La proliferación de cámaras de vigilancia en las ciudades con el argumento del combate a la delincuencia se asume como un costo de la modernidad del que no hay salida. Pero tal situación no sólo es un mero registro de lo cotidiano, sino que implica transformaciones profundas en la manera de desenvolvernos y de comprender los espacios públicos.
Para aportar más miradas a este debate, El Ciudadano conversó con Jorge Contesse, profesor de derecho y director del Centro de Derechos Humanos de la Universidad Diego Portales; y con los integrantes del Grupo de Investigación en Educación y Poder-GIEP, Claudio Ibarra y César Pérez.
Si bien las cámaras de video vigilancia son justificadas por la reducción de la delincuencia en las ciudades ¿no se esta vulnerando el derecho a la privacidad con su puesta en los espacios públicos?
JC: El derecho a la privacidad, contrario a lo que podría pensarse, no está circunscrito al ámbito privado o íntimo, donde los demás no tienen libre acceso. Es posible ejercer el derecho a la privacidad también en lugares públicos, por lo cual las cámaras de seguridad ciertamente lesionan este derecho. Debe determinarse caso a caso qué debe prevalecer: si el combate contra la delincuencia por medio de cámaras o el derecho de las personas a decidir quiénes nos ven.
¿Establecen alguna relación entre el modelo de ciudad en que habitamos y la proliferación de cámaras de vigilancia?
CI & CP: El tejido urbano se articula a partir del diseño, delimitación, administración y gestión de sus centros. En este proceso de aplanamiento y administración del espacio, la función que vemos en el urbanismo es por una parte el de la gestión de la circulación de los cuerpos-mercancias por los centros que constituyen la ciudad, y por otra el encausamiento-captura de los cuerpos. Es desde esta perspectiva que pensamos que la construcción y diseño de las ciudades se corresponde con la creación de escenografías que organizan totalmente el espacio, buscando eliminar los elementos que puedan provocar la confusión, la espontaneidad, el desorden. Ahora bien, desde un tiempo a esta parte cada vez que levantamos la vista, en muchos de los espacios por los que circulamos, es habitual encontrarnos con cámaras de vigilancia que disponen nuestro actuar bajo una puesta en escena, una especie de teatro en donde nosotros participamos como actores acosados, este entramado seguritario podemos nombrarlo como el “espectáculo del asedio”.
¿Podrían precisar este concepto?
CI & CP: El espectáculo del asedio concibe cada espacio de acuerdo a una función determinada: las calles deben asegurar el tránsito de las mercancías y de las personas, las fábricas la producción, etc. en donde la gestualidad debe presentarse acorde a la función del espacio. De esta manera los no-lugares (entendidos como espacios de anonimato que reciben cada día a un número mayor de individuos) e incluso los hogares, se encuentran monitoreados, cuestión que media la gestualidad poniéndola bajo vigilancia, codificándola, confiscándola. Gestualidad en “búsqueda y captura” susceptible de ser sancionada, normada y castigada.
¿Qué derechos se estarían poniendo en entredicho con el uso por parte de los medios masivos de cámaras escondidas para denunciar pequeñas ilegalidades?
JC: Depende de la situación en particular, pero desde luego puede haber una afectación al derecho a la vida privada. Ahora, si se trata de una persecución penal, pueden existir razones que la justifiquen, pero ello no es claro cuando se trata simplemente de emisiones de televisión que buscan causar sensación. Es difícil sostener el principio de la presunción de inocencia cuando alguien es expuesto en público de esa manera.
¿Qué efectos conllevan estas tecnologías del registro cotidiano?
CI & CP: Las tecnologías de captura audiovisual se montan a partir de una doble ilusión. Por una parte la coincidencia del visor de la cámara con el ojo nos entrega a la ilusión de que lo capturado es real tanto o más que aquello que el ojo desnudo puede ver. Efectuada esta desantropologización de la mirada, la visibilización de la gestualidad por medio de la captura nos entrega una realidad mediada por el aparato, un modo de ver y de producir lo visto sujeto a leyes propias, un modo específico de producción de lo real. Esta mediación general del aparato como modo de captura y producción de lo real permitiría taxonomizar los gestos, poses, caracteres, actitudes, incluso personalidades.
También las cámaras escondidas son usadas por los medios de comunicación, sobre todo en la denuncia de pequeñas ilegalidades. La masificación de esto ¿qué efectos crees que genera en cuanto a nuestros comportamientos?
CI & CP: Sin duda es importante producir documentos y materiales que nos permitan elaborar juicios críticos sobre el accionar de unos u otros personajes de la vida pública (política, poderes económicos, policía y un gran etcétera) pero ¿cuál es el límite de la espectacularización de la vida?. La susceptibilidad de ser fotografiado meando en la calle, tal como un conductor se pasa una luz roja o un microtraficante entrega droga a un escolar, tanto como un mercedes benz subiendo a una niña en un puente del Mapocho o el robo hormiga a una multitienda como el asalto a un banco, un policía golpeando indiscriminadamente a una joven, un juez acudiendo a un prostíbulo, el pago de una coima o la paga por la información médica…..todas acciones que riñen con la norma o la ley, pero que en la medida que son capturadas y expuestas todos nos sentimos sujetos a la posibilidad de que en la más inesperada situación se nos revele lo real de lo real. El miedo, la introyección del miedo, la censura y la delación como acciones inmediatamente aparejadas con la susceptibilidad de ser capturados y expuestos a las visicitudes de los procesos judiciales o al juicio de la sociedad en general, pero la verdad y el acontecimiento de lo real mas bien flirtea, coquetea con la ilusión del aparato, es decir la cámara se esconde más como moneda de intercambio económico o político, la lógica del chantaje entre poderosos o de exposición de faltas irrelevantes que nos atemorizan en tanto nos reconocemos en ellas, pues los medios para capturar y exponer pública y masivamente un hecho de este tipo por lo general tienden hacia la criminalización más que la denuncia, tramando la coreografía de los cuerpos prefabricados con frío y miedo a la intemperie, en el “desierto de lo real”.
¿Qué pacto se podría plantear para normar esto y aceptar su uso en cuanto resguardo de la población y que no implique vulneraciones a la vida privada?
JC: La clave está en el consentimiento libre e informado de las personas. Cuando falta consentimiento, y algún medio utiliza imágenes de una persona, entonces hay una vulneración.
El Ciudadano
UN REPORTAJE QUE AMPLIFICA ESTAS ENTREVISTAS LO PUEDE ENCONTRAR EN LA EDICIÓN Nº 71 DE EL CIUDADANO.