque es una madera blanda y es mucho más fácil de manejar para los niños. “Usamos diferentes máquinas y se les explica en las primeras clases los riesgos y todos los cuidados que deben tener”.
Debido a que no tienen muchos instrumentos, ni maquinaria, ya que todo se quemó en el incendio, poco a poco han ido comprando implementos. Es por eso que participaron del concurso Dremelizate, donde esperan ganar 500 mil pesos y un set completo de Dremel.
Heeren sostiene que es difícil trabajar con pocos implementos, pero poco a poco se están armando. “Lo importante es que los niños puedan dejar plasmados en sus trabajos todo lo que les rodea, los animales y los paisajes”.